La mayoría de los habitantes de la colonia Santa Teresita que atestiguaron el accidente aéreo de esta mañana, en el cual perecieron tres personas, coinciden en que la avioneta traía uno de los motores incendiados, y los pilotos hicieron todo lo posible por librar las humildes viviendas de la zona y tratar de aterrizar en despoblado.
Sin embargo, cuentan, por lo accidentado del terreno, a pesar de que era arena, no lograron la maniobra y terminaron estrellándose en medio de una explosión que terminó por despertar a los colonos que aún estaban adormitados al filo de las 9:00 AM.
Uno de ellos, el joven Fernando Fuentes Contreras:
“Mi mamá entró corriendo. Me dijo que se había caído un avión, que todos iban para allá porque las personas pedían ayuda. Me fui bien duro y oímos los llamados de una muchacha (Josefina Ruiz Valdez) que pedía que rescatáramos a ella y a su mamá (la finada Josefina Valdez Quintanilla)”.
En medio de un montón de policías, periodistas y demás autoridades que no quieren perder detalle del relato, Fernando cuenta como al llegar a la escena de los hechos se encontró con la avioneta desbaratada.
Dentro, la joven Josefina, sentada y con manchas de sangre, llorando, efectuaba llamadas por teléfono celular, al parecer, a sus familiares para avisarles del accidente y que las fueran a rescatar.
Sin pensarlo, apoyado por otro vecino, se introdujeron al destartalado fuselaje de la nave aún en llamas, y como pudieron la salvaron.
“Ella nos pedía que por favor sacáramos a su mamá, que aún estaba viva, y cuando volteamos a verla la señora decía que la sacáramos. Lo intentamos, pero no se pudo, estaba como trabada en el asiento. Pusimos a la chica en la arena. Cuando quisimos regresar ya había muerto la señora. En eso llegó la policía y nos dijo que nos quitáramos. Ya no dejaron acercarse”.
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Unos cincuenta marinos custodiaban el área del accidente. Otro tanto de municipales y bomberos. Pero antes de que arribaran, los vecinos de la colonia Santa Teresita –una de las más pobres del puerto que incluso es considerada una zona de alto riesgo por derrumbes e inundaciones y a pesar de ello no han sido reubicados- tomaron las primeras acciones para controlar el peligro.
Aparte del esfuerzo de Fernando Fuentes para salvar a la sobreviviente, los colonos, que se juntaron en docenas al punto, comenzaron a apagar las llamas de la nave arrojando kilos de arena sobre el fuselaje con palas, con cubos, con pedazos de cartón, con las manos para sofocar las flamas y evitar una explosión mayor. El agua estaba muy lejos.
A alguien se le ocurrió pedir al operador de un trascabo que realizaba trabajos cerca que llevara la máquina para que con su gran brazo metálico echara una gran cantidad de arena sobre el fuego, pues no se daban abasto.
La máquina hizo lo suyo, y en esos momentos aparecieron los elementos de la Policía Intermunicipal Veracruz-Boca del Río.
A unos metros del accidente, unos albañiles contaron: “el muchacho (Fernando Fuentes) salvó a la muchacha y nosotros apagamos las flamas para que no tronara, pero los policías, con malas palabras, groserías y empujones, nos echaron. A lo mejor pensaban que nos robaríamos algo del avión”.
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Hombres de dinero, de poder, nada raro resultaba encontrarse a los Ruiz Ortiz cerca del poder mismo:
Cuando el gobernador Fidel Herrera ganó 10 millones de pesos en la lotería, en diciembre de 2007, por ejemplo, los hermanos Ruiz Ortiz destacan en todas las fotos, festejando la hazaña. Sonrisas inextinguibles.
Lo que ocurrió en la reserva IV de Tarimoya lo borra: al finalizar las tareas de rescate de los tres cadáveres de las víctima del accidente aéreo, Manolo Ruiz Ortiz, cuñado de la finada y tío de la sobreviviente, y que se encargó de las diligencias después de que su hermano Bernardo partiera con la lesionada al hospital, se iba quedando solo, escoltado por algunos soldados que frenaban a los curiosos.
En medio del fuselaje destartalado, el magnate fue sacando, una a una, las pertenencias de sus familiares que habían quedado regadas dentro de la nave: unas gafas café Dolce & Gabbana, una esclava gruesa y de resplandeciente metal amarillo, unos teléfonos de lujo y unas bolsas de piel, al parecer Armani.
Los ojos inyectados, endureciendo el gesto, salió del lugar para perderse, atesorando las pertenencias que logró rescatar.
Después, el correr, el griterío de los soldados, los policías municipales y el jalar de mangueras de los bomberos, el acordonamiento del área para evitar más accidentados.
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La mayoría de los presentes en el punto del accidente son mujeres y niños; los hombres fueron a trabajar y los adolescentes a la escuela luego de que se reanudaran las clases tras la alerta de la influenza.
Todos concuerdan en que los pilotos de la unidad (José Suárez Viveros y Marcos Consuegro Lujano) salvaron muchísimas vidas a pesar de su muerte. “Nos dimos cuenta de que el avión venía muy bajito, como a 30 metros, si pasó meneando los árboles de mi casa. Ya atraía prendida un ala, la izquierda, echaba negro, pasó cerca de las casas y se perdió tras un cerro. De allí escuchamos la explosión, se vio que el piloto hizo todo lo posible por no caer entre las casas”, concluyó Marcela Rubio, habitante de la Santa Teresita.