Parece insignificante y una cuestión relacionada solamente con las buenas costumbres y la formalidad. Cada vez se escucha menos y, cuando se exige y recomienda, se le ve únicamente como un detalle de educación, cortesía y amabilidad.
En otros tiempos se insistía más que ahora en el agradecimiento, en la importancia de cultivar e interiorizar esta virtud como una forma de humanizarnos más, de cultivarnos más, de respetar a los otros, de tratar con honor a los demás, de sensibilizarnos ante tantos dones, atenciones, cuidados y bendiciones que inmerecidamente recibimos en la vida.
La gratitud era algo que se imponía, que salía espontáneamente al descubrir la generosidad de los demás y al percibir las distintas formas como el amor de nuestros semejantes se desbordaba y prodigaba en atenciones. Era una virtud que nos des-centraba, que nos sacaba de nosotros mismos para reconocer cómo de afuera vienen tantos detalles y sorpresas. De afuera, es decir de nuestros padres, amigos, familiares, conocidos, desconocidos y sobre todo de Dios.
Por lo tanto, es una virtud cuando nos des-centra. Cuando persiste nuestra soberbia, cuando se agradece sin dejarnos impactar por la maravilla del amor y de la vida se convierte simplemente en protocolo, formalidad y signo de educación. Pero ser agradecido no es un signo simplemente de buena educación sino de gran corazón.
Es una virtud cuando nos des-centra para reconocer la maravilla del amor y de la vida que siempre nos sorprenden y se donan gratuitamente. Es una virtud cuando nos sensibiliza para ser más humildes, al reconocer que -sin merecerlo- nos favorece incondicionalmente el amor de los demás.
Los demás no están obligados, mucho menos cuando no hemos hecho los méritos suficientes, pero a pesar de todo se donan y nos donan muchos detalles y atenciones. Es una virtud que nos hace reconocer que la vida es un don, que no podemos gloriarnos a nosotros mismos pues todo lo hemos recibido, especialmente cuando una familia y una comunidad nos acogieron y sostuvieron desde que no podíamos valernos por nosotros mismos.
Es una virtud cuando nos des-centra y nos lleva a reconocer la gratuidad del amor y de la vida. Sin embargo, nuestra sociedad es impermeable a esta virtud porque cada vez estamos más ensimismados, más cerrados en el yo, menos conscientes y admirados de que nuestra vida y la vida de los demás es un don.
En este tiempo de los derechos humanos parece un tanto paradójico hablar de agradecimiento, ya que todo lo podemos exigir y tal parece que todo se nos debe, al fin y al cabo pagamos, como reiteradamente se escucha decir. Posiblemente esta lógica de los derechos humanos nos ha llevado a dejar de percibir y valorar el don.
El agradecimiento es la virtud del que recibe un dony responde persuadido y conmovido, ya que no está sometido a la ley del «se me debe», del «tengo derecho a». A una persona agradecida le basta abrir sus ojos cada mañana para percibir que todo es don: respirar, suspirar, hablar, escuchar, admirar, el sol, el aire, el agua, la tierra, los árboles, etc., y así va profundizando y elevando su mirada hasta asombrarse de todos los dones que vienen de Dios.
Desde esta virtud llegamos incluso a definir mejor nuestra naturaleza como personas:
en mi origen soy un don, y fruto de la donación, por lo que me realizo plenamente y me pongo en el camino de la felicidad cuando vivo donándome.
Juan Pablo IIdecía que «El hombre se realiza en el don de sí mismo», no cerrándose a sí mismo y renunciando a vivir desde esta dinámica connatural al hombre de la gratitud y la gratuidad.
Al celebrar la eucaristía los cristianos agradecemos por todos los dones que recibimos de Dios y contemplamos a Jesús que se sigue donando, nos sigue dando vida y se sigue ofreciendo para que nunca olvidemos que el camino de la auténtica realización es la donación, la ofrenda de la propia vida.
El agradecimiento nos humaniza y nos diviniza. Para agradecer a nuestros semejantes y a Dios Nuestro Señor consideremos las palabras de Santa Teresita del Niño Jesús: “Muchas veces, sólo el silencio es capaz de expresar mi oración, pero el huésped divino del sagrario lo comprende todo, aun el silencio del alma de una hija que está llena de gratitud…”
El escritor Jesús García lo expresa así: "Gracias, porque yo no puedo darte nada más que esto, las gracias, cuando Tú me has dado todo lo demás". Sin estar obligado a hacerlo, Dios nos ha hecho tanto bien concediéndonos el don de la vida. Nuestra gratitud y alabanza por siempre.