En mayo de 2010 se dio a conocer el
Manifiesto de las Humanidades Digitales en París. ¿En qué consiste esta relevante declaración? La comunidad científica que lo elaboró, reflexionó e intercambió opiniones relacionadas con el quehacer de las humanidades en un mundo donde la digitalización avanza a pasos agigantados. Donde el metaverso modifica, reconfigura y, en cierto sentido, cuestiona las condiciones en la que se produce el saber y las maneras de su divulgación.
Un metaverso que fragmenta la realidad creando trampas intelectuales porque somete el espacio público a una palestra de alta complejidad. La digitalización tiene efectos sociales muy visibles en el ejercicio de la democracia, en la conducta humana, en las actitudes y reacciones atomizadas que, al fragmentar el espacio público, pulverizan cualquier diálogo reflexivo. Las Humanidades no pueden permanecer ajenas a esa realidad de nuestra época. Por el contrario, tienen por delante un gran reto que les impulsa, que las debe impulsar a trasladar maneras de conocer, métodos y técnicas que se aplican en forma transversal y que requieren de una actitud transdisciplinar para navegar en el campo digital desde lo humanístico y repensar la sociedad contemporánea.
Varios son los aspectos que se observan dentro de la dinámica irreversible de la digitalización que penetra por todos los recovecos del hacer social, lo que plantea un reto para las ciencias humanísticas y sociales. Para empezar, la digitalización implica desafíos cognitivos, intelectuales y creativos que requieren de una operación multidisciplinar, lo que obliga a la formación de comunidades abiertas y multilingües. A la vez, traza el reto de construir un metaverso en el que sea libre el acceso a la información y al conocimiento, y donde la creatividad narrativa se potencialice con los múltiples recursos audiovisuales para establecer una comunicabilidad clara y aprehensible.
Pero, sobre todo, construir un sentido humanístico que supere el “embrutecimiento digital” que erosiona la democracia, nos dice Philipp Blom. Es por ello por lo que las humanidades digitales deben bogar por una democracia cognitiva que impulse la generación y divulgación del conocimiento científico, social, humanístico, artístico, ético más allá de los espacios académicos para enriquecer el saber social y contribuir a crear una cultura digital que sea patrimonio colectivo de libre acceso. El llamado para transitar hacia la libre senda en el aprovechamiento de datos y metadatos en el multiverso digital conlleva, desde luego, un giro en la formación educativa de las Humanidades y de las Ciencias Sociales, me atrevo a decir, desde la educación básica y no sólo en la cúspide de la educación superior. De ahí que en el
Manifiesto de las Humanidades Digitales se reitera, implícita y explícitamente en sus catorce puntos de su declaración, la urgencia de que las habilidades digitales se incorporen a la dinámica formativa de los humanistas y cientistas sociales para abrirles la puerta a un mundo creativo y laboral que se perfile hacia el futuro.
Las carreras humanísticas tienen que dar ese salto para aprender a pensar, generar conocimiento y alentar a una revolución ilustrada en el metaverso del espacio 3D. Crear “una capacidad colectiva” en lo humanístico requiere del compromiso conjunto y del esfuerzo compartido para formular métodos de trabajo, un lenguaje llano, sencillo, pero no alejado del rigor científico, que logre interconexión comunicativa con todas las personas e influya en la visión cultural de la sociedad. A la par de ello, se enfatiza en el principio décimo segundo del
Manifiesto que la habilidad colectiva de los humanistas se podrá convertir en “un bien común, porque no sólo constituye una oportunidad científica sino también de una oportunidad de inserción profesional en todos los sectores”, algo en el que las carreras de humanidades se han quedado atrás al no hacer parte de su crear formativo la “definición de la cultura digital general del siglo XXI”, dificultando la posibilidad de abrir nuevos espacios laborales.
Sobre todo, en un mundo donde los tradicionales y clásicos ámbitos de inserción laboral se cierran o son restringidos excluyendo a muchos egresados de su potencial ingreso. La transformación es dinámica, múltiple y transversal, por lo que exige de una visión distinta a la de los siglos XIX y XX en los que, en buena medida, siguen ancladas interpretaciones del mundo académico. El
Manifiesto agita al llamado de abrir las puertas al reto de revolucionar el pensamiento humanístico, de construir la infraestructura digital que responda a necesidades reales para formar interactivamente “a través de métodos y aproximaciones cuya validez se ha comprobado dentro de las comunidades de investigación”.
En Francia, Alemania, Italia, España, Reino Unido, Dinamarca, Estados Unidos de Norteamérica, Colombia, Argentina, Chile, hasta donde he observado, impulsan las humanidades digitales desde el interior de sus universidades y centros de investigación, pero también mediante la formación de organizaciones civiles que se han convertido en posibilidades laborales para historiadores, sociólogos, antropólogos, politólogos, filósofos, literatos, artistas. ¿Y en México qué ocurre? Poco o nada en el ámbito de la educación superior pública; algo en la privada, pero en general seguimos viendo al pasado cuando deberíamos estar atentos y creativos en el hacer del futuro. Lo dejo para la imaginación.