26 de octubre de 2016
alcalorpolitico.com
Los griegos clásicos nos dejaron la víbora chillando y… desaparecieron. Nos heredaron la invención política más deslumbrante y más difícil de conseguir. Una que teje anhelos individuales y colectivos. Que exige disciplinas personales y conocimientos, formas de ser, conductas, comportamientos no escritos en manual alguno. Nos heredaron una forma de autogobierno y una forma de resolver conflictos. Nos heredaron la democracia. No nos dejaron como legado la organización de un Estado centralizado y fuerte.
Los romanos nos dejaron el recuerdo y las leyes de la república, de una organización del Estado imperial, pero no una nueva democracia. Los modernos hemos construido una fusión de Estado nación, centralizado, protector y mutilante, útil en una sociedad de masas con una democracia indirecta, inspirada pero lejana de la forma griega pura. La tensión entre Estado y democracia es permanente. Por momentos ella se impone rutilante y en otros él surge avasallador. Esta es la historia moderna: es Maquiavelo con las razones del Príncipe, o Hobbes y son todos los teóricos de la democracia. Cuando se habla de Estado democrático se habla de confusión de dos ideas y dos realidades distintas, antagónicas pero ciertamente, en la idea de modernidad, complementarias.
Esta tensión es nueva en México. Por primera vez en su historia el país conoce una transformación de su Estado autoritario mediante formas de presión y ejercicio democrático de búsqueda y asunción del poder político. La historia reciente da cuenta de la diversidad y heterogeneidad de la sociedad nacional y de las sociedades subnacionales. El régimen federal, la república ha creado un ritmo de transformación diferente al de las sociedades estatales. En el ámbito federal ha podido, no sin grandes sobresaltos, encontrar cierta racionalidad electoral como base para la alternancia de partidos. Ésta condición ha provocado, a su vez, la puesta en escena de un régimen obsoleto que no puede tener en su seno un sistema electoral democrático y un Estado permeado de instituciones y comportamientos humanos autoritarios.
El gobierno federal es todavía el recinto de los reflejos del priismo, de su cultura, de sus prácticas. Se desenvuelve en medio de una sociedad más moderna y por lo tanto más prodemocrática y más protoprogresista. De ahí que las equivocaciones del presidente de la república, Enrique Peña Nieto, hayan despertado nuevamente un fuerte sentimiento anti priista. Nada de lo bueno que ha hecho ni de lo bueno que haga devolverá la tranquilidad a una sociedad alejada culturalmente del nicho priista. Al presidente se le critica lo que a muchos gobernadores de su mismo partido se les tolera.
Las sociedades subnacionales de la república han cambiado a otro ritmo. Algunas han evolucionado más rápidamente hacia formas de convivencia entre gobierno fuerte y sistema político-electoral de tipo democrático. Es el caso de Querétaro, que fue el primer estado en derrocar al primer consejo electoral de un organismo electoral propio. Y sin embargo corrigió el camino. Y ahora cuenta con un gobierno bastante racional, fuerte y centralizado con un sistema electoral que ha sido la base de alternancias entre PAN y PRI sin que existan conflictos mayores. Y puede sumarse el caso de Guanajuato, de Yucatán, de Aguascalientes y Nuevo León que tiene el primer gobernador sin pertenencia a un partido.
Otros estados se quedaron a la zaga de intentar la convivencia entre democracia del sistema político prodemocrático y un ejecutivo fuerte. Es el caso de los estados en donde el PRI prolongó por mucho tiempo más su monopolio del poder hasta constituirse como un subsistema de Partido Único. Veracruz es el ejemplo paradigmático. El ejecutivo súper poderoso aniquiló el incipiente sistema electoral prodemocrático. Y gestó un nuevo paradigma: el de la corrupción absoluta y absolutista que semeja un reino de sultanes.
Los dos últimos gobernadores culminaron el ejercicio de privatización de los presupuestos públicos, sin mayor sentido social que inició, imitando a su padre en el ámbito federal, Miguel Alemán Velazco hace 18 años. Su absolutismo, coronado por su propia constitución, cobijó el ejercicio de poder más depredador de los tiempos modernos mexicanos. Fidel herrera y Javier Duarte son los sultanes del priismo. Vivieron con el boato del absolutismo y convirtieron a Veracruz en su reino: dueños de horca y cuchillo de la hacienda veracruzana.
La mejor decisión política de Fidel Herrera de toda su vida fue heredar el poder a Javier Duarte. Éste cumplió todas sus expectativas. Y con creces. Por derecho propio, Javier Duarte ha hecho olvidar a su progenitor político. Es el referente de todo lo malo, de todo lo que desprecia la sociedad mexicana moderna. Javier Duarte se convirtió en el problema de Estado más importante del país. Porque será el referente del prototipo del político al que nunca más los mexicanos y veracruzanos querrán ver en el poder. Junto con la fallida invitación a Donald Trump constituyen los puntos de referencia de la elección del 2018 por las cuales le será casi imposible ganar la presidencia al PRI.
Pero por detestable que sea la figura de Javier Duarte, el problema que tienen enfrente los veracruzanos y que deberán resolver de la mano del nuevo gobierno es el sistema político-gubernamental. Porque el encumbramiento y funcionamiento de Javier Duarte como gobernador contó y cuenta con la complicidad de muchos políticos y funcionarios en funciones. Este sistema político-gubernamental sostiene una forma de ejercicio del poder que es necesario desmantelar. Basta con recordar que todas las dependencias públicas fueron rediseñadas para participar en elecciones, dejando a un lado los fines para los que fueron creadas.
El poder es una relación. Sin ella desaparece. Por eso Javier Duarte, que se creía el sultán de Veracruz, dueño de su hacienda, hoy es dueño de nada. Pero el sistema sí es propietario de las instituciones. Y la gran tarea del próximo gobierno y de la sociedad será reconfigurar las instituciones. Nuevas instituciones verdaderamente públicas. Instituciones incluyentes, no como hasta ahora exclusivas para el servicio de un grupo reducido de privilegiados. Y desde ahí provocar la recreación de la economía con empresas, negocios y profesionales incluyentes, que no sobreexploten a los trabajadores y que no excluyan a mujeres, minorías, jóvenes.
El plan de desarrollo para Veracruz 2016-2018, apunta hacia la reforma y reconstitución de las instituciones públicas, origen de las enormes desigualdades sociales que han procreado más pobres en los últimos años que en toda la historia de Veracruz. Dos años son suficientes para desmontar las deformidades más notables del quehacer público. Son insuficientes para construir un camino completamente nuevo para transitar por la ruta del progreso. Pero sí bastan para trazar la ruta: adiós al sultanato, adiós al absolutismo, adiós a la corrupción rampante. Parece poco o puede parecer demasiado. La tarea será ardua, opaca, a veces soterrada con salpicones de espectacularidad. Pero creará novedades positivas para encaminarnos hacia mejores condiciones de vida. Eso orienta el plan. Será difícil conseguirlo sin el apoyo de los ciudadanos. Pero ese es el futuro inmediato.
Los romanos nos dejaron el recuerdo y las leyes de la república, de una organización del Estado imperial, pero no una nueva democracia. Los modernos hemos construido una fusión de Estado nación, centralizado, protector y mutilante, útil en una sociedad de masas con una democracia indirecta, inspirada pero lejana de la forma griega pura. La tensión entre Estado y democracia es permanente. Por momentos ella se impone rutilante y en otros él surge avasallador. Esta es la historia moderna: es Maquiavelo con las razones del Príncipe, o Hobbes y son todos los teóricos de la democracia. Cuando se habla de Estado democrático se habla de confusión de dos ideas y dos realidades distintas, antagónicas pero ciertamente, en la idea de modernidad, complementarias.
Esta tensión es nueva en México. Por primera vez en su historia el país conoce una transformación de su Estado autoritario mediante formas de presión y ejercicio democrático de búsqueda y asunción del poder político. La historia reciente da cuenta de la diversidad y heterogeneidad de la sociedad nacional y de las sociedades subnacionales. El régimen federal, la república ha creado un ritmo de transformación diferente al de las sociedades estatales. En el ámbito federal ha podido, no sin grandes sobresaltos, encontrar cierta racionalidad electoral como base para la alternancia de partidos. Ésta condición ha provocado, a su vez, la puesta en escena de un régimen obsoleto que no puede tener en su seno un sistema electoral democrático y un Estado permeado de instituciones y comportamientos humanos autoritarios.
El gobierno federal es todavía el recinto de los reflejos del priismo, de su cultura, de sus prácticas. Se desenvuelve en medio de una sociedad más moderna y por lo tanto más prodemocrática y más protoprogresista. De ahí que las equivocaciones del presidente de la república, Enrique Peña Nieto, hayan despertado nuevamente un fuerte sentimiento anti priista. Nada de lo bueno que ha hecho ni de lo bueno que haga devolverá la tranquilidad a una sociedad alejada culturalmente del nicho priista. Al presidente se le critica lo que a muchos gobernadores de su mismo partido se les tolera.
Las sociedades subnacionales de la república han cambiado a otro ritmo. Algunas han evolucionado más rápidamente hacia formas de convivencia entre gobierno fuerte y sistema político-electoral de tipo democrático. Es el caso de Querétaro, que fue el primer estado en derrocar al primer consejo electoral de un organismo electoral propio. Y sin embargo corrigió el camino. Y ahora cuenta con un gobierno bastante racional, fuerte y centralizado con un sistema electoral que ha sido la base de alternancias entre PAN y PRI sin que existan conflictos mayores. Y puede sumarse el caso de Guanajuato, de Yucatán, de Aguascalientes y Nuevo León que tiene el primer gobernador sin pertenencia a un partido.
Otros estados se quedaron a la zaga de intentar la convivencia entre democracia del sistema político prodemocrático y un ejecutivo fuerte. Es el caso de los estados en donde el PRI prolongó por mucho tiempo más su monopolio del poder hasta constituirse como un subsistema de Partido Único. Veracruz es el ejemplo paradigmático. El ejecutivo súper poderoso aniquiló el incipiente sistema electoral prodemocrático. Y gestó un nuevo paradigma: el de la corrupción absoluta y absolutista que semeja un reino de sultanes.
Los dos últimos gobernadores culminaron el ejercicio de privatización de los presupuestos públicos, sin mayor sentido social que inició, imitando a su padre en el ámbito federal, Miguel Alemán Velazco hace 18 años. Su absolutismo, coronado por su propia constitución, cobijó el ejercicio de poder más depredador de los tiempos modernos mexicanos. Fidel herrera y Javier Duarte son los sultanes del priismo. Vivieron con el boato del absolutismo y convirtieron a Veracruz en su reino: dueños de horca y cuchillo de la hacienda veracruzana.
La mejor decisión política de Fidel Herrera de toda su vida fue heredar el poder a Javier Duarte. Éste cumplió todas sus expectativas. Y con creces. Por derecho propio, Javier Duarte ha hecho olvidar a su progenitor político. Es el referente de todo lo malo, de todo lo que desprecia la sociedad mexicana moderna. Javier Duarte se convirtió en el problema de Estado más importante del país. Porque será el referente del prototipo del político al que nunca más los mexicanos y veracruzanos querrán ver en el poder. Junto con la fallida invitación a Donald Trump constituyen los puntos de referencia de la elección del 2018 por las cuales le será casi imposible ganar la presidencia al PRI.
Pero por detestable que sea la figura de Javier Duarte, el problema que tienen enfrente los veracruzanos y que deberán resolver de la mano del nuevo gobierno es el sistema político-gubernamental. Porque el encumbramiento y funcionamiento de Javier Duarte como gobernador contó y cuenta con la complicidad de muchos políticos y funcionarios en funciones. Este sistema político-gubernamental sostiene una forma de ejercicio del poder que es necesario desmantelar. Basta con recordar que todas las dependencias públicas fueron rediseñadas para participar en elecciones, dejando a un lado los fines para los que fueron creadas.
El poder es una relación. Sin ella desaparece. Por eso Javier Duarte, que se creía el sultán de Veracruz, dueño de su hacienda, hoy es dueño de nada. Pero el sistema sí es propietario de las instituciones. Y la gran tarea del próximo gobierno y de la sociedad será reconfigurar las instituciones. Nuevas instituciones verdaderamente públicas. Instituciones incluyentes, no como hasta ahora exclusivas para el servicio de un grupo reducido de privilegiados. Y desde ahí provocar la recreación de la economía con empresas, negocios y profesionales incluyentes, que no sobreexploten a los trabajadores y que no excluyan a mujeres, minorías, jóvenes.
El plan de desarrollo para Veracruz 2016-2018, apunta hacia la reforma y reconstitución de las instituciones públicas, origen de las enormes desigualdades sociales que han procreado más pobres en los últimos años que en toda la historia de Veracruz. Dos años son suficientes para desmontar las deformidades más notables del quehacer público. Son insuficientes para construir un camino completamente nuevo para transitar por la ruta del progreso. Pero sí bastan para trazar la ruta: adiós al sultanato, adiós al absolutismo, adiós a la corrupción rampante. Parece poco o puede parecer demasiado. La tarea será ardua, opaca, a veces soterrada con salpicones de espectacularidad. Pero creará novedades positivas para encaminarnos hacia mejores condiciones de vida. Eso orienta el plan. Será difícil conseguirlo sin el apoyo de los ciudadanos. Pero ese es el futuro inmediato.