El hombre leyenda: Belem Torres. –
Sinaloense, síndico o juez menor en la década de los cuarenta del siglo pasado.
Un día llegó un hombre ante la oficina de Belem a quejarse de que le había prestado 500 pesos a un amigo y éste no quería pagarle, incluso negaba deberle medio centavo.
_¿Y no tienen algún papelito firmado o algo que me permita obligarlo a que te pague?
_No firmó nada, todo lo hicimos de palabra, ¡como los hombres!, pero ya ve, ahora se está rajando.
_¿Te acuerdas dónde le prestaste el dinero?
_Como no, fue debajo de un mezquite grandote que está por cierto rumbo que conocemos.
Belem mandó llamar al pícaro y le sugirió que pagara los 500 pesos. Se dirigió al quejoso y le dijo:
_Vete a donde está el mezquite y me traer una ramita. Aquí te esperamos. _ Tres horas después seguía la espera; repentinamente, Belem se puso de pie, muy molesto y exclamó:
_¡Cómo se tarda éste con la ramita que le pedí!
_Y se va a tardar más, porque el mezquite está en el quinto infierno de lejos.
Belem sonrió, le clavó la mirada en los ojos y le dijo:
_Conque sí sabes dónde está el mezquite ¿no? ¿No crees que ésa es la prueba de que sí te prestó los 500 pesos? ¡Págale o te meto al bote!
Y pagó.
Alegatos de oídas. –
Hace aproximadamente un año, acudí a la Suprema Corte de Justicia de la Nación y me entrevisté con el secretario de X Sala, a quien había sido asignado mi asunto y le pregunté si podía hacer valer algunas manifestaciones verbales sobre el tema; pues bien, el secretario me respondió con otro pregunta, en el sentido de si lo que yo iba a decirle, ya obraba en el expediente, pues entonces no tenía caso que lo dijera, ya que de cualquier manera se tomaría en cuenta.
Dos meses después regresé con el mismo secretario, ahora sobre un diverso asunto, pero con condiciones distintas, y nuevamente pregunté si podía expresarle verbalmente algunas cuestiones sobre el caso; el secretario me respondió igual que la vez anterior, es decir, preguntándome si lo que yo iba a decirle ya constaba en el expediente, esta vez le dije que no; pero cuál sería mi sorpresa al oír al secretario que me dijo, que si lo que yo iba a decirle no constaba en el expediente, pues entonces no tenía caso que lo dijera, porque de cualquier forma no podría tomarlo en cuenta.
Galeno hipocrático. –
En el Juzgado Tercero de Distrito, a fines del año de 1968, se inició un proceso penal, en contra del eminente neurólogo doctor Ignacio Madraza Navarro, quien en esas fechas era miembro activo del Partido Comunista Mexicano. Su responsabilidad penal se fundó en el hecho de haber intervenido quirúrgicamente en su consultorio al señor Lucio Cabañas, mientras el ejército mexicano lo perseguía en la sierra de Guerrero por ser un guerrillero.
Éste brillante científico mexicano fue sentenciado penalmente por el delito de encubrimiento, es decir, por haber asistido profesionalmente a un prófugo de la justicia. Años después, la férrea defensa del doctor Madraza logró que la Suprema Corte lo absolviera del delito y sus consecuencias.
El ius filósofo de Güemez. –
- Para ganar un juicio necesitas… no perderlo.
- Si a un cliente no le cobras… no te paga.
- La ley dice lo que la Suprema Corte dice que dice porque a veces las leyes no dicen lo que quieren decir.
- El Ministro siempre tiene la razón.
El hombre del Corbatón. –
José Menéndez, fue un hombre muy famoso en la primera mitad del siglo XX en la capital del país por su talento y atuendo. Nació en España y su figura era inconfundible: bajo de estatura, robusto, lucía garbosamente una capa española, sombrero de ala ancha y una gran corbata negra de lazo, no de nudo. Se le conocía también como “El abogado de los pobres” o “El hombre de la legítima defensa”; dicen que nunca perdió un juicio; participaba exclusivamente en asuntos penales, donde no era necesario el título de licenciado en derecho para ser defensor.
Se cuenta que durante la presidencia del general Álvaro Obregón, un grupo de abogados -ortodoxos al fin- se encontraban por demás molestos debido a que defendía presos sin contar con el título e hicieron todas las gestiones posibles para expulsarlo del país; cuando casi logran su cometido, al encontrarse José Menéndez a punto de subirse a un barco que lo llevaría a su natal España, esto en el Puerto de Veracruz, alguien le informó al presidente dicha situación y él, sabedor de su fama, preguntó el motivo por el cual lo iban a expulsar, a lo que le explicaron:
_Señor presidente, es necesario que se vaya de México “El hombre del Corbatón” porque se dedica a defender ¡prostitutas!
Al escuchar lo anterior, el presidente respondió:
_Ah, caray, ¿entonces qué es lo que desean? ¿Que se ponga a defender a las once mil vírgenes?
Dicho esto, José Menéndez se quedó en nuestro país para seguir con su encomiable proceder.
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Durón, Ramón (coordinador): “La picaresca judicial. Relatos, anécdotas y leyendas de la praxis judicial en el México del siglo XX, primera edición, sistema bibliotecario de la SCJN, México, 2011, págs. 469
Gerardo Morales.