El pensamiento posmoderno se hizo notar al señalar el derrumbe de los grandes ideales que prometió la modernidad. La razón humana había prometido riqueza, paz y desarrollo y en cambio sólo hemos obtenido de ella frutos amargos: pobreza, dos guerras mundiales y el peligro latente que conlleva la tecnología.
Si bien fue demoledora la crítica de la posmodernidad para romper con el criterio hegemónico de la razón, no tardó en mostrar sus propias inconsistencias, al exhibir un pensamiento débil que con el paso del tiempo ha venido generando lo que Zygmunt Bauman llama una sociedad líquida.
Desde el terreno de las ideas así se han venido planteando las cosas, al ir analizando las características de la sociedad. Pero desde la vida real el derrumbe de los fundamentos de la sociedad es más dramático, pues vamos constatando cómo muchas de las seguridades humanas han colapsado; esas cosas de las cuales dependíamos, prácticamente se han mostrado efímeras.
Siempre lo fueron, pero creíamos en ellas en demasía. De tal manera que, ante el colapso de esos criterios y seguridades humanas, nos ponemos a pensar en lo que sostendrá nuestra vida de ahora en adelante, en lo que puede generar un poco de seguridad en este ambiente de tribulaciones y dificultades mayores que estamos enfrentando.
Es como si de repente nos encontráramos indefensos y a la deriva y sintiéramos que nada en este momento nos da la seguridad. Ante esto que también los cristianos vamos experimentando, es importante que consideremos la forma tan precisa y oportuna como se ha venido anunciando la palabra de Dios. Al ir redescubriendo las bondades de la palabra de Dios reconocemos con tristeza que hemos dejado de creer y acudir a ella.
Había palabras más poderosas para nosotros, había teorías y criterios más concluyentes que ahora se van derrumbando y eso nos hace ver que hemos desdeñado el poder que tiene la palabra de Dios.
Posiblemente por eso para nosotros es más dura esta experiencia porque aquello de lo que nos agarrábamos se está derrumbando. Aunque somos cristianos y creemos en Dios, no estábamos agarrados necesariamente de la palabra de Dios, sino de los medios y criterios de este mundo. Por eso sentimos más miedo y desilusión porque eso de lo que nosotros nos apoyábamos ha demostrado su inestabilidad.
Ante este panorama muchos se preguntan: ¿Qué podemos hacer? ¿Ahora en qué va consistir la vida? ¿En qué tengo que poner mi confianza? ¿Cuál será de ahora en adelante mi fundamento ante la inestabilidad de las cosas de este mundo? La respuesta viene de manera coyuntural en la carta de Santiago: “acepten dócilmente la palabra de Dios”. Es lo que ha quedado en pie, cuando todo se ha caído. Lo confirma el proverbio cartujo que dice: “La cruz permanece firme, mientras el mundo da vueltas”.
Por lo tanto, hay que escuchar con devoción esta exhortación: acepten la palabra de Dios, a dónde más van a ir, qué más quieren hacer en este tiempo; acepten dócilmente la palabra como algo que no solamente nos sostiene en este tiempo de tribulación, sino que también es capaz de darle sentido a nuestra vida.
Cuando se trata de la palabra de Dios no basta conocerla, sino que hay que masticarla, digerirla, ponerla en práctica. Así nos daremos cuenta que la palabra da vida, levanta el ánimo, otorga fortaleza y nos ofrece lo que se necesita delante de estos desafíos.
Estos tiempos necesitan que uno llene el corazón de la palabra de Dios para que no perdamos la esperanza. Podemos considerar qué voces escuchamos en la semana y de qué cosas llenamos el corazón. Y vamos a reconocer que escuchamos muchas conversaciones y discursos altisonantes, morbosos, altaneros, violentos y mentirosos. De eso nos llenamos toda la semana. Claro que por eso salen cosas malas de nuestro corazón.
Salen pensamientos negativos, sentimientos innobles y decisiones equivocadas. Si en vez de escuchar esas voces que quitan la paz y meten mucho miedo, metiéramos al corazón la palabra y escucháramos más a Dios, saldrían pensamientos positivos, sentimientos nobles y decisiones certeras. Si han confiado en esas voces que quitan la paz y aumentan el miedo, por qué no confiar ahora en la palabra de Dios y tomarla como criterio para nuestra vida delante de la adversidad, porque la cruz permanece firme mientras todo se derrumba a nuestro alrededor.
Pueden sucumbir muchas cosas, pero cuando estamos habituados a la palabra de Dios no se pierde la confianza en los designios de la providencia. Aún en la adversidad si metemos en nuestro corazón la palabra de Dios tendremos la capacidad de superar el miedo y recuperaremos la esperanza para compartirla a los demás.