A veces lo podemos decir de manera arrebatada, o lo podemos decir juzgando de manera muy subjetiva, pero se da el caso en que alguien llega a expresar: “ya no tengo fe”, “he perdido la fe”. Lo puede uno decir en un arrebato, o sin ir al fondo de las cosas; lo puede uno decir de manera subjetiva y visceral.
Desde luego que se puede perder la fe. Hay personas que le abren las puertas al mal, conscientemente lo hacen y en efecto se puede perder la fe. Hay ocasiones en que uno se expone de más, llegamos a ser un tanto ingenuos pensando que podemos hacer todo, que todo se puede probar en esta vida y se expone una vida de fe.
Pero muchas veces cuando decimos de manera arrebatada y subjetiva que ya perdimos la fe, no lo es tal. Tendemos a relacionar la fe únicamente con la emoción, con la alegría, con el cumplimiento de tantos deseos que tenemos en la vida. Pero no es eso únicamente la fe, ya que a veces la fe se vive en la oscuridad y el sufrimiento.
Hay personas que están pasando por un momento de oscuridad, pero siguen creyendo en la luz; hay personas que están sufriendo por una mentira, pero creen en la verdad; hay personas que pueden estar pasando por una tribulación y por un fuerte sufrimiento, pero no dejan de clamar al cielo.
La fe no es sólo emoción y alegría, la fe también es perseverancia y fidelidad. Puede ser que a veces no me vaya bien en la vida y esté sufriendo, pero quiero ser fiel a Dios, sé que Dios vendrá en mi defensa y me rescatará de todas las situaciones y adversidades que enfrente.
Por eso cuando alguien por un arrebato y de manera subjetiva llega a decir que ha perdido la fe, puede ser que no esté hablando objetivamente porque es muy difícil que se pierda la fe, que es un regalo, una semillita que Dios ha depositado en nuestros corazones y siempre nos saca a flote.
Se puede vivir en el pecado, pero algo en el fondo nos dice que eso no es correcto, no dejamos que alguien venga y nos diga que eso no es correcto, pero uno siente que eso no es bueno, sabemos que eso no es digno para nosotros. Y a veces se necesita la audacia de la fe, el valor de la fe como el leproso y los enfermos que se atreven a buscar a Jesús y pedirle que los sane. Nunca se pierde la fe, en los momentos más extremos sale a flote el impulso y la audacia de la fe.
Nos toca percibir el paso de Dios en nuestra vida, nos toca oler, intuir que Dios se acerca a nuestra vida. Como la audacia del leproso que sabe que está excomulgado por su situación y puede infectar a otras personas, se acerca a Jesucristo por la fe, sabe que será escuchado y por la fe está seguro que el Señor Jesús lo mirará a los ojos.
Por eso Jesús explica en los evangelios que si hace milagros no es porque sea un taumaturgo o un milagrero sino porque las personas tienen fe, creen que él lo puede hacer, saben que Jesús quiere hacerlo. Qué hermoso sería que hiciéramos la oración del leproso; nosotros a veces en la relación con Dios somos caprichudos e insolentes y no sabemos pedir las cosas. Ni un santo se atrevería a ser exigente en la presencia de Dios, mucho menos nosotros. Pero a veces somos así como niños malcriados cuando se trata de exigir a Dios que vea nuestras necesidades.
Qué bonita oración para quien todos los días de su vida era miseria, desesperanza, pero como nunca se pierde la fe, como la fe siempre nos está empujando, por eso este leproso que ve, huele, percibe, intuye la presencia de Jesús llega a decirle: “¡Si tú quieres, puedes curarme!” Antes de ser sanado, el leproso ya se había sentido acogido por Jesús, había experimentado la paz que transmite la presencia del Señor.
Cómo cambiarían las cosas si uno supiera pedir, si supiéramos orar. Hay que imitar esta oración: “Si tú quieres…”, “Yo quiero esto Señor, pero lo que tú quieras; yo necesito esto, pero lo que convenga a mi salvación”.
Es muy difícil que se pierda la fe. Ojalá que nadie le abra las puertas al mal y que no seamos temerarios, sino que cuidemos esa semillita que es la fe que Dios nos ha concedido. Pero si en algún momento pasamos por la oscuridad y la tribulación, como este momento de contingencia sanitaria, que siempre tengamos esa audacia, esa intrepidez que da la fe para decirle a Jesús: “Aquí estamos, te necesitamos, te reconocemos como nuestro Salvador”.