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Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
Propuesta fallida para mercados
Miguel Molina
20 de marzo de 2014
alcalorpolitico.com
Los mercados me interesan desde que era niño. Iba a tomar chocomiles al puesto de Cuqui Herrera, iba a leer cuentos al puesto de don Sebastián, pasaba a saludar a mi tío Chelís y a otros amigos de mi papá y de mi abuelo, y más de una vez comí en las fondas de la plaza.
 
Pero un día las llamas acabaron con el mercado de mi pueblo por el descuido de locatarios y autoridades (ellos hicieron del lugar un cochinero, y ellas dejaron que eso pasara). Desde entonces una curiosidad que no quiero explicar me lleva a los mercados de los lugares que visito, y una tristeza explicable me hace compararlos con el de mi infancia.
 
Mercado municipal de Sao PauloEstuve en el mercado municipal de Sao Paulo, un edificio enorme con vitrales donde uno puede comprar frutas y verduras, condimientos y cereales y carnes en el primer piso, y subí al segundo a comer picanha y beber cerveza helada mientras admiraba la limpieza y el orden de la plaza, que es parte de los atractivos turísticos de la ciudad.
 

Ví la inmaculada limpieza del mercado de pescadores de Fuseta, el recinto fresco de Olhao, la simplicidad de la plaza de Vila Real de Santo Antonio, tres rincones de Portugal cercanos en el tiempo y en el afecto, y tuve la fantasía de que nuestros mercados pueden ser así: limpios, frescos, simples.
 
Porque los mercados de Misantla y de Xalapa –por no mencionar otros de Veracruz y de México– se parecen más al mercado de Abuja, una cuadra caótica donde los nigerianos compran y venden lo que pueden a quien se deja, enmedio de un desorden que parece exquisito a quien lo ve solamente una vez.
 
Pensé en Xalapa ­–sobre todo en los alrededores del Deportivo Ferrocarrilero–, en Misantla, en el Puerto, cada uno de los días que caminé de mi departamento a la universidad de Dakar por la polvorienta avenida Cheikh Anta Diop, entre puestos de mercancías insólitas que esperaban sin entusiasmo un comprador.
 

Quizá el que más se asemeja a los mercados nuestros es el bazar de Khari Baoli, una calle de la ciudad vieja de Delhi donde desde hace unos tres siglos se venden hierbas de olor, arroces, granos, té, verduras y frutas y dulces al mayoreo y al menudeo, en puestos bien surtidos que tienen polvo y otras cosas de trescientos años.
 
Pero soy optimista. Cada vez que voy a los mercados callejeros que un día aparecen, duran unas horas, y se van a otra parte sin dejar huella en Londres y en Ginebra (como en muchas otras ciudades grandes y chicas de prácticamente toda Europa), me digo que se puede hacer lo mismo en nuestro país.
 
II
Como veo que el Ayuntamiento de Xalapa –y el de Veracruz, el de Misantla, el de Orizaba y los otros doscientos nueve municipios– está haciendo un Plan de Desarrollo (a la carrera, porque las nuevas autoridades tienen menos de cuarenta y cinco días para planear el trabajo de cuatro años) y pide colaboración ciudadana, mando la mía aunque sea por este medio.

 
Tiene que ver con los mercados y el comercio ambulante. No la hago en el formato que piden las autoridades porque la página (que ví ayer sin problema) es inaccesible desde la noche del martes para el miércoles. Pero eso es lo de menos. Cuando la ví había más de cincuenta propuestas.
 
La idea es quitar de la vía pública todos los puestos semifijos (que de hecho ya son fijos) y dar permisos a los comercios ambulantes para operar en un horario razonable (de diez de la mañana a seis de la tarde, digamos). Sin concesiones ni excepciones.
 
Para eso habría que organizar tianguis que fueran verdaderamente ambulantes: que los lunes estuvieran en una colonia y en otra los martes y en otra más los miércoles, por ejemplo, y se creara un circuito de mercados que fuera de verdadera utilidad pública.

 
Llevar los mercados a esas colonias permitiría que los compradores ahorraran el dinero que ahora invierten en ir desde donde viven hasta el centro de la ciudad, y eso ayudaría a que compraran más productos en sus propios barrios.
 
Como ya hay reglamentos y leyes sobre ese tipo de mercados, sería todavía más fácil poner en práctica esta propuesta. Bastaría con aplicar lo que dicen esas normas para ayudar a tianguistas y a consumidores, y de paso despejar partes de las ciudades hasta ahora bloqueadas por puestos de todo tipo.
 
Aunque hacerlo requiere voluntad política y honestidad a toda prueba. Y eso es difícil, porque hay casos documentados de inspectores y otras autoridades que extorsionan a los puesteros a cambio de permisos, y de puesteros que se dejan extorsionar. Hay cosas que ya no tienen remedio.

 
Por eso me doy cuenta de que mi propuesta no va a ir a ninguna parte, como los puestos de los ambulantes que un día amanecieron convertidos en semifijos, y al mes ya eran fijos y echaron muros y pusieron techos de lámina y engancharon diablitos y ahora tienen la música a todo lo que da...
 
Tendré que conformarme con visitar mercados en otras partes del mundo y recordar los tiempos en que iba a tomar chocomiles con Cuqui, y a leer cuentos en lo de don Sebastián, y saludaba a mi tío Chelís y a otros amigos de mi papá y de mi abuelo.