“Tienen todas las bombas todos los tanques, todas las pistolas, todas las porras, pero es a nosotros a quienes llaman radicales”.
Antonio Orihuela
Si quieres salir del agujero, Manè, no sigas escarbando, mejor mira hacia arriba a ver si alcanzas a ver la salida de esta terrible espiral de violencia que envuelve al país desde hace algunos años.
Y por favor no te confundas, la violencia destructiva en gran escala -la guerra abierta- aparece en primer término como una ruptura de lo cotidiano; es decir, como un trastorno de las actividades rutinarias, repetitivas, que realizamos día tras día en el ámbito de lo familiar, de lo conocido. Más allá de las fronteras de este mundo de la intimidad, advierte Karel Kosik, de lo familiar, de la experiencia inmediata, de la repetición, del cálculo y del dominio individual, comienza otro mundo, que es exactamente lo opuesto a la cotidianidad. El choque de estos dos mundos revela la verdad de cada uno de ellos (Dialéctica de lo concreto).
A la conciencia enajenada, cosificada, estos dos mundos, el de la cotidianidad y el de la Historia (la guerra), le parecen ajenos y opuestos: lo contrario de la paz cotidiana es la guerra excepcional. Mas cotidianidad e historia se compenetran, y su relación permanecerá incomprendida en tanto que no se intente conocer la naturaleza de esa interacción.
“Tienen todas las multinacionales, todos los bancos, toda la pasta, todos los políticos, todas las universidades, y sin embargo, es a nosotros a quienes llaman radicales”.
La violencia expresada en la destrucción masiva de seres humanos, como se manifiesta en los bombardeos norteamericanos sobre Irak, Afganistán o Libia –con su secuela de cientos o miles de muertos- no se conforma solamente por hechos excepcionales trastornadores de lo cotidiano, atribuibles a actores desquiciados o a entidades fantasmales como “el fundamentalismo” o “el terrorismo internacional”.
La violencia en el sistema-mundo capitalista no es accidental o coyuntural; por el contrario, la violencia es un rasgo esencial, constitutivo de esta formación social y, en ese sentido, adopta formas diversas que invaden y penetran el ámbito de la cotidianidad. La guerra en todas sus formas –fría, caliente, de baja intensidad, localizada, mundial, regional, sucia, legal, encubierta, declarada, de guerrillas, santa- es un estado perenne del capitalismo, ya que este sistema no puede sostenerse y reproducirse más que a condición de expandir, por todos los medios a su alcance, sus mercados e incrementar su dominio sobre poblaciones, territorios y recursos de todo tipo.
Tienen todas las radios, todas las televisiones, todas las imágenes, todas las informaciones, todos los periódicos, todas las voluntades, y sin embargo, para ellos nosotros somos los radicales.
El brutal ataque a jóvenes estudiantes universitarios forma parte de la violencia cotidiana que el Estado mexicano –abierta o encubiertamente- ejerce no sólo sobre quienes por azar se cruzan en el camino de las fuerzas represoras, sino sobre individuos (recuerde a los periodistas), grupos y organizaciones que manifiestan su desacuerdo con el estado actual de cosas y que buscan, por distintos medios, una transformación de la sociedad mexicana que conduzca a formas sociales en que prevalezcan la justicia, la igualdad, la democracia y la paz. Obviamente, la agresión contra los estudiantes, el hostigamiento y la agresión paramilitar persistentes contra las comunidades zapatistas, la represión contra líderes y organizaciones populares e indígenas en el país, forman parte de esa violencia globalizada mediante la cual el sistema capitalista pretende sobrevivir a la tremenda crisis que hoy enfrenta.
“En el cabaret de la globalización –afirma el sub Marcos en 7 piezas sueltas del rompecabezas mundial (junio 1977)-, tenemos el show del Estado sobre un table dance que se despoja de todo hasta quedar con su prenda mínima indispensable: la fuerza represiva. Destruida su base material, anuladas sus posibilidades de soberanía e independencia, desdibujadas sus clases políticas, los Estados nacionales se convierten, más o menos rápido, en un mero aparato de seguridad de las megaempresas que el neoliberalismo va erigiendo en el desarrollo de esta IV Guerra Mundial.”
Trátese de los bombardeos en medio oriente, de la guerra de Israel contra el pueblo palestino, de la persistente “guerra” del Estado mexicano contra la delincuencia organizada –que tantas víctimas inocentes ha cobrado-, de la guerra ideológica que se libra cotidianamente en la mente de los hombres, de los millones de muertos por hambre en el mundo entero –otras víctimas de la guerra neoliberal contra la humanidad-, de los millones de migrantes que marchan en busca de trabajo, todo ello es una consecuencia de la violencia de Estado, entendido el Estado en su forma actual –que engloba los Estados nacionales- como la forma de organización política cuyo objetivo es hacer prevalecer “el respeto y el orden” para mantener la propiedad privada sobre los medios de producción, asegurando para el empresariato (la fusión del complejo industrial-militar con las megacorporaciones) la monopolización del capital, de los recursos naturales, la ciencia, la técnica, los medios de información y, sobre todo, de las armas de destrucción masiva.
Por ello es necesario oponerse al brutal terrorismo de Estado que hoy ejercen con plena impunidad los amos del imperio: los Estados Unidos de Norteamérica y sus títeres, en contra de quienes manifiestan su oposición al estado de cosas.
“Tienen una mentira que dice que todo es verdad y aún dicen que somos nosotros
los que estamos de más, los radicales”.
Esta espiral de violencia causa confusión, así que muchas veces resulta difícil ubicar el origen de la misma. En el caso de los jóvenes brutalmente agredidos, habrá que investigar la causa y el origen de la violencia ejercida contra ellos, y tener claro que la exigencia de investigar, aclarar y presentar ante la justicia a los responsables de tan brutal agresión debe dirigirse a las autoridades competentes para ello. Pero parece que para un grupo de "universitarios" (muchos encapuchados, real o virtualmente, que no se sabe quienes son) resulta que esa exigencia se dirige hacia la propia universidad como si desde ésta se hubiera maquinado la agresión, desviando la atención y llevando agua al molino de aquellos interesados en desestabilizar a nuestra casa de estudios, usando el menor pretexto para sus ataques. Habrá que buscar claridad ante esta circunstancia.
Tal vez la única forma de poner fin a esta espiral de violencia sea la
firme aplicación de la fuerza de la razón. ¿Como universitarios, tendremos la capacidad de hacerlo y no ser arrollados por el embate del “anarquismo”? ¿Estaremos a tiempo?