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Columnas y artículos de opinión
Contrapunto
Ricos y pobres escucharon lo que querían oír. Los políticos, no
Víctor Murguía
2 de octubre de 2024
alcalorpolitico.com
Como cada seis años los mexicanos renovamos nuestra esperanza al haber un nuevo presidente. El deseo es que, esta vez sí, la situación del país mejore y no suceda lo de cada sexenio, que todo sigue igual o peor.

Todos los presidentes han prometido el cielo y las estrellas y todos, unos más, otros menos, han fallado.

Antidemocracia, nepotismo, corrupción, inseguridad, carestía y abusos, son palabras del pasado y del presente que califican a los gobiernos.


Sin embargo, a los mexicanos nos caracteriza la paciencia, el aguante y una esperanza infinita, así que nuevamente, ahora que Claudia Sheinbaum es la nueva presidenta, esperamos el cambio, entendido éste como el paso para que efectivamente sea combatida y castigada la corrupción, mejore la economía de todos especialmente de los más necesitados, que los gobiernos atiendan y trabajen con efectividad, nos sintamos seguros en nuestras casas y las calles, y haya democracia.

Si para esperar ese cambio nos basamos en lo visto ayer en la ceremonia de toma de posesión de la presidenta, la esperanza se reduce. Morena, con sus diputados, senadores y demás invitados locales regresaron el tiempo de la política a la época de mayor esplendor para el priismo y más asfixiante para el pueblo.

Solo faltó ver a un gobernador corriendo al lado del automóvil del caudillo para “protegerlo” y mostrarle su “lealtad”, como cuando hizo eso Xicoténcatl Leyva el coatepecano que gobernó Baja California, quien corrió atrás del vehículo presidencial de José López Portillo, quien hubiera sido presidente si sólo su mamá hubiera votado a su favor porque no tuvo rival en la elección que lo llevó a Los Pinos.


En la Cámara de Diputados, convertida ayer en el Congreso de la Unión, fue mostrada la sumisión y pudo verse por qué se dice que votan a favor de las iniciativas presidenciales sin leerlas y sin cambiar siquiera una coma, como si todo lo que emana del presidente en turno fuera infalible.

Pero de nuevo hay esperanza. Tras la toma de posesión platiqué con dos personajes políticos, uno surgido del PRI y el otro morenista.

El primero, expresidente del PRI estatal, exdirigente juvenil, varias veces diputado, exalcalde, cercano a cinco gobernadores y actualmente sin partido. De entrada, dijo que no debe perderse de vista que Sheinbaum es madre, una mujer madura, científica y que posiblemente empiece con pequeños cambios, pero estima llegará a grandes metas.


Ya vio lo bueno y lo malo de su antecesor y no tengo duda de que no será un títere, pues se ve fuerte y preparada. Que vaya a Acapulco a atender a los damnificados, que haya asistido la ministra presidenta Norma Piña y que la oposición se haya mostrado respetuosa en la ceremonia muestra que empiezan los cambios, agregó.

Qué diferentes son los amigos cuando ya tienen el poder, concluyó este destacado político.

El morenista, nuevo en la política comparado con el recorrido del priista, pero ya con cargos en la función pública, expresó que López Obrador deja un gran legado y que Claudia Sheinbaum dará continuidad a lo mejor de la Cuarta Transformación.


En fin, de entrada la Presidenta mandó el mensaje para los ricos de que las inversiones estarán seguras en México; para los pobres que no solo mantendrá sino aumentará los programas de Bienestar y que seguirán los aumentos al salario mínimo, y para los políticos... que se les acabó la fiesta.

Advirtió que promoverá una reforma para que los cargos de elección popular no puedan ser sucedidos por familiares directos de quienes antes los ostentaban y para que no haya reelección en ningún cargo, especialmente en lo referente a las alcaldías.

Si bien esas son malas prácticas añejas, un buen número de morenistas las retomaron y las hicieron suyas. Se entiende entonces que se pondrá fin a que el alcalde, por decir algo, ya no podrá maniobrar para dejar en el cargo al hijo, a la esposa, al hermano o al padre (¿también a las novias?) como ya se ha hecho costumbre.


Hay nuevas promesas, nuevas esperanzas, a ver qué se cumple.