“No sólo es la cantante de ágil garganta sino también siente,
comprende y expresa la frase dramática…”
Lo prometido es deuda. Expresé a amigos y paisanos que en un comentario próximo aludiría a la diva huatusqueña María Manrique Sousa, conocida en el mundo artístico como María de la Fraga. Iniciemos pues: María nace en el antiguo Señorío de Cuautochco el 11 de marzo de 1886, el mismo año en que se inaugura la Escuela Normal Veracruzana; sus padres fueron el Sr. Manrique (desconozco el nombre) y la Señora Emilia Sousa. Desde muy pequeña le gustaba la actuación y el canto, por ello como adolescente empezó a incursionar en el género dramático musical, tanto en la ópera como en la opereta. Las religiosas de su ciudad natal la orientaban y animaban para que participara en los recitales y funciones de caridad que se llevaban a cabo en ese bello jirón veracruzano. Tuvo una participación encomiable como aficionada con la obra Marina, misma que dejó testimonio de su gran talento. En 1904 se casó con Edmundo de la Fraga, hombre sensible, culto y aficionado al arte. En 1908 el matrimonio de la Fraga – Manrique decidió trasladarse a México para dedicarse por entero a las actividades culturales y artísticas.
En la Ciudad de los Palacios María tomó clases de canto con el afamado maestro italiano Carlo Pizzoni y en 1911, respaldada en todo momento por su esposo, hizo su debut profesional en el Teatro Arbeu interpretando magistralmente la ópera Lucía, de Donizzeti, con un éxito tal que prácticamente se prolongó durante 5 años, en actividad frenética por casi toda la República y en los teatros capitalinos. Tan pronto como se fue incorporando en la atmósfera de la farándula fue reconocida por tirios y troyanos en esa etapa convulsa de la Revolución, en razón de su excelente voz de soprano coloratura. Intervino en funciones de música clásica celebradas en los teatros Arbeu, Dehesa, Ideal y Colón, bajo la batuta de maestros reconocidos, acompañada por intérpretes profesionales y también por la Orquesta del Conservatorio Nacional de Música. Entre las obras interpretadas en esas veladas memorables destaco las óperas Lucía, El barbero de Sevilla, Lakmé, La Sonámbula, Romeo y Julieta, Rigoletto, La Traviata, Los Puritanos y la Bohemia.
Uno de los críticos de esa época decía de ella: “María M. de la Fraga ha triunfado a plenitud y escuchado de manera reiterada los aplausos del público, que ve en ella no una esperanza, sino una verdadera gloria del teatro nacional. Con su singular y dulce voz rinde culto ferviente a las obras de los maestros Rossini, Verdi, Bellini, Donizzeti y Puccini. Es fiel heredera de la inolvidable y eximia Angela Peralta…” Su fama trascendió las fronteras de nuestro país y en 1912 se presentó en Nueva York con la ópera La Traviata en el Waldorf – Astoria, donde recibió grandes elogios de la crítica especializada. La claridad y firmeza de su voz era lo que más impresionaba al público.
Durante su estancia en tierras norteamericanas tuvo varias actuaciones y en una de esas veladas saludó personalmente al Presidente Francisco I. Madero, mismo que estaba de visita oficial en la urbe de los rascacielos y se hospedaba en el Hotel Nassau, de Long Beach – New York. Ahí el después denominado mártir de la democracia, emocionado con la actuación de la cantante mexicana, le escribió una dedicatoria en la parte posterior de un abanico, que a la letra dice: “Recuerdo de la Sra. María de la Fraga; del 4 de julio de 1912, día en que se recibió y festejó la noticia del triunfo en Bachimba, Chihuahua. Pte. Francisco I. Madero (rúbrica)…”
Por desgracia la luminosa carrera– y la vida misma de María de la Fraga – se extinguió muy pronto. Después de un éxito memorable en el Teatro Colón, cayó enferma de un “mal súbito y desconocido”. Algunos expresan que su afección fue de tipo pulmonar y cardiovascular, careciendo entonces de los recursos y avances científicos de la medicina actual. Muere rodeada de sus seres queridos (su esposo y sus 3 hijos: Rosario, Gloria y Edmundo) el 19 de marzo de 1916, cuando apenas había cumplido 30 años de existencia. Ese segundo “Ruiseñor Mexicano” fenece cuando en el Puerto de Veracruz se celebraba el Primer Congreso Preliminar Obrero, cuando en Huatusco el Gral. Guadalupe Sánchez derrotaba a las tropas rebeldes de Higinio Aguilar y cuando el pintor Diego Rivera exponía por primera vez sus obras pictóricas en Nueva York.
Atentamente
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga.