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Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
El juicio de la historia
Miguel Molina
26 de septiembre de 2024
alcalorpolitico.com
Al gobierno de Andrés Manuel López Obrador le quedan cuatro días, aunque hay quienes piensan que va a conservar el poder durante mucho tiempo más, esté donde esté, porque la costumbre del poder no se pierde de la noche a la mañana, y porque la maquinaria que se construyó en años – cinco, seis – no se puede desmantelar en horas, ni en días, ni en semanas, ni en meses.

Y dentro de una semana, donde quiera que esté, López Obrador tendrá que sentarse a esperar el juicio de la historia y el de Dios, según. Pero el juicio de Dios y el juicio de la historia lo escriben manos distintas en cuadernos distintos. Sobre todo, sin prisa. Estas líneas que escribí hace diecisiete años y repetí hace seis son tan válidas ahora como fueron entonces:

A quienes tienen el poder se les juzga dos veces. La primera vez es más fácil porque se descubren los errores inmediatos, los abusos, las corrupciones pequeñas y grandes, propias y ajenas, y se ve con claridad el trecho que hay entre el dicho y el hecho.


La segunda vez es otro asunto: se ve a los ex ya limpios de detalle, a grandes rasgos, y se les mide por las consecuencias de lo que hicieron o de lo que dejaron de hacer, porque quienes tienen el poder no sólo mandan para su tiempo sino también para después.

Quién sabe qué dirá el juicio de Dios. Dentro de no mucho veremos qué dice el juicio de la historia.
 
De quién es el agua


El problema no es nuevo. Hace nueve años dije en este mismo espacio que "la falta de claridad en el discurso y en los hechos ha llevado a una confusión que permite y alienta la discordia: de quién es el agua que corre en los ríos y en los arroyos, de quién es el agua que cae en la lluvia y escurre buscando cauces que la lleven al mar".

En ese entonces, cuando Veracruz no se imaginaba que vendría el gobierno de Cuitláhuac García Jiménez, que en nombre de la cuarta transformación prometía que todo sería diferente, y que el problema del agua, de la falta de agua, de la falta de una política estatal clara sobre el agua, se resolvería mal que bien pero de una vez y para casi siempre.

No fue así, como pudimos ver el fin de semana y los días que siguieron. El viernes, un grupo encabezado por el alcalde morenista Eusebio González de Tatahuicapan cerró las válvulas de la presa Yuribia, afectando sobre todo a Coatzacoalcos, cuyo ayuntamiento no ha construido – según los tatahuicas – el tanque de doscientos cincuenta mil litros de agua que abastezca al municipio.


El fin de semana, el grupo paralizó las actividades en la cabecera municipal, cerró entradas y salidas del municipio, suspendió el servicio de transportes y canceló actividades educativas y económicas. El gobernador García Jiménez amenazó con desaforar al alcalde. Pero no pasó nada. No hubo sanciones, ni intervino la fuerza pública. Se levantaron los bloqueos, se reanudaron las actividades y todo siguió como antes.

Volverá a pasar, porque las autoridades están atentas a cosas que no tienen que ver con las leyes. Muchos piensan que el agua es de las comunidades donde nacen los manantiales, donde caen las lluvias, o donde pasan las corrientes. Pero el agua no es de nadie porque es de todos, como explica desde hace tiempo el artículo veintisiete de la Constitución.

Y volverá a pasar porque las autoridades han decidido ignorar el artículo ciento noventa y dos quáter del Código Penal Federal, que impone penas de dos a seis años de prisión y de cincuenta a doscientos días de multa – y más para los servidores públicos – a quien, sin causa justificada altere, impida o restrinja de cualquier forma el flujo de agua destinado al suministro de los usuarios de dicho servicio. Que no salgan con eso de que la ley es la ley. Para eso hay consultas de mano alzada.


Desde el balcón

Uno sale y siente la frescura del otoño en el aire, y ve pasar el relámpago blanco y negro de las urracas y adivina las fugas de las ardillas de rama en rama, y le da un sorbo a la malta, y comprende que así – como las veloces urracas y las huidizas ardillas – pasaron los trescientos millones de pesos que encontró el gobernador de Veracruz en una oficina de la Fiscalía del estado: aquí están, aquí estaban, aquí estuvieron, quién sabe dónde están.

Uno no sabe qué es más triste: si el anuncio que hizo García Jiménez sin que nadie le preguntara, o el silencio que vino después, cuando le preguntaron –no mucho – sobre el paradero de esos millones. Aunque uno no puede descartar que tal vez todo fue mentira, lo que sería doblemente triste, porque en la cuatroté no se miente.