icono menu responsive
Columnas y artículos de opinión
Hemisferios
Turquía: historias comparadas
Rebeca Ramos Rella
2 de abril de 2014
alcalorpolitico.com
La democracia no es perfecta en ninguna parte del mundo. Es un proceso en constante edificación. Puede estar en transición; estancada, lapidada; alentada, fortalecida, amenazada, pero en cualquiera de sus etapas de evolución, es hoy el sistema de vida que en su máximo esplendor, debe garantizar crecimiento, igualdad, bienestar, respeto y ejercicio pleno de derechos. Esa es la aspiración y en la ruta, están las naciones del orbe. Nadie puede cantar la victoria de una democracia consolidada aún. El reto continúa para ser superado.
 
Hoy la democracia es el medio y la meta. La condición para la coexistencia civilizada, armoniosa, en derecho, en respeto y reconocimiento que de entrada, define el avance de los Estados, sociedades y gobiernos. Aquellos países que no han transitado hacia la democracia son las dictaduras que todos desprecian y condenan. Y también aquellos regímenes donde la democracia sólo se queda en el proceso electoral, es raquítica; es mediana, es una farsa.
 
Algunos analistas especializados acuñan el término de la “dictadura democrática”, como el sarcasmo que entraña la contradicción y la crítica a regímenes embusteros, donde los gobernantes utilizan las elecciones como la legitimación de su arbitrariedad, del abuso del poder y de su reelección tras reelección. Desgastan y envilecen a la democracia en sus preceptos e ideales sustanciales, haciendo uso de las mayorías votantes para dar validez y respaldo social a su ambición, a su unilateralidad; a la corrupción que encabezan y toleran y a las persistentes violaciones de derechos humanos. Apelan al apoyo de las mayorías en las urnas para conservar el dominio y esconder, con los votos, la vena dictatorial, que los seduce y los extravía del ideal democrático.
 

Disuelven, manipulan congresos o asambleas generales; compran, encarcelan, destierran a los opositores y censuran a los medios de comunicación. Estos déspotas gobiernan solos, con los adeptos temerosos de contradecirlos  y con los que se privilegian con lujos y negocios gracias a la deferencia del guía que se erige como líder asentado en el porcentaje de “confianza” o refrendo a su gobierno, por medio de los sufragios; acuden al populismo mesiánico, al populismo religioso, a la demagogia y en el nombre de la democracia –meramente electoral- hacen lo que les place. No hay ley más que la suya. Reproducen al Leviatán hobbesiano donde las libertades individuales se supeditan a todo lo que se considere atentado al “orden público”, es decir a lo que el gobernante considere que pone en riesgo o en sospecha, su mandato.
 
Hace unos meses, un proyecto urbanístico en una de las ciudades más bellas y visitadas del mundo, que otorga al país ser la sexta potencia turística global, suponía la tala de cientos de árboles en el Parque Gezi, en el Centro Histórico de Estambul. Pronto la inconformidad de jóvenes, estudiantes y ambientalistas se desató. La protesta pacífica se volvió una grosería para el régimen que usó gas lacrimógeno, tanquetas de agua y no reparó en violaciones de derechos humanos para acallarlos. Lo único que logró fue desbordar ánimos que llenaron calles, plazas, redes sociales y la opinión de los observadores políticos, líderes mundiales y partidos opositores nacionales que condenaron la agresión contra la libertad de expresión y de manifestación. De esa represión miles fueron heridos y encarcelados; ocho personas murieron en las trifulcas. El último, un adolescente de 15 años, sucumbió al coma causado por una bote de gas lacrimógeno, que lo postró más de 8 meses y cuya muerte, se volvió símbolo de unión y de repudio contra el gobierno y la brutal fuerza policial, en un funeral celebrado por cientos de miles, que fue dispersado de igual forma.
 
Para muchos, ese fue el inicio de la Primavera Turca, en su definición particular. El Gobierno se defendió argumentando que en aquella región, no hay dictadura, sino una democracia que florece. Ciertamente Turquía ha vivido una era de expansión económica y de reformas políticas que hoy posicionan al país como el más estratégico en la región, como nunca antes en su historia.
 

Las elecciones, la diversidad de partidos; la libertad de mercado, la candidatura a la membresía de la Unión Europea y la amistad conveniente, alianza cercana de Obama con  el Primer Ministro Erdoğan, benefician a la cuña entre Europa y Asia, que es Turquía, como un contrapeso vital, en medio de un polvorín cada vez más complicado y peligroso desde que estalló la guerra civil en Siria. Estatus que se ha fortalecido en la geopolítica de la región, con el asunto Crimea-Ucrania-Rusia.
 
A diferencia de la brutalidad contra civiles manifestantes, el gobierno turco ha sacado provecho de su condición de árbitro confiable para Occidente, en los conflictos de Medio Oriente, llenando el lugar y la acción diplomática que en otros tiempos tuvieron Líbano, Jordania y Egipto.
 
Turquía es refugio de miles de exiliados sirios; apoya a los rebeldes moderados anti-Al Assad; en su momento medió con el gobierno egipcio de Mursi, desde julio pasado depuesto y ha hecho las paces con Israel, tras el ataque de Tel Aviv contra una embarcación turca que llevaba ayuda humanitaria a la Gaza ocupada.
 

Sin embargo, la enemistad con el régimen de Al Assad ha arreciado últimamente. Se derribaron aviones; ha habido bombazos en ciudades fronterizas. Ha crecido la amenaza de una guerra a causa de actos de provocación del régimen sirio para “ocupar” el área donde se encuentra la tumba de Süleyman Shah, el fundador del Imperio Seljuk en Anatolia y que significa un monumento histórico y muy apreciado para los turcos; pero que se encuentra en la región de Aleppo, a unos 25 kilómetros de la frontera común, donde los combates arrecian cada día. Hay un tratado renovado desde 1936, que garantiza al Estado turco la soberanía de ese lugar, pero hoy es una auténtica manzana de la discordia que podría desencadenar un intercambio bilateral más sangriento y de repercusión global.
 
En este escenario, en lo doméstico, el Gobierno turco que sobedimensiona la personalidad y liderazgo del Primer Ministro, ha abonado en su contra la animadversión de la mitad de la población que gobierna, con la adopción de leyes y posturas más allá de lo moderado. Hay quienes acusan la “islamización” de la política en Turquía. Algunas medidas han molestado a la población que cree en la democracia y en valores universales y en derechos civiles y sociales, menos moralistas y más abiertos. Erdoğan abolió, por lo pronto, la prohibición del velo o mascada en la cabeza de las mujeres, que el Padre de Turquía, Mustafa Kemal Atatürk impulsó. El Primer Ministro se ha metido hasta en la vida conyugal de los turcos, al “sugerirles” que conciban por lo menos tres hijos. Ha decidido prohibir dormitorios universitarios, donde convivan ambos géneros.
 
Sus discursos han recurrido a la polarización más que a la reconciliación, a la tolerancia, a la unidad, como bandera. Ha prometido acabar y perseguir “hasta sus guaridas” a sus enemigos, dígase opositores, periodistas, extranjeros que considere espías o alborotadores del orden público. Ha culpado a fuerzas externas de los disturbios y protestas ciudadanas. Ha empujado la teoría del complot y de la estructura alterna dentro de su gobierno, que busca su derrocamiento. Al denunciar culpables, rivales y odios, ha incrustado miedo en la población.
 

En el colmo. En diciembre pasado se descubrió una red de corrupción de altos funcionarios de su gobierno, los hijos de éstos y algunos de sus familiares, todos metidos en sucias maniobras con empresas petroleras de Irak. Incluso han salido versiones de cuentas a su nombre en Suiza, por miles de millones de euros.
 
La efervescencia pre-electoral que ha vivido Turquía desde meses pasados ha enrarecido el ambiente; tanto que en la jornada electoral local reciente, se preveían toda serie de malos augurios.
 
El movimiento ciudadano del Parque Gezi que llegó a politizarse con la participación de organizaciones, sindicatos y partidos opositores, se sumó a las denuncias que otra organización social turca comandada por un ex aliado del Primer Ministro, un académico que tiene una red de escuelas en todo el mundo, Fethullah Gülen, que vive exiliado en Pennsylvania y a quien se le señala como el destapador de la cloaca de la corrupción intragubernamental, desde el Poder Judicial, donde conserva afiliados de peso político, que han sido propiamente renunciados, investigados y exhibidos como traidores y complotistas.
Bien dicen que el peor enemigo es un examigo, porque sabe demasiado. Este es el caso.

 
Y en la guerra sucia pre-electoral, alguien grabó al Primer Ministro dando instrucciones a su hijo para desviar recursos públicos; alguien más filtró a Youtube, un video de una reunión confidencial en las oficinas de la Cancillería turca, donde los altos mandos discutían la posibilidad de atacar Siria, con el pretexto de la Tumba histórica; como estrategia electoral partidista y como un acelerador de la solución al conflicto, donde forzosamente Occidente, la OTAN, la Unión Europea y Estados Unidos tendrían que apoyar a Turquía. Un escándalo por ambos sentidos.
 
La revelación de actos arbitrarios, el evidente espionaje y la vulneración de la seguridad institucional, enfurecieron al Primer Ministro quien de inmediato le cerró la llave a los turcos para acceder a Twitter y a Youtube, lo que se consideró en el orbe como un grave error y como una agresión contra la libertad de expresión. Y pese a que han negociado la reapertura, el Gobierno no ha concedido.
 
Así finalmente se celebraron las elecciones locales en las 81 regiones de Turquía, que ciertamente, significaban el refrendo social al Gobierno de Erdoğan y para su partido. Se renovaron en Comunidades, miembros del Consejo de Provincia; alcaldes de distritos; líderes comunitarios y el Consejo de los Mayores. En 51 Provincias, además se eligió un Consejo Municipal y en las 30 Municipalidades Metropolitanas, también se votó por Alcaldes municipales metropolitanos. El padrón contaba 52.6 millones de votantes, según informó la Alta Junta Electoral.

 
Se disputaron las simpatías: El Partido de la Justicia y el Desarrollo, moderado islamista; el Partido Republicano del Pueblo, la izquierda que agrupa a intelectuales y profesionistas; el Partido del Movimiento Nacionalista. El primero es el partido en el poder desde hace 12 años y su cabeza y creador es el Primer Ministro Recep Tayyip Erdoğan, al lado del menos denso y conciliador Presidente Abdullah Gül.
 
Como en película vista, las denuncias de fraude; la aparición de boletas a favor de la oposición, olvidadas y desechadas en bolsas de basura; los heridos en los centros de votación; el ejército de observadores de los partidos que reclaman chanchullos, irregularidades y demás; el súbito apagón, en algunas regiones, que ha justificado el Ministro de Energía, como travesura de un gato; los discursos triunfalistas sin resultados oficiales; el mensaje de victoria, de advertencia, persecución y de empoderamiento de Erdoğan en la noche de la elección y los madruguetes, han sido la nota del día; además de las movilizaciones ciudadanas, de jóvenes, partidarios, estudiantes y sindicalizados, que han sido nuevamente dispersados con agua y gas, a macanazos y amenazas por las policías locales, sobre todo en Ankara.
 
Pero el día de la elección, acorde a reportes de encuestadoras, ni la corrupción, ni las cuentas suizas, ni el espionaje y los desplantes despóticos del gobernante; ni la labor de los Güllenistas por exhibir el doble discurso del Gobierno, determinó apoyos o rechazo significativamente a la hora de la decisión electoral.

 
Efectivamente, a un año de encuestas de opinión que rayaban el 53% de respaldo ciudadano, el bajón fue de casi 5-7 puntos para el partido en el poder. Sin embargo las prácticas mañosas que bien conocemos en México, están haciendo mella en la desconfianza de una parte de la población, esencialmente entre los jóvenes que reunidos en la sede del partido de izquierda en la capital turca, están checando con sus computadoras, toda clase de irregularidades y denunciándolas como pueden, porque sigue el bloqueo en redes sociales.
 
La polarización que se vive en Turquía, según el análisis de las encuestas postelectorales, fue la mejor estrategia del Primer Ministro para ganar. Además de la falta de real competencia política y electoral por parte de la oposición y del discurso de identidades y maniqueísmos que tanto le sirvieron. Los ellos contra nosotros; los traidores contra los servidores a las nación.
 
Los expertos concluyen sobre los sondeos de opinión tras la jornada, que los turcos omitieron y soslayaron los excesos del gobierno, en base a su satisfacción por la calidad de vida y servicios que les brinda el gobierno. Por eso votaron y en mayoría por el Partido gobernante. La segunda fuerza conservó algunos bastiones tradicionales. Tal vez la mejor noticia fue el triunfo de 3 mujeres como Alcaldesas, unas con velo o mascada, otras no.

 
Adicionando, la democracia electoral en Turquía da lecciones interesantes, que en México, en cierta medida hemos superado, que no erradicado. La competencia por el poder es igual en todas partes del mundo y las fechorías para conservarlo, también. Pero la democracia no culmina en lo electoral. El voto y el respeto a la voluntad ciudadana es una ruta nada más. El riesgo es que se institucionalice y se legitime el autoritarismo a través de las urnas y por mayoría. Se recurre al pretexto inobjetable de la elección democrática, para imponer lo contrario: la exclusión, la intolerancia, la violencia, la represión, el sometimiento, el miedo.
 
La victoria para el ingenioso y hábil Primer Ministro turco lo fortalece; es el aval social mayoritario que necesitaba para continuar con su política cada vez más nacionalista, conservadora, islamista y opresora de los derechos civiles y humanos de sus compatriotas, que disienten de él. Los líderes del orbe lo han felicitado pero lo convocan a no trasgredir más la libertad de expresión y de manifestación, signos fundamentales democráticos.
 
Pero Erdoğan es un gran líder, lo entronan las masas y les ha prometido nunca dejar de serle útil a su patria. En las historias comparadas, con toda proporción guardada, el Primer Ministro pareciera el tlatoani, el Preciso de un gobierno de hace 50 años en México, en la plenitud del Presidencialismo arcaico. Es una historia que ya conocemos acá. La democracia en Turquía, una potencia regional estratégica como México, ambos miembros de los MIKTA, aún tiene largo trecho que conquistar. Vencer las contradicciones y las tentaciones de rasgos tiránicos que la ponen en peligro. Y como ya lo vivimos también, esta historia no termina; dará para más.


[email protected]