icono menu responsive
Columnas y artículos de opinión
Kairós
La deuda nuestra de cada día
Francisco Montfort Guillén
5 de octubre de 2016
alcalorpolitico.com
La prisa es mala consejera cuando de realizar cambios sociales se trata. Las causas del malestar no desaparecen al ritmo de nuestros deseos. Buena parte del mal humor social deriva de la incomodidad de constatar que el entorno internacional nos es sumamente desfavorable y poco o nada podemos hacer para mejorarlo. Otra parte del mal humor proviene de constatar que los problemas internos, en lugar de solucionarlos, se nos agravan. En términos de nuestras vidas, la única plataforma desde la cual podemos aceptar o rechazar la situación en que vivimos, es la aceptación de que procedemos de un siglo perdido, en términos del llamado desarrollo.
 
No es poca cosa. Perder un siglo y querer remontar la cuesta del subdesarrollo en unos cuantos años de elecciones democráticas, nos ha conducido a la frustración colectiva. La creencia de que la democracia traería el desarrollo y de que fue una creencia falsa ha resultado en enojo de todos contra todos: los viejos priistas, refugiados ahora en la izquierda, en contra de los priistas modernizadores, militantes partidistas en contra de los sin partido, los izquierdistas en contra de los derechistas, los estatistas en contra de los liberales, los autoritarios en contra de los demócratas, priistas en contra de panistas, perredistas, morenos y viceversa.
 
Nos hemos deslizado en un tobogán de deudas, improductividad, desempleo, bajos ingresos, miserias y pobrezas así como el surgimiento de hombres y mujeres de fortunas inconmensurables. Todo nos incomoda. Y con razón, es decir, al realizar un análisis razonado, encontramos demasiadas insatisfacciones derivadas de problemas que podrían y deberían ser resueltas sin mayores complicaciones. Luego entonces, y siguiendo con el uso y aplicación de la razón, se supone que podríamos encontrar las bases de los males profundos y los contratiempos cotidianos que hacen de la calidad de vida colectiva, la mayor insatisfacción de todos nosotros. Pero no ha sido así.
 

Tendríamos que aceptar que la calidad de nuestro capital humano deja mucho que desear. También el capital organizacional o social tiene deficiencias enormes. De aquí que las burocracias gubernamentales y privadas estén imposibilitadas para mejorar, en el corto plazo, su competitividad. Necesitamos de mucho más tiempo para efectuar el cambio cultural que deje atrás las conductas absolutistas, autoritarias e incultas que nos caracterizan y que las redes sociales han bautizado recién con el prefijo #lady o #lord, para señalar algunas de las lacras sociales y conductas corruptas que muestran el desprecio por nuestras leyes, el racismo o el clasismo con el cual actúan las autoridades y las élites económicas, y también conductas que nosotros los ciudadanos asumimos para mirarnos y tratarnos mutuamente.
 
Veracruz es un compendio desolador de las lacras y malas conductas que se reproducen hasta el delirio y que minan el entusiasmo, las alegrías, los optimismos de millones de seres humanos. Las explicaciones políticas y sociológicas, económicas y psicosociales son insuficientes como ayuda para soportar las estúpidas conductas de los gobernantes. No hay día en que algún grupo social ligado al gobierno no proteste por incumplimiento de las obligaciones de las autoridades del gobierno del estado. Y lo más terrible es que también son los hombres de negocios los que airean sus inconformidades con un socio que antes defendieron y adularon hasta la ignominia.
 
Si el gobierno adeuda a sus trabajadores de diferentes organismos; si son cancelados proyectos oficiales como recientemente una obra editorial en el IVEC y proyectos más trascendentes en otras dependencias; si los recursos públicos fueron desviados a fines fuera del ámbito de los servicios públicos y ahora no existen dineros suficientes para cubrir las más elementales responsabilidades como patrón; si todo esto y más es porque la corrupción, base del sistema priista, llegó a los límites que cancelan su reproducción indefinida. Porque las deudas gubernamentales con sus trabajadores, con los hombres de negocios y proveedores de bienes y servicios finalmente son deudas que debemos pagar los ciudadanos. Por los malos manejos presupuestales, inescrupulosos y sin profesionalismo, los ciudadanos hemos financiado las fortunas de escándalo de algunos funcionarios y ahora nos debemos dinero a nosotros mismos, porque nosotros debemos pagar las deudas, todas las deudas, que contrajeron los tres últimos gobernadores y sus equipos de trabajo.
 

Las deudas gubernamentales son, finalmente, deudas ciudadanas, porque los presupuestos públicos se forman con dineros de nuestros impuestos. Y si los gobiernos adquieren deudas, los paganos somos los ciudadanos. El círculo se cierra: pagamos impuestos para pagar el funcionamiento del gobierno, los gobiernos adquieren deudas que deben ser pagadas con impuestos que nosotros pagamos, el gobierno adeuda a sus trabajadores y esa deuda nosotros debemos cubrirla de nueva cuenta. La corrupción es la pirámide que sostiene a la pirámide del sistema político-gubernamental, pirámides que, a su vez, son sostenidas por los impuestos y derechos que nos cobran diferentes estructuras gubernamentales.
 
Con estas pirámides ningún país puede aspirar al desarrollo. Las sociedades que manejan los presupuestos públicos como fuentes de enriquecimientos privados, vía los negocios espurios y vía los privilegios en empleos, becas, o financiamientos especiales a fondo perdido, están imposibilitadas para promover el progreso. Porque el tamaño de los presupuestos es finito y sólo algunos grupos sociales tienen acceso al disfrute de los privilegios presupuestales. Esos grupos son siempre los mismos: los que sostienen el sistema, como los partidos políticos; las burocracias gubernamentales y en general de las instituciones públicas en los tres niveles de gobierno y de los tres poderes públicos; los grupos predeterminados de asistencias sociales (SEDESOL) y de seguridad social.
 
El cambio de instituciones es condición ineludible para aspirar al progreso colectivo. Dejar atrás aquellas que modelaron el sistema corporativo priista; también las nuevas clientelas de los partidos de la alternancia: son instituciones extractivas de rentas en lo económico e instituciones excluyentes en lo político y en lo social. No será fácil ni rápido el cambio. Las sociedades que llamamos desarrolladas tomaron siglos para derrotar el modelo de privilegios: cuestión de recordar que en el sistema y cultura españoles que heredamos, se vendían las plazas o puestos en el gobierno porque desde ellas los adquirientes se enriquecían. Ahora esas costumbres todavía las tenemos en el magisterio, en PEMEX, en CFE por sólo citar algunos espacios públicos del privilegio corporativo gubernamental.
 

Se puede alegar, y con razón, que una cosa es una cosa y otra cosa es otra: la corrupción era tolerable cuando los privilegios se podían extender a otras personas con las rotaciones entre los grupos privilegiados, pero en Veracruz, durante los últimos 18 años, el grupo de privilegiados no sólo fue más reducido, sino que además agotó la fuente primigenia y alimentadora de la corrupción: secaron los presupuestos públicos: se llevaron la leche y a la vaca. La crisis es profunda pues los dineros sustraídos, que debemos reponer con nuestros propios impuestos, dejaron de aplicarse en la solución de problemas cotidianos, aquellos que es posible solucionar sin mayor esfuerzo, por no hablar de los problemas estructurales o de fondo.
 
Al mal de la corrupción fue sumado el de las incompetencias de los funcionarios, a su desinterés por el servicio público, a su espíritu de colaboración en la solución de los enormes problemas sociales. Los efectos son y serán imborrables: toda una generación perdida, pues el sector educativo, base de toda reforma del pensamiento e innovaciones fue afectado de manera particularmente grave. El atraso es de grandes proporciones, algunos de sus efectos perversos más profundos son difíciles de medir, pero el mal cotidiano está a la vista: los profesores no reciben sus salarios y compensaciones acordados. Y lo mismo sucede con los jubilados y pensionados.
 
Con millones de veracruzanos las deudas gubernamentales de cada día son enormes. Vivir en la miseria o en la pobreza es en principio frustrante, pues termina con cualquier tipo de aspiraciones de superación personal en los millones de seres humanos estancados en esas condiciones de mal vivir. Las deudas cotidianas con los nuevos deudores del gobierno también provocan mal humor y resentimiento social. Los problemas no resueltos por carencia de recursos públicos, porque fueron robados por una camarilla de privilegiados, también causan malestares y alimenta la frustración. El malestar que puede ascender, o descender, según se mire, a las pasiones altamente destructivas como el odio y el rencor en contra de los privilegiados, desencadenando los crímenes civiles que dividen a las sociedades y causan tragedias inenarrables.
 

El próximo gobierno no podrá cubrir tantas deudas sociales. Pero puede iniciar la construcción colectiva, de la mano con los veracruzanos, de nuevas instituciones. Creo que esa puede ser su virtud central y su mejor legado. No puede darse el lujo de jugar con la prisa. Sólo tiene dos años para hacer las cosas bien. Y el mismo tiempo para hacer el mal, si no decide realizar cambios de fondo, rompiendo privilegios. Esta temporalidad será, en todo caso, su mayor virtud.