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Columnas y artículos de opinión
Hemisferios
Sin igualdad no hay progreso
Rebeca Ramos Rella
10 de marzo de 2014
alcalorpolitico.com
Los diagnósticos; los porcentajes, las cifras; las vivencias y los testimonios. Toda esa información arriba a una sola conclusión: la Igualdad de Género significa progreso para todos. Este es el lema de ONUMujeres, con el que se celebró en el calendario global, otro Día Internacional de la Mujer y que abre una perspectiva amplísima de análisis, reflexiones, estudios, recomendaciones y compromisos, para continuar el avance, todavía lento y atropellado, hacia la plena igualdad, que hoy aún es la batalla en la realidad.
 
Como cada año, los diarios, los organismos internacionales, los gobiernos; asociaciones y grupos, legisladores; centros de estudios, las feministas y las y los “líderes de opinión”, a nivel nacional y mundial, rememoran esta fecha con una lista de fríos y cuadrados datos –algunos optimistas; otros humillantes-, pero la verdad viva y latente, la vivimos y la padecemos las mujeres. En México las 60 millones que según el Presidente hacemos de éste un mejor país, no podríamos decir lo mismo de los varones que concentran la toma de decisiones que a todas y a todos impactan, pues son las mismas legisladoras federales las que se quejan de exclusión, falta de reconocimiento, mayoriteo masculino; cerrazón para involucrarlas en la operación política y en los debates de leyes y reformas. Critican la masculinización del fenecido Pacto por México, que en efecto, en sus primeros 95 compromisos, en ninguno se refirió a la Igualdad de Género.
 
Quizá por esas omisiones, que son discriminación, hoy reporta el INEGI que las 19.3 millones de mexicanas que trabajamos, ganamos 30% menos que los profesionistas masculinos por el mismo puesto; que por cada 10 horas de labor femenina, ellos trabajan sólo 8.5 horas; que casi un millón de mujeres aptas productivamente, están hoy desempleadas y 1.3 millones, subocupadas.
 

Por su lado el CONAPRED registra una terrible realidad. Las mujeres en México somos discriminadas por doble: por inequidad de género y por pertenecer a grupos vulnerables; es decir, somos violentadas en nuestros derechos humanos fundamentales, por el sólo hecho de ser mujeres y además por ser mujeres pobres; migrantes, indígenas, ancianas; por ser afrodescendientes, discapacitadas, trabajadoras del hogar y reclusas.
 
Y si nos adentramos en el pozo segregacionista, lo subjetivo cuenta para agredir derechos e igualdad de oportunidades y no reconocer capacidades en el ámbito laboral. El requisito de la “buena presentación”; el atractivo físico, la edad, estatura, color de piel, fisonomía, también preponderan para acceder a un empleo o a un ascenso. El culto de la sociedad machista necea en vernos como objetos sexuales, más que como agentes productivos y menos como agentes del cambio, que ellos no quieren, por supuesto. Y debo decirlo, las mujeres podemos tener un poco de responsabilidad en esto, si no reflexionamos en la cultura excluyente, sexista y de estereotipos que nos han inculcado por siglos y que reproducimos al sucumbir y aceptar estos condicionamientos denigrantes.
 
La gran reforma a favor de la Paridad, se ha quedado corta con la ley político-electoral que ahora sentencia a los partidos a presentar candidaturas a puestos de elección popular, 50% ellas; 50% ellos. ¿Acaso el aumento al porcentaje nos expanda la esperanza de vernos mayormente representadas en el Congreso Federal? La cantidad no necesariamente aterriza en la calidad. Nadie podría afirmar que las candidatas serán seleccionadas entre las luchadoras por la Igualdad; nadie podría garantizar que todas llevarán consigo la bandera de la sororidad a favor de las millones de mujeres que habrán de representar.
 

La cultura de la sumisión; del machismo androcéntrico; del predominio patriarcal, del sistema político y social vertical, masculino y aún autoritario, donde ellos imponen su visión y sus reglas y, ellas consienten, callan, “obedecen a los jerarcas” por intereses personales, políticos o de partido, nos la han taladrado tanto que difícilmente la rebelión razonada se manifiesta el resto de los 364 días del año. Pero es un pequeño avance. Ya se verá si más mujeres en el Congreso reflejan beneficios a las demás. Si la cantidad, genera calidad en reformas y leyes que empoderen a las mujeres; que las saquen de la pobreza, invisibilidad, injusticia y del horror de la violencia de todas formas.
 
El saldo negativo que persiste y que nadie resuelve es el de la disparidad salarial. No hay igual remuneración ni trato parejo en ventajas laborales; persisten los despidos injustificados a mujeres embarazadas, en los ámbitos público y privado, padecemos falta de acceso al empleo y a prestaciones; a seguridad social, a subir en el escalafón. Y aunque el flagelo es mundial, ese no es consuelo. Registra la OIT que en el orbe, la tasa de desempleo en mujeres es de 20%; la brecha salarial entre hombres y mujeres es de 25% y la participación de las mujeres en el mercado laboral es de 25%.
 
En América Latina, la participación laboral de las mujeres se elevó a 53% en 2010 contra el 79% de la de los hombres; hoy, la tasa de desempleo femenina es de 9% mayor al 6.3% masculino. Y el colmo. El 54% de las mujeres en la población económicamente activa alcanzan más de 10 años de educación formal, contra el con 40% de los hombres. Otro. El 23% de las mujeres que trabajan, cuentan con educación universitaria completa e incompleta, en contraste con el 16% de los hombres. Y aún percibimos el 68% de lo que ellos ganan por la misma actividad. La disparidad es de 32%. No se vale.
 

En la moderna Unión Europea la cuestión no cambia. La Comisión Europea reporta que allá las mujeres ganan 16% por hora, menos que los hombres, lo que en los dos últimos años arroja un 30% de disparidad, lo doble de la media. Andan como nosotras, por cada euro o peso que ellos devengan completo, nosotras apenas rayamos 70 centavos, por el mismo puesto y encomiendas.
 
Una vez más el llamado de todo el sistema multilateral de Naciones Unidas es a destruir los techos que impiden el avance de las mujeres. La Igualdad de género, la no violencia, los derechos y el empoderamiento de las mujeres son la clave para que los países alcancen niveles de desarrollo, bienestar y progreso; son la solución a la pobreza y desigualdades; son la fórmula para que construir sociedades más democráticas, en mayor entendimiento y paz.
 
La innovación este año es la campaña “HeforShe”, que involucra a los hombres a alzar sus voces para concientizar a los demás sobre la gran responsabilidad colectiva de respetar y hacer valer los derechos de las mujeres, no sólo porque es lo justo, lo legal y lo más inteligente, sino porque así, se asegura la superación de rezagos, la prevención de conflictos, la derrota de desigualdades económicas y sociales y la erradicación de la cultura discriminatoria, que impiden a los países crecer y a las sociedades aspirar a mejorar su calidad de vida.
 

El enfoque de este siglo trasciende la paridad de género en el acceso a bienes recursos; en el respeto y garantía del ejercicio de derechos fundamentales; en la conciencia social sobre las formas de violencia, de invisibilidad e inhumanidad contra las mujeres.
 
Plantea la promoción de una transformación real en las relaciones de género, donde los hombres y las mujeres entierran por siempre la herencia cultural y social que persiste en la interacción cotidiana.
 
Es una convocatoria a modificarnos el chip, a desaparecer concepciones y prejuicios, roles y etiquetas, que en la práctica, continúan agrediendo, excluyendo, devaluando a las mujeres y a su aportación productiva, social, cultural y política. Y en esto, vamos todas y todos. Es tarea de la Humanidad; de sociedades, comunidades, gobiernos, sectores y de las familias. La reeducación es la llave y también el abandono de la hipocresía de líderes, gobernantes, empoderados y de las empoderadas que desde las altas esferas del poder, olvidan y detienen el adelanto de las mujeres.
 

“Nos tienen miedo” acusa una legisladora federal. “No nos dejan operar”, revela otra.
 
Por siglos, los varones han concebido las relaciones con el género de enfrente, en base a la obediencia, la sumisión, el control y la anulación, que han llevado a la violencia y, a la pobreza, al subdesarrollo, al conflicto social, hasta a la guerra.
 
El Día Internacional de la Mujer, debe ser la celebración de las conquistas y la renovación de la lucha por la causa. Y la causa es de hombres y mujeres. Y desaparecerá, el día que haya Igualdad y ya no sea necesario el festejo de un día dedicado a las mujeres.
 

Será el día que la taxista de 24 años, madre soltera que me llevó, ya no traiga a su pequeño de 2 años en el asiento delantero, durante 12 horas de jornada, porque no tiene quién “lo cuide” ni dinero suficiente para pagar una guardería, ni la tranquilidad para dejárselo a su madre enferma y anciana. Ella ya no tendrá necesidad de privarlo de correr y disfrutar del juego y de lo mucho que un niño de su edad quiere hacer. Tendrán otra vida y otro día distinto.
 
La nueva relación entre las dos mitades de la población es vital en respeto y reconocimiento; en apoyo mutuo y en oportunidades y crecimiento, equitativos. Sólo así puede avanzarse a la libertad de todas y de todos. En tanto seguiremos siendo cautivos de nuestros mitos, miedos y resentimientos; de nuestra incapacidad, para reconocer en el otro, en la otra, el mismo derecho, la misma posibilidad.

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