Lo que sucedió en torno a la tragedia de la joven xalapeña Gaby Benítez Ybarra, por donde se vea, nos deja saldos negativos, nos lastima como padres, como seres humanos y nos ofende como sociedad.
Sin embargo, este lamentable suceso que conmocionó a la sociedad xalapeña y veracruzana en general nos despierta y hereda una serie de lecciones y enseñanzas, un legado que debemos rescatar en su honor.
Primero, es admirable y totalmente digno de reconocer en todos los sentidos la increíble fuerza y entrega de una familia, de su familia de Gaby, quienes nos demostraron cómo luchar unidos hasta agotar la última esperanza y sin perder jamás la fe. Encabezados por su madre, la doctora Bárbara Ybarra, diversos grupos en ningún momento dejaron de buscar y tocar puertas con la firme esperanza de dar con su paradero. Con su vivo ejemplo, con su entregado e incansable esfuerzo, nos dejan una trascendental lección a muchas familias.
Y por qué refiero a esta vida, porque ahora debe estar descansando en paz, en un lugar mejor, en el que los fieles y creyentes católicos llaman el Paraíso, al lado de Dios, a donde sólo una joven limpia, amorosa hija, prima y sobrina y ejemplar estudiante, compañera y ciudadana puede haber ido.
Pero asimismo, todos fuimos testigos de diversos anuncios, lonas en puentes peatonales pero también en fachadas de casas, en negocios; de una buena cantidad de gente actuando en las diferentes redes sociales, en blogs y páginas informativas, pidiendo ayuda para localizar a Gaby mientras estaba desaparecida; desinteresadamente se sumaron, el único propósito era hallarla; existe pues una grata constancia de que muchos volteaban las miradas por las calles poniendo atención esperando ubicarla, mientras otras pensaban en la manera de contribuir a dar con su paradero.
Destacamos y nos quedamos con la solidaridad de amigos, vecinos, familiares, propios y extraños que a lo largo de los últimos meses se hizo patente; insisto, fueron incontables los miembros de la sociedad civil que sin ser sus conocidos directos se manifestaron en solidaridad ante un hecho al que lamentablemente, y debemos ser realistas, muchos todavía estamos expuestos mientras no se de con el paradero del o los asesinos de Gaby y de otras mujeres muertas de manea artera y cobarde en esta ciudad capital, casos de los que también hemos conocido y sufrido en nuestra posición de padres y ciudadanos.
Otro punto muy importante es que a raíz de su extravío muchas familias se preocuparon y ocuparon de nuevo, unas ahora más que antes, por estar en contacto con sus hijos e hijas adolescentes, por saber de sus actividades, de sus amistades ante el temor de ser víctimas de algún secuestro o ataque.
En nuestra memoria y en nuestro corazón quedan las imágenes que nos conmovieron, las palabras, el llanto y el mensaje de justicia de la doctora Ybarra, quien como prácticamente cualquier madre no cesó un solo instante en su misión de amor por hallar a su hija, moviendo consciencias a través de su llamado a la solidaridad, removiendo sentimientos y apelando a la bondad natural del ser humano de ayudar, involucró a diversos sectores sociales superando cualquier factor como la edad o la religión.
Toca ahora el turno a las autoridades correspondientes continuar con la búsqueda de los responsables; nuestras hijas, sobrinas, primas y mujeres xalapeñas están expuestas, Gaby y las jóvenes victimadas merecen justicia. ¿O Cuántos casos más creen que vamos a tolerar? En pocas palabras, lo que pasó nos da coraje, no vamos a tolerar ni un caso más. Ya basta.
Al resto de nosotros, a la sociedad, informarnos, organizarnos, unirnos para acordar y actuar, para prevenir y evitar que este tipo de situaciones se repitan.
Finalmente, reconocer el ejemplar apoyo de todas sus amigas, amigos y compañeros de la Preparatoria Juárez, de las autoridades de la misma, quienes siempre estuvieron al tanto de las investigaciones y la acompañaron hasta el final de este capítulo.
No cabe duda que todos morimos un poco con este crimen.
Descanse en paz Gaby.
Pronta resignación a sus familiares, amigos y allegados.
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