9 de enero de 2025
alcalorpolitico.com
De las cosas que recuerdo cuando el mundo era joven y la misa se decía en latín, está esta oración: sed tantum dic verbo et sanabitur ánima mea (una palabra tuya bastará para sanar mi alma).
Tantos años después, esa plegaria se puede aplicar – sobre todo en la política mexicana – al poder sanador de la palabra presidencial, que borra las faltas y perdona las transgresiones. No faltan ejemplos, sobre todo en el pasado reciente.
Tal vez el caso más extraordinario fue el de Seguridad Alimentaria Mexicana, Segalmex, donde desaparecieron quince mil millones de pesos sin que el director Ignacio Ovalle (jefe del expresidente López Obrador durante el gobierno de Luis Echeverría) se diera cuenta. "Lo engañó un grupo de priistas de malas mañas", aseguró AMLO, quien no explicó cómo llegaron a Segalmex esos priistas. Y Ovalle se fue a otro puesto y de ahí quién sabe dónde, con el alma sana.
Otro escándalo cercano fue el del gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha Moya, a quien El Mayo Zambada relacionó con su secuestro y con el asesinato de Héctor Cuen, exalcalde de Culiacán. El discurso oficial recibió sin sospechas – y sin confirmación – la declaración de que el gobernador estaba en Estados Unidos cuando se produjeron los hechos que tienen incendiada la capital de Sinaloa. Y ahí sigue Rocha Moya, con el alma purificada por las palabras mayores.
Luego está el caso de las acusaciones de corrupción que se cruzaron los líderes de las mayorías morenistas en la Cámara de diputados y en el Senado. La presidenta declaró que los señalamientos eran una vaina menor. Nadie presentó denuncias, se olvidaron los delitos ciertos o inventados, nadie investigó, y todos salieron con el alma sana.
En Veracruz, Delia González Cobos, auditora del Órgano de Fiscalización Superior, señaló que durante el gobierno de Cuitláhuac García Jiménez hubo cerca de doscientas treinta empresas fachada que recibieron contratos por unos cinco mil millones de pesos, y se otorgaron contratos de obra pública a personas que recibían ayuda de programas sociales.
La presidenta Claudia Scheinbaum pronunció las palabras mágicas que absolvieron a García Jiménez: reconoció la trayectoria del exgobernador de Veracruz como ingeniero mecánico electricista y sus conocimientos en electricidad y en energía, y lo nombró director del Centro Nacional de Control del Gas Natural, un organismo de tercer nivel en la secretaría de Energía.
Pero la presidenta enfatizó que García Jiménez, quien no demostró ninguna habilidad política ni administrativa, es una persona honesta y consecuente con el movimiento de la Cuarta Transformación. Y el alma del gobernador más incompetente que ha tenido Veracruz quedó sana. Y salva.
Cinco mil meses de sueldos
Tenía razón Renato Leduc cuando explicó que el periodismo es la historia de lo inmediato. Uno lo ve ahora como antes. El escándalo de esta semana – el que sea – será nota de archivo la semana que viene, y un día no muy lejano desaparecerá de la memoria colectiva sin que nadie se de cuenta, como ilustran los casos de corrupción y de impunidad políticas que nos ha tocado ver.
Hubo días, semanas, meses tal vez, en que los medios — y sobre todo los comentaristas – se ocuparon en contar lo que había pasado con los dineros públicos: quién se había llevado cuánto, quién había llegado pobre a un puesto y había terminado con casas y bienes inexplicables, quién cobraba diezmos para otorgar contratos, cosas así.
Si vemos ahora, los comentaristas están ocupados en ver quién va a ser candidato de qué partido en qué municipio, pero esas son minucias que dentro de unas semanas o unos meses también desaparecerán porque la memoria colectiva es de corta duración y además no importa.
A nadie le interesa saber que el exgobernador Cuitláhuac García Jiménez ganará un sueldo que en cinco mil meses, minutos más o menos, sería el equivalente a los trescientos millones de pesos que el ingeniero encontró y desapareció del discurso oficial y luego de los medios.
Desde el balcón
Llueve. En una tarde así, la malta abrillanta la mirada, despeja las dudas, despierta el apetito, abre las vías respiratorias, alacia el pelo y ayuda a olvidar los moretones de una caída reciente. Uno recuerda otras tardes de lluvia y sabe que no todo tiempo pasado fue necesariamente mejor.
Tantos años después, esa plegaria se puede aplicar – sobre todo en la política mexicana – al poder sanador de la palabra presidencial, que borra las faltas y perdona las transgresiones. No faltan ejemplos, sobre todo en el pasado reciente.
Tal vez el caso más extraordinario fue el de Seguridad Alimentaria Mexicana, Segalmex, donde desaparecieron quince mil millones de pesos sin que el director Ignacio Ovalle (jefe del expresidente López Obrador durante el gobierno de Luis Echeverría) se diera cuenta. "Lo engañó un grupo de priistas de malas mañas", aseguró AMLO, quien no explicó cómo llegaron a Segalmex esos priistas. Y Ovalle se fue a otro puesto y de ahí quién sabe dónde, con el alma sana.
Otro escándalo cercano fue el del gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha Moya, a quien El Mayo Zambada relacionó con su secuestro y con el asesinato de Héctor Cuen, exalcalde de Culiacán. El discurso oficial recibió sin sospechas – y sin confirmación – la declaración de que el gobernador estaba en Estados Unidos cuando se produjeron los hechos que tienen incendiada la capital de Sinaloa. Y ahí sigue Rocha Moya, con el alma purificada por las palabras mayores.
Luego está el caso de las acusaciones de corrupción que se cruzaron los líderes de las mayorías morenistas en la Cámara de diputados y en el Senado. La presidenta declaró que los señalamientos eran una vaina menor. Nadie presentó denuncias, se olvidaron los delitos ciertos o inventados, nadie investigó, y todos salieron con el alma sana.
En Veracruz, Delia González Cobos, auditora del Órgano de Fiscalización Superior, señaló que durante el gobierno de Cuitláhuac García Jiménez hubo cerca de doscientas treinta empresas fachada que recibieron contratos por unos cinco mil millones de pesos, y se otorgaron contratos de obra pública a personas que recibían ayuda de programas sociales.
La presidenta Claudia Scheinbaum pronunció las palabras mágicas que absolvieron a García Jiménez: reconoció la trayectoria del exgobernador de Veracruz como ingeniero mecánico electricista y sus conocimientos en electricidad y en energía, y lo nombró director del Centro Nacional de Control del Gas Natural, un organismo de tercer nivel en la secretaría de Energía.
Pero la presidenta enfatizó que García Jiménez, quien no demostró ninguna habilidad política ni administrativa, es una persona honesta y consecuente con el movimiento de la Cuarta Transformación. Y el alma del gobernador más incompetente que ha tenido Veracruz quedó sana. Y salva.
Cinco mil meses de sueldos
Tenía razón Renato Leduc cuando explicó que el periodismo es la historia de lo inmediato. Uno lo ve ahora como antes. El escándalo de esta semana – el que sea – será nota de archivo la semana que viene, y un día no muy lejano desaparecerá de la memoria colectiva sin que nadie se de cuenta, como ilustran los casos de corrupción y de impunidad políticas que nos ha tocado ver.
Hubo días, semanas, meses tal vez, en que los medios — y sobre todo los comentaristas – se ocuparon en contar lo que había pasado con los dineros públicos: quién se había llevado cuánto, quién había llegado pobre a un puesto y había terminado con casas y bienes inexplicables, quién cobraba diezmos para otorgar contratos, cosas así.
Si vemos ahora, los comentaristas están ocupados en ver quién va a ser candidato de qué partido en qué municipio, pero esas son minucias que dentro de unas semanas o unos meses también desaparecerán porque la memoria colectiva es de corta duración y además no importa.
A nadie le interesa saber que el exgobernador Cuitláhuac García Jiménez ganará un sueldo que en cinco mil meses, minutos más o menos, sería el equivalente a los trescientos millones de pesos que el ingeniero encontró y desapareció del discurso oficial y luego de los medios.
Desde el balcón
Llueve. En una tarde así, la malta abrillanta la mirada, despeja las dudas, despierta el apetito, abre las vías respiratorias, alacia el pelo y ayuda a olvidar los moretones de una caída reciente. Uno recuerda otras tardes de lluvia y sabe que no todo tiempo pasado fue necesariamente mejor.