27 de enero de 2022
alcalorpolitico.com
«Entro en el salón. Me dicen “ha muerto”. ¿Acaso puede una comprender tales palabras? Pierre ha muerto, él, a quien sin embargo había visto marcharse por la mañana, él, a quien esperaba estrechar entre mis brazos esa tarde, ya sólo lo volveré a ver muerto y se acabó, para siempre».
Estas son las palabras que, a la muerte de su esposo, escribió una singular mujer, polaca de nacimiento y francesa por adopción. Fue la primera mujer en obtener un Premio Nobel en tiempos en que las mujeres simplemente no contaban para la ciencia. Es María Curie, descubridora del radio y del polonio, elementos radiactivos que, paradójicamente, fueron tanto el motivo de su vida como la causa de su muerte.
Marie Curie fue, como la describe Rosa Montero en la novela La ridícula idea de no volver a verte, «una polaca espectacular que fue capaz de ganar dos premios Nobel, uno de Física en 1903, junto con su marido, Pierre Curie, y otro de Química en 1911, en solitario». Y, además, haber entusiasmado y formado a su hija mayor, Irene, quien también ganó el Nobel de Química en 1935, la segunda mujer en obtener ese galardón.
La vida de Marie Curie es, ciertamente fascinante. En la novela, Rosa Montero la retrata en sus episodios más notables: su feroz y terca lucha por realizar estudios en escuelas superiores que no admitían mujeres, en montar un laboratorio en una tejavana, en transportar toneladas de pechblenda, mineral que contiene uranio, y de allí obtener ¡menos de un gramo! de cloruro de radio, que guardó cuidadosamente en un frasco y lo colocó en la cabecera de su cama, sin medir las consecuencias de tan peligroso elemento (unas tres mil veces más potente que el uranio). Casada con Pierre Curie, enfrentó la temprana muerte de este, a los 47 años, al ser atropellado por un carro de caballos. Muerte que, a pesar de ser lamentable, ahorró al científico sufrir un más penoso final provocado por la radiactividad.
En la obra, Rosa Montero narra la génesis de esta novela. Enfrascada en la escritura de otra que abandona al perder la inspiración, recibe un mensaje de la editora de Seix Barral, en el que le propone escribir un comentario sobre un Diario, que le acompaña. Son unas 20 páginas, escritas por Marie Curie a la muerte de su esposo.
Pero no es un libro de duelo, dice la autora. En efecto, más allá de la tragedia que para Marie resultó la pérdida de su querido Pierre, Rosa Montero intercala en el libro, con indiscutible mérito, tanto la tragedia de Marie como su propia vivencia a la muerte de su esposo Pablo y sus reflexiones sobre el valor de una mujer que se sobrepone a las dificultades de la vida, a las barreras que el machismo le pone y a los celos y maledicencias de quienes creen que el conocimiento, la ciencia, la literatura y hasta la vivencia del placer y de la relativa felicidad terrena pertenecen a un solo sexo.
Por todo ello, La ridícula idea de no volver a verte es más que una novela. Aquel doloroso y estrujante Diario de Marie Curie sirve de triste música de fondo a las reflexiones de la autora sobre todos estos temas, que mezcla con los episodios más apasionantes y sorprendentes de la productiva vida de Marie Curie. Por ahí aparecen, por ejemplo, la lucha interna que enfrentó la científica polaca cuando es invitada a asumir, en la Sorbona, la cátedra de física que había sido de su esposo, y que antes le había sido sistemáticamente vedada a ella, por ser mujer. Asimismo, intercaladas diversas fotografías de los personajes de la historia de Marie, aparecen las referencias a su vida privada, personal e íntima, a su convivencia con su familia de origen, a su tremenda lucha por realizar estudios superiores, al trabajo en condiciones precarias, a su maternidad, a sus esfuerzos por extraer los secretos a la naturaleza, a su dolor de verse sola cuando Pierre y ella eran uno solo en la vida y, finalmente, a su propia enfermedad y muerte por la anemia perniciosa que le provocaron las continuas y temerarias exposiciones a los elementos radiactivos. Casi ciega, Marie murió en 1934, en Francia y fue sepultada junto a Pierre en el cementerio parisiense.
«Querido Pierre, a quien ya no volveré a ver aquí, quiero hablarte en el silencio de este laboratorio, donde no imaginaba tener que vivir sin ti... Pierre mío, la vida es atroz sin ti, es una angustia sin nombre, un desamparo sin fondo, una desolación sin límites... Verte sacrificado de esta manera... Jamás tendré suficientes lágrimas para llorar esto, jamás tendré suficientes pensamientos para recordarlo y todo lo que pueda hacer y sentir ante semejante tragedia es en vano...».
El Diario, completo, insertado al final de la novela, es tan íntimo, triste y doloroso que ningún lector puede pasar por él sin experimentar una intensa emoción.
«Tememos más a la muerte de un ser querido que a la propia muerte». Estas certeras palabras fueron escritas como comentario a un artículo que escribí sobre los epicúreos. Indiscutible.
(Rosa Montero, La ridícula idea de no volver a verte. Seix Barral, 233 p.)
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Estas son las palabras que, a la muerte de su esposo, escribió una singular mujer, polaca de nacimiento y francesa por adopción. Fue la primera mujer en obtener un Premio Nobel en tiempos en que las mujeres simplemente no contaban para la ciencia. Es María Curie, descubridora del radio y del polonio, elementos radiactivos que, paradójicamente, fueron tanto el motivo de su vida como la causa de su muerte.
Marie Curie fue, como la describe Rosa Montero en la novela La ridícula idea de no volver a verte, «una polaca espectacular que fue capaz de ganar dos premios Nobel, uno de Física en 1903, junto con su marido, Pierre Curie, y otro de Química en 1911, en solitario». Y, además, haber entusiasmado y formado a su hija mayor, Irene, quien también ganó el Nobel de Química en 1935, la segunda mujer en obtener ese galardón.
La vida de Marie Curie es, ciertamente fascinante. En la novela, Rosa Montero la retrata en sus episodios más notables: su feroz y terca lucha por realizar estudios en escuelas superiores que no admitían mujeres, en montar un laboratorio en una tejavana, en transportar toneladas de pechblenda, mineral que contiene uranio, y de allí obtener ¡menos de un gramo! de cloruro de radio, que guardó cuidadosamente en un frasco y lo colocó en la cabecera de su cama, sin medir las consecuencias de tan peligroso elemento (unas tres mil veces más potente que el uranio). Casada con Pierre Curie, enfrentó la temprana muerte de este, a los 47 años, al ser atropellado por un carro de caballos. Muerte que, a pesar de ser lamentable, ahorró al científico sufrir un más penoso final provocado por la radiactividad.
En la obra, Rosa Montero narra la génesis de esta novela. Enfrascada en la escritura de otra que abandona al perder la inspiración, recibe un mensaje de la editora de Seix Barral, en el que le propone escribir un comentario sobre un Diario, que le acompaña. Son unas 20 páginas, escritas por Marie Curie a la muerte de su esposo.
Pero no es un libro de duelo, dice la autora. En efecto, más allá de la tragedia que para Marie resultó la pérdida de su querido Pierre, Rosa Montero intercala en el libro, con indiscutible mérito, tanto la tragedia de Marie como su propia vivencia a la muerte de su esposo Pablo y sus reflexiones sobre el valor de una mujer que se sobrepone a las dificultades de la vida, a las barreras que el machismo le pone y a los celos y maledicencias de quienes creen que el conocimiento, la ciencia, la literatura y hasta la vivencia del placer y de la relativa felicidad terrena pertenecen a un solo sexo.
Por todo ello, La ridícula idea de no volver a verte es más que una novela. Aquel doloroso y estrujante Diario de Marie Curie sirve de triste música de fondo a las reflexiones de la autora sobre todos estos temas, que mezcla con los episodios más apasionantes y sorprendentes de la productiva vida de Marie Curie. Por ahí aparecen, por ejemplo, la lucha interna que enfrentó la científica polaca cuando es invitada a asumir, en la Sorbona, la cátedra de física que había sido de su esposo, y que antes le había sido sistemáticamente vedada a ella, por ser mujer. Asimismo, intercaladas diversas fotografías de los personajes de la historia de Marie, aparecen las referencias a su vida privada, personal e íntima, a su convivencia con su familia de origen, a su tremenda lucha por realizar estudios superiores, al trabajo en condiciones precarias, a su maternidad, a sus esfuerzos por extraer los secretos a la naturaleza, a su dolor de verse sola cuando Pierre y ella eran uno solo en la vida y, finalmente, a su propia enfermedad y muerte por la anemia perniciosa que le provocaron las continuas y temerarias exposiciones a los elementos radiactivos. Casi ciega, Marie murió en 1934, en Francia y fue sepultada junto a Pierre en el cementerio parisiense.
«Querido Pierre, a quien ya no volveré a ver aquí, quiero hablarte en el silencio de este laboratorio, donde no imaginaba tener que vivir sin ti... Pierre mío, la vida es atroz sin ti, es una angustia sin nombre, un desamparo sin fondo, una desolación sin límites... Verte sacrificado de esta manera... Jamás tendré suficientes lágrimas para llorar esto, jamás tendré suficientes pensamientos para recordarlo y todo lo que pueda hacer y sentir ante semejante tragedia es en vano...».
El Diario, completo, insertado al final de la novela, es tan íntimo, triste y doloroso que ningún lector puede pasar por él sin experimentar una intensa emoción.
«Tememos más a la muerte de un ser querido que a la propia muerte». Estas certeras palabras fueron escritas como comentario a un artículo que escribí sobre los epicúreos. Indiscutible.
(Rosa Montero, La ridícula idea de no volver a verte. Seix Barral, 233 p.)
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