16 de agosto de 2019
alcalorpolitico.com
Cerca de la Universidad Islámica de Delhi hay un mercadito donde se pueden comprar cosas básicas: papel higiénico, agua, vino (en la tienda oficial), galletitas para el hambre de medianoche. También hay tres o cuatro restaurantes y varias fondas.
La forma más fácil de ir al mercadito es salir del campus y parar un rickshaw de bicicleta, y negociar la tarifa (como uno tiene cara de turista, el rickshaw-wallah pide trece pesos, diez veces lo que les cobra a los estudiantes por el mismo viaje, y termina pagando cinco pesos), antes de emprender la travesía entre el ruido y el calor.
Uno sabe que llegó al mercadito porque el rickshaw pasa junto al basurero local, un par de casetas sin puerta donde niños, mendigos y perros ya no sienten el hedor y se reparten lo que encuentran entre los desechos casi siempre humeantes.
Pero eso no es nada. A unos quince kilómetros de ahí está el vertedero de Ghazipur, donde los desperdicios forman una montaña de casi setenta metros de alto y veintiocho hectáreas de superficie en las que vacas, perros y ratas deambulan en busca de comida entre las dos mil toneladas de basura que se tiran ahí cada día.
Los vecinos del basurero sufren infecciones de la piel, de los ojos, de las vías respiratorias, del sistema digestivo y de cosas que uno todavía no logra imaginar. Iba a cerrar hace diecisiete años, pero no se han encontrado opciones seguras. La basura contamina lo que toca, sobre todo en esta ciudad que ha nacido nueve veces. No va a terminar bien.
Xalapa y Veracruz
Son otra cosa. La basura en estas dos ciudades es un problema cada vez más serio. El Ayuntamiento de Xalapa lleva quién sabe cuánto tiempo litigando con la empresa que maneja el basurero municipal, que alguna autoridad cierra de vez en cuando por razones que en otra parte habrían sido motivo de clausura inmediata y total.
La autoridad no ha podido organizar un programa efectivo de recolección (y reciclado) y separación de desechos. Hasta la fecha no se si habrá un nuevo vertedero ni dónde estará. La vida es breve y la basura es mucha, y parece que no hay muchos lugares donde se pueda depositar.
En el puerto de Veracruz el basurero quedó clausurado esta semana porque alguien descubrió que los líquidos residuales del desperdicio contaminan desde hace tiempo las aguas jarochas. Las autoridades actuaron con veinte meses de celeridad y cerraron el acceso al tiradero, donde encontraron "llantas, que son catalogadas como de manejo especial, residuos biológicos infecciosos: jeringas, material quirúrgico, sondas, gasas, batas y aceite del que no está permitido depositar.
Según el alcalde Fernando Yunes Márquez, desde hace año y medio se pensaba que alguien terminaría por cerrar el tiradero, pero al parecer no se hizo nada para conseguir un sitio alternativo.
Llamé a Veolia, algo que ningún reportero (o reportera) parece haber hecho durante este conflicto. Leslie Lamadrid, vocera de Veolia, no supo explicar qué hace su empresa con los residuos que recibe en Veracruz, y declaró que el caso de Xalapa no es lo que parece. Me dijo que respondería por correo electrónico a dos preguntas que uno le puede hacer a Veolia, subsidiaria de una compañía francesa:
¿Cómo explican los conflictos que han surgido con los ayuntamientos de Xalapa y de Veracruz? ¿Qué han hecho para impedir las fugas de lixiviados a los mantos freáticos de esos municipios?
Lo único que pude entender de la respuesta de Lamadrid fue que ellos reciben los desechos de Veracruz, pero no pudo explicarme qué hace Veolia con ellos. Dudo que responda.
Hace apenas un par de años, el mundo produjo doscientos cuarenta y dos millones de toneladas de residuos plásticos, y las basuras del planeta generaron unos mil seiscientos millones de toneladas de emisiones de dióxido de carbono (por ahí de cinco por ciento de las emisiones mundiales de gases que causan el efecto invernadero).
Mucho del desperdicio es provocado por los turistas. En Europa eso significa un kilo por persona por día, y el doble en Estados Unidos. Quién sabe cuánta basura dejan quienes visitan Xalapa y Veracruz. Lo que sí es claro es que cada vez hay más basura y que las autoridades no tienen idea de qué hacer con ella. Un día seremos Delhi.
Pero más allá del negocio que representa recibir – no necesariamente reciclar – la basura (unos dos millones de pesos al mes en el caso de Xalapa), es claro que nadie ha pensado en una solución a largo plazo para este problema. Nadie llama nadie a cuentas. Un día la montaña de desperdicios llegará a setenta metros y seguirá envenenando el aire y el agua y otras cosas que nos rodean, y alguien dirá que es culpa de otros. Tal vez entonces Veolia responda.
Tal vez para entonces alguien habrá descubierto una solución a este triste problema, que es consecuencia de lo que consumimos sin pensar lo que hacemos. De todos modos, ya es demasiado tarde.
La forma más fácil de ir al mercadito es salir del campus y parar un rickshaw de bicicleta, y negociar la tarifa (como uno tiene cara de turista, el rickshaw-wallah pide trece pesos, diez veces lo que les cobra a los estudiantes por el mismo viaje, y termina pagando cinco pesos), antes de emprender la travesía entre el ruido y el calor.
Uno sabe que llegó al mercadito porque el rickshaw pasa junto al basurero local, un par de casetas sin puerta donde niños, mendigos y perros ya no sienten el hedor y se reparten lo que encuentran entre los desechos casi siempre humeantes.
Pero eso no es nada. A unos quince kilómetros de ahí está el vertedero de Ghazipur, donde los desperdicios forman una montaña de casi setenta metros de alto y veintiocho hectáreas de superficie en las que vacas, perros y ratas deambulan en busca de comida entre las dos mil toneladas de basura que se tiran ahí cada día.
Los vecinos del basurero sufren infecciones de la piel, de los ojos, de las vías respiratorias, del sistema digestivo y de cosas que uno todavía no logra imaginar. Iba a cerrar hace diecisiete años, pero no se han encontrado opciones seguras. La basura contamina lo que toca, sobre todo en esta ciudad que ha nacido nueve veces. No va a terminar bien.
Xalapa y Veracruz
Son otra cosa. La basura en estas dos ciudades es un problema cada vez más serio. El Ayuntamiento de Xalapa lleva quién sabe cuánto tiempo litigando con la empresa que maneja el basurero municipal, que alguna autoridad cierra de vez en cuando por razones que en otra parte habrían sido motivo de clausura inmediata y total.
La autoridad no ha podido organizar un programa efectivo de recolección (y reciclado) y separación de desechos. Hasta la fecha no se si habrá un nuevo vertedero ni dónde estará. La vida es breve y la basura es mucha, y parece que no hay muchos lugares donde se pueda depositar.
En el puerto de Veracruz el basurero quedó clausurado esta semana porque alguien descubrió que los líquidos residuales del desperdicio contaminan desde hace tiempo las aguas jarochas. Las autoridades actuaron con veinte meses de celeridad y cerraron el acceso al tiradero, donde encontraron "llantas, que son catalogadas como de manejo especial, residuos biológicos infecciosos: jeringas, material quirúrgico, sondas, gasas, batas y aceite del que no está permitido depositar.
Según el alcalde Fernando Yunes Márquez, desde hace año y medio se pensaba que alguien terminaría por cerrar el tiradero, pero al parecer no se hizo nada para conseguir un sitio alternativo.
Llamé a Veolia, algo que ningún reportero (o reportera) parece haber hecho durante este conflicto. Leslie Lamadrid, vocera de Veolia, no supo explicar qué hace su empresa con los residuos que recibe en Veracruz, y declaró que el caso de Xalapa no es lo que parece. Me dijo que respondería por correo electrónico a dos preguntas que uno le puede hacer a Veolia, subsidiaria de una compañía francesa:
¿Cómo explican los conflictos que han surgido con los ayuntamientos de Xalapa y de Veracruz? ¿Qué han hecho para impedir las fugas de lixiviados a los mantos freáticos de esos municipios?
Lo único que pude entender de la respuesta de Lamadrid fue que ellos reciben los desechos de Veracruz, pero no pudo explicarme qué hace Veolia con ellos. Dudo que responda.
Hace apenas un par de años, el mundo produjo doscientos cuarenta y dos millones de toneladas de residuos plásticos, y las basuras del planeta generaron unos mil seiscientos millones de toneladas de emisiones de dióxido de carbono (por ahí de cinco por ciento de las emisiones mundiales de gases que causan el efecto invernadero).
Mucho del desperdicio es provocado por los turistas. En Europa eso significa un kilo por persona por día, y el doble en Estados Unidos. Quién sabe cuánta basura dejan quienes visitan Xalapa y Veracruz. Lo que sí es claro es que cada vez hay más basura y que las autoridades no tienen idea de qué hacer con ella. Un día seremos Delhi.
Pero más allá del negocio que representa recibir – no necesariamente reciclar – la basura (unos dos millones de pesos al mes en el caso de Xalapa), es claro que nadie ha pensado en una solución a largo plazo para este problema. Nadie llama nadie a cuentas. Un día la montaña de desperdicios llegará a setenta metros y seguirá envenenando el aire y el agua y otras cosas que nos rodean, y alguien dirá que es culpa de otros. Tal vez entonces Veolia responda.
Tal vez para entonces alguien habrá descubierto una solución a este triste problema, que es consecuencia de lo que consumimos sin pensar lo que hacemos. De todos modos, ya es demasiado tarde.