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Columnas y artículos de opinión
Kairós
Peso liviano. Disculpa ligera. Descoco presidencial
Francisco Montfort Guillén
26 de agosto de 2015
alcalorpolitico.com
Mientras los asuntos torales del país transcurren libremente, el presidente de la república se deleita con la aclaración del uso de sus calcetas. Nada parece perturbarlo. Sin embargo su imagen no es la del líder que enfrenta imperturbable los desafíos nacionales y los asume con toda su gravedad y seriedad. Su apariencia y conducta es la del dirigente formal que minimiza los males, ajeno a los sufrimientos de las mayorías, sin empatía con ellas.
 
La situación de la moneda nacional inquieta a muchos ciudadanos. En efecto, en estos momentos la situación económica y financiera se presta a múltiples interpretaciones. La depreciación del peso tiene aspectos negativos y positivos. Referirse a estos últimos de pasadita, tan sólo para tratar de empatar con sus palabras las percepciones negativas de ciudadanos y críticos que ven en la depreciación monetaria el inicio de un mal mayor, es un acto de irresponsable liviandad política.
 
Si los mercados financieros se mueven en gran medida con base en percepciones, entonces es responsabilidad del presidente incidir sobre las mismas y explicar, a quienes únicamente ven los aspectos negativos de la depreciación del peso, con rigor técnico, que vivimos una situación irregular e inédita. Hace falta esta intervención porque en la memoria nacional, la actual depreciación del peso es vista como una gran devaluación y el indicador central del inicio de una catástrofe económica y no sólo un problema financiero.
 

El peso se ha depreciado frente al dólar en este <<lunes negro>> que <<está en chino>> porque el <<efecto Mao>> se extendió a todas las naciones, pues están indisolublemente interconectadas globalmente. Hasta este momento los efectos negativos de la depreciación, sobre la inflación generalizada de los precios de la mayoría de las mercancías, no ha ocurrido. Y no ha ocurrido por diferentes razones. En primer lugar porque, a diferencia de China que sí ha devaluado su moneda, porque fue una decisión política del gobierno de aquel país, nuestro peso se maneja, después de la crisis de 1994/1995, como una mercancía más, objeto de la oferta y la demanda del mercado. De ahí sus fluctuaciones. Y esta es una fortaleza frente a la crisis internacional desatada por China y en menor medida otros factores, como la indecisión de la FED sobre las tasas de interés en los Estados Unidos, y por la situación de Grecia y de la Unión Europea, principalmente. Se trata, pues, de una crisis externa del sistema financiero y económico de México.
 
Al tiempo que el <<lunes negro>> que puede convertirse en el inicio del <<efecto Mao>> en México, con un peso que rompió intempestivamente la barrera de los 17 pesos por dólar, y se depreció también frente al Euro, el INEGI anunció el menor índice inflacionario para este mes en toda la historia de la medición de este índice. Y es que la depreciación del peso, que no devaluación, no afecta tanto el nivel de los precios de todas las mercancías porque no todas, en especial los alimentos, son producidas en el extranjero, además, no todas las importaciones alimentarias provienen de los Estados Unidos, ni todas esas transacciones se hacen en dólares.
 
Podemos sumar como efecto atemperante de la crisis, que la política monetaria del Banco de México ha sido responsable, actuando con oportunidad, inyectando más dólares a la venta, hasta el nivel que aconseja la prudencia. Su director, el doctor Agustín Carstens es un experto y experimentado director de las finanzas y sabrá dirigir esta crisis con tino. Aunque falta que haga lo mismo Luis Videgaray con el manejo de la economía. Y en este sentido se presenta una paradoja. Al ritmo de la crisis de China, que arrastrará a Brasil, Argentina y demás países latinoamericanos ligados a su economía, por la menor demanda de materias primas y su consecuente depreciación, incluido el petróleo, el mercado interno mexicano está respondiendo con creación de empleos formales e informales y en otros indicadores favorables, que son menospreciados por el ruido infernal de la crisis global. Y es que la depreciación del peso, en efecto, alentará el turismo extranjero, aumentará el valor de las remesas enviadas por los mexicanos en el extranjero, aumentará los ingresos de toda la economía mexicana dedicada a la exportación: autos, sí, pero también autopartes de carros, helicópteros, aviones y frutas, verduras y legumbres. La economía ligada al comercio internacional mediante las exportaciones obtendrá beneficios para el país, aunque éstos serán desiguales regionalmente. Estos beneficios no alcanzan en general a la economía veracruzana.
 

La balanza comercial mexicana de más de 300 mil millones de dólares de exportaciones se convertirá en una fuerte suma de pesos y reactivará el mercado interno. Por supuesto sufrirán con la depreciación los mexicanos que viven en la frontera norte, los ciudadanos y empresas privadas con deudas en dólares, puesto que la deuda pública mexicana es principalmente interna y en pesos. Así que esta crisis, como todas las de su género, dejará ganadores y perdedores y esto debe ser esclarecido por el presidente de la república. Políticamente el peso representa el nivel real de soberanía del país. Económicamente tiene otras connotaciones.
 
Por otra parte, el Presidente de los Estados Unidos Mexicanos convocó a crear una nueva etapa de entendimiento y confianza entre autoridades y gobernados, a construir o, mejor, a reconstruir la confianza entre todos los mexicanos. Lo hizo después de ser formalmente exonerado, junto con el secretario Luis Videgaray, de los conflictos de intereses y del affaire de la ingrata <<casa blanca>> de su esposa. Todo un montaje político con escenario propicio, después de la crónica anunciada de una exculpación legal cierta y…deshonrosa. La conclusión es fatal: resulta que la confusión generada en torno a esos actos de impecable legalidad corrió por cuenta de la ciudadanía, que además, incapaz de comprender los nobles actos de gobierno, se comportó caprichosa y se sintió ofendida. Por eso nos ofrece de regalo una disculpa. Y entonces los ciudadanos, por torpes y y mal pensados, debería de pedir perdón por mal interpretar las situaciones.
 
Nuevamente estamos frente a una conducta de liviandad irresponsable del Enrique Peña Nieto. Pide confianza entre autoridades y gobernados después de ser burdamente exonerado por un subordinado suyo designado exprofeso para tal tarea. Siempre supimos que legalmente no existía problema. Pero no ha ofrecido ninguna muestra de ejercicio de la ley para castigar actos de corrupción y de conflicto de intereses, escandalosamente exhibidos en el estado de México cuando él fue gobernador y que continúan con el gobierno de Eruviel Ávila. No mencionó palabra alguna sobre las razones para cancelar, de un telefonazo, la construcción del tren rápido México/Querétaro y el costo de esa cancelación, derivada precisamente del tropezón hecho público del <<affaire casa blanca>>.
 

Con engaños o simulaciones es imposible reconstruir la confianza entre autoridades y gobernados. Con las conductas públicas equívocas, no puede renacer la esperanza. Sin aplicar la ley de manera correcta, la vida entre ciudadanos: empresarios, estudiantes, maestros, obreros, campesinos, empleados, amas de casa, niños resulta una competencia por ganar sin escrúpulos cualquier diferencia o disputa, por pequeña que sea. Sin normar nuestras conductas mediante la aplicación de la ley, no aparecerán las virtudes ciudadanas, esas que generan solidaridad, respeto mutuo, confianza ciudadana.
 
La ausencia de liderazgo auténtico en el presidente de la república, de un dirigente en quién confiar, de un ser humano empático con los gobernados, a quienes no escucha pero si obliga a que lo escuchen todos los días y bajo cualquier aspecto, provoca desánimo y hasta enojo entre la ciudadanía. No es gratuito que, al menos entre los priistas, el dedazo a favor de Manlio Fabio Beltrones causara alegría desbordante. Los priistas no criticarán el pasado de su nuevo presidente de partido: sienten seguridad en sus posiciones porque son guiados por alguien en quien confían a ciegas, así se trate de una persona de oscuro pasado. Por eso los priistas están felices: tienen seguridad, dejarán de simular su amor por la democracia, no los cuestionarán sus propios jefes por sus malas conductas públicas, a cambio de la fidelidad incondicionada sobre las decisiones del líder partidista. Su líder nuevo (¿?) es como ellos lo querían, igual a sus modelos de conducta, cumplidor de compromisos, de favores pero también de amenazas y castigos.
 
No es el caso de Enrique Peña Nieto para con todos los mexicanos. Él es el primero en no cumplir con las leyes, en simular exoneraciones, en regodearse con discursos que apenas son recibidos con paciencia y resignación por sus públicos cautivos, en sus mítines arreglados para cada ocasión. Parece mentira pero hace extrañar el arrojo y la cultura de Felipe Calderón. En fin: tenemos un presidente enmascarado por simulaciones, envuelto en liviandades, en vanidades, en banalidades en momentos de gran incertidumbre internacional y nacional. Sus modernas reformas, necesarias, útiles e indispensables no le alcanzan para desdoblarse en líder y lo deja parado como un jefe cuyo único poder proviene de la organización institucional que dirige, con poco tino, por cierto.