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Columnas y artículos de opinión
Hemisferios
La manipulación de la desconfianza
Rebeca Ramos Rella
24 de febrero de 2014
alcalorpolitico.com
¿Por qué los mexicanos dudamos de lo bueno que puede lograr el Gobierno? ¿Por qué a todo lo que leemos o nos enteramos por los medios, el internet o redes sociales, en el caso de querer estar informados y cuando no, por meras oídas y comentarios de café, le rebuscamos un trasfondo? ¿Por qué siempre nos inunda la sospecha, si el Gobierno, el Presidente, el Gobernador, el Alcalde; si los diputados, senadores, si el Ejército, si los jueces, si cualquier servidor público anuncia algo positivo, conquista un reconocimiento, resuelve algo importante o gana algo para México, para nuestra comunidad o estado, a todo le ponemos peros, misterios, recovecos?
 
¿Por qué no podemos construir una visión objetiva de los hechos y acciones y aprendemos a no sucumbir en la tentación de la desconfianza de facto?
 
Si el Presidente Peña ha salido en la portada de la Revista Time, con el famoso “Saving Mexico” ¿Por qué la avalancha de burlas, descalificaciones y ofensas en la red, si ni siquiera se leyó el contenido del artículo de la famosa publicación? ¿Por qué el juicio sumario implacable a priori, sin ningún fundamento de debate que sustente la rabia social virtual contra algo que nadie se tomó la molestia de conocer a fondo? Sorpresa mayúscula de los rabiosos ignorantes cuando lean el contenido agudísimo; las críticas al Presidente y entenderán el tono sarcástico del “Saving Mexico”, como un posible neopresidencialismo unipersonal reloaded; como un neomesianismo cimentado en la elite priista de viejas mañas aún, que acusa la revista. Pero no. La cuestión era denostar a Peña en la democracia virtual que se presume muy bien informada, pero que usualmente derrapa en la manipulación de la ignorancia colectiva y en la reacción acelerada.
 

Lo mismo se evidenció hace poco, cuando Obama y Harper visitaron Toluca, para celebrar una muy lánguida y meramente protocolaria Cumbre de Líderes de América del Norte, que esta vez, quedó enana frente a lo rimbombante de su denominación y de sus posibilidades. Algunos cientos de mexicanos –de la CNTE y del SME y supuestos estudiantes, claro- fueron acarreados, con recursos quien sabe de quién o quiénes, para manifestarse “en contra” de la Cumbre; ningún entrevistado supo explicar en referencia contra qué temas o actividades del encuentro se pronunciaban, ni tampoco de qué manera la presencia de tan distinguidos personajes, los perjudicaban o al país.
 
No faltaron los gritos del señor López Obrador que como siempre soltó que ambos venían a agradecerle a Peña, “el remate del petróleo“, en su necedad e irresponsabilidad mentirosa, manipulando con su desgastado discurso de que se está vendiendo el patrimonio energético de los mexicanos; de paso torció la percepción de la hospitalidad republicana y la atención de un evento de este nivel, a manos del anfitrión, como un supuesto “servilismo” y más allá, utilizó perversamente la estatura de Peña, entre dos hombres altos, para burlarse y afirmar “el poco tamaño político” del Presidente, entre los vecinos norteños. Y muchos, le compraron y creen en sus planteamientos.
 
A la noticia que dio vuelta al orbe sobre la detención de El Chapo Guzmán, la suspicacia, la duda, el juicio que afirma, inundó las mentes y las redes: “No es El Chapo, no se parece, lo suplantaron”; “Es cortina de humo” -¿¿Para qué o de qué??- “Pactó con el Gobierno”…”Quién les va a creer que se entregó sin un disparo”…”Fue para quedar bien con Estados Unidos”…sigue la cantaleta de descrédito social contra la acción contundente del Estado Mexicano. El chiste es defenestrar a Peña y a todo lo que hace, logra y cumple; y si se equivoca y si se tropieza, si lee mal, si no lee, si traduce las cifras en inglés y en español, se festeja.
 

La incredulidad en los servidores públicos y las instituciones nos corroe, nos tortura, nos hace ciegos, ignorantes y tercos. Nos recorta la mira; nos torna en presas fáciles de los gigantes manipuladores que del desconocimiento y de la apatía por cerciorarnos más, por analizar y reflexionar más profundo lo que vemos, vivimos y nos enteramos, sacan raja, para sus intereses personales y políticos; para saciar sus ambiciones, su frustración y su venganza.
 
Somos pueblo desconfiado en la política, en los políticos, en los partidos y en los gobiernos y sus integrantes. Y en algo se sostiene esa desconfianza y crece. Es el saldo de un sistema político y social, aún vertical y autoritario, que persiste en la concepción y en la conducta política en muchos estados y localidades del país; es la hipocresía de las elites gobernantes y de ciertos líderes y representantes, que ahora han de cuidarse más frente a leyes más democráticas, que han de cumplir, aplicar y respetar; frente a la constante vigilancia ciudadana que a todo le encuentra laberinto, oscuridad, doble fondo; es la batalla contra la lupa de las redes sociales, que opinan, malinforman, desinforman, informan, generan percepciones a veces incorrectas, ignorantes y vulgares y agreden inmisericordemente.
 
Si algo sobresale siempre en el discurso de quienes gobiernan y representan y deben servir, es la aspiración de contar y reconquistar la confianza ciudadana, asentar en los hechos el fortalecimiento de las instituciones y dejar diáfana la honestidad de quienes las hacen vivas y eficaces, o debieran transformarlas como tales. Pero la costumbre se ha hecho regla. Lo positivo, la buena intención, los resultados que benefician, se empañan con la actitud y los excesos de otros, que subsisten y peor, que se consienten desde altas esferas del poder.
 

La falta de credibilidad y la cultura de la sospecha es el residuo de décadas de abusos de poder; de corrupción y de impunidad; de no aplicar la ley como debe ser; de mentir, manipular y engañar al colectivo. Ya nadie ostenta el monopolio de la sospecha. Todos los colores y partidos han demostrado que se parecen mucho a la hora de ejercer y competir por el poder. No somos país de santos, ni de pulcros; tampoco de corruptos, criminales y perversos. Pero la integridad y la notabilidad, no nos es innata. Hay que aceptarlo; lo que señalamos en otros con razón o no, nos es cotidiano: desconfiamos del vecino, del taxista, de los litros de gasolina; del banco, de los compañeros de trabajo, de la pareja, de los amigos, de todos, unos contra todos.
 
Pareciera que el ser ventajosos, pisar al otro para ganar, para avanzar, para lograr, es la máxima y a todo estrato y en todo orden. Es la olla de los chapulines o de los cangrejos, según la región del país.
 
Reporta la última encuesta social del Gabinete de Comunicación Estratégica que 6 de cada 10 mexicanos confiesa no confiar en la mayoría de la gente. Registra que la confianza en el Gobierno Federal llega sólo a 9.9%, superado por la Marina, 46%; el Ejército, 43%; la Iglesia con 41%. Nadie se lleva los laureles.
 

La ausencia de credibilidad social tiene su origen y justificación. Pero los extremos nos dividen, nos confrontan y nos sitúan como sociedad de ignorantes, irreflexiva y manipulable. Si hoy las tecnologías de la comunicación nos abren el espectro de una realidad con diversos matices, lo correcto y lo sensato es forjarnos una opinión propia; tenemos el horizonte de todas las partes para emitir un juicio. Pero la polarización que acusa y condena sin analizar o que aplaude y halaga y apoya sin balancear pros y contras, tampoco es saludable.
 
Nos debería de enorgullecer que el criminal más buscado del mundo, cayó. Es un hitazo de este Gobierno contra quienes dañan gravemente al país y a los jóvenes. Si hemos de ejercer nuestros derechos de libre expresión y de manifestación, hagámoslo razonando las causas; no seamos manadas descerebradas. No adoptemos el resentimiento de unos como bandera de todos. Si el líder mundial más poderoso del mundo felicita al Presidente y al país por las reformas aprobadas, en lenguaje estratégico, eso significa un espaldarazo y el beneplácito que  fortalece los intereses de ellos con respecto a nosotros. Ya quisiera Obama lograr sus reformas, los consensos, las oportunidades de esos acuerdos en Washington, que aquí, Peña y los partidos han consumado.
 
En la democracia, cada uno tiene derechos y libertades. Usémoslas con inteligencia. Y si no nos convencen quienes nos gobiernan y nos representan, están las urnas y las organizaciones sociales para expresar nuestras protestas justas y centradas en la realidad, no en supuestos, ni en dichos ni en suspicacias sin raíz.
 

Ciertamente los privilegios, la exuberancia, la prepotencia de los mareados y cautivos del poder, que por años y años hemos atestiguado; la corrupción que aún florece, la impunidad que disfrutan delincuentes de todo nivel, nos indigna, nos predispone a las dudas. Pero en los ciudadanos está el cambio de actitud y de la forma de concebir y asumir nuestro entorno. No nos dejemos llevar. Abandonemos los extremismos y los absolutos; los rencores que obnubilan el juicio. Tratemos de ver los dos lados de la misma moneda y razonemos.
 
Que nuestra desconfianza no nos convierta en rehenes de los ignorantes y de los codiciosos, que vencen si nos enfrentan. La sociedad del conocimiento de este siglo, no sólo nos favorece al ponernos más cerca, herramientas de información y al momento de los sucesos; también nos obliga a analizar lo que nos llega y a forjarnos una opinión más equilibrada.
 
Es deber ciudadano estar informados y participar. Y frente a la avalancha de información, datos, imágenes y acontecimientos, nuestra responsabilidad social es no dejarnos manipular.
 

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