Desde hace más de 40 años, la literatura internacional especializada en temas universitarios alertaba sobre la necesidad de adoptar modelos flexibles de organización que superaran la rigidez e inercias de un pasado universitario medieval que recurrió a la reclusión para el cultivo intelectual. Los claustros académicos, que originalmente vivían aislados para asegurar absoluta dedicación al estudio, devinieron en círculos cerrados y en ocasiones clandestinos debido a la intolerancia dogmática. La secrecía en el desarrollo y divulgación de conocimiento era cuestión de supervivencia por las amenazas inquisidoras.
A lo largo del tiempo, el modelo medieval del claustro tuvo diversas repercusiones en el funcionamiento de la academia. En el mejor de los casos condujo a la profundización del conocimiento complejo y especializado; en otros, propició prácticas aisladas de la realidad, rígidas, autocomplacientes, endogámicas.
Por ello se advertía que, de no transitar de un enfoque de sistema cerrado hacia uno abierto, las universidades enfrentarían el riesgo de ser reemplazadas por otras organizaciones más eficaces en la generación y distribución de conocimiento. Esa situación, para desgracia de las universidades, ya es una realidad ante la que deben competir para recuperar su liderazgo y obtener mayor reconocimiento social y financiamiento.
La comprensión letrada y manejo experto sobre el tema anterior es una condición indispensable para el liderazgo universitario del siglo XXI. No es posible conducir las acciones institucionales que requiere la universidad contemporánea sin el repertorio profesional requerido para generar soluciones oportunas una sociedad dinámica en ciertos sectores y dolorosamente lenta ante la indignante desigualdad social.
La Universidad Veracruzana no debe mantener un enfoque de gestión tradicional, anquilosado y burocratizado. No sólo significaría la consecuente disminución de su misión e impacto social sino de su capacidad de convocatoria ante otras instituciones y sectores de Veracruz, de la región sur-sureste y del resto y fuera del país.
Las acciones que emprendió la UV al inicio de su etapa autónoma se basaron en un claro propósito institucional: convertirla en un auténtico sistema abierto; más sensible al perfil y requerimientos de la sociedad al adecuar con mayor tino su oferta académica ante los enormes desafíos contemporáneos; adoptando un modelo flexible que apoyara la formación integral del estudiante, rutas curriculares individualizadas y el aprendizaje autónomo y colaborativo; propiciando una articulación estrecha entre entidades académicas y las tres funciones sustantivas; aplicando nuevos incentivos a la formación académica del personal, la calidad y la productividad; impulsando el proyecto tecnológico más ambicioso en las universidades del país para asegurar su liderazgo nacional en telecomunicaciones, en sus operaciones en la Web, en el acceso a recursos bibliotecarios en línea y en la digitalización universal de servicios académicos y administrativos.
Al mismo tiempo debería ir consolidando sus reconocidos proyectos culturales y creando otros de prestigio internacional; abriendo sus procesos y resultados a la evaluación y acreditación externas; solicitando la fiscalización federal y estatal, además de la realizada por la Contraloría a cargo de la Junta de Gobierno, atribución que le corresponde y que debe permanecer bajo su responsabilidad; modernizando la infraestructura universitaria a un nivel que superó en varios casos a las mejores instituciones del país; internacionalizando las relaciones de la Universidad; y, señaladamente, convenciendo a la sociedad mediante resultados verificables, lo que permitió diversificar sus alianzas y financiamiento. El vigor colectivo encaminado a la apertura institucional, a un impacto social creciente y a una mayor transparencia, llevó en un momento a que sus ingresos propios superaran el 17% de su presupuesto total.
Ese nivel de convocatoria, coordinación e inversión institucional orientado a la transformación institucional y a elevar el posicionamiento académico de la Universidad Veracruzana se extraña desde hace tiempo. El liderazgo de la próxima gestión rectoral debe recuperarlo, potenciarlo y superarlo.
Esa es la gran expectativa de una comunidad universitaria que aspira a ser trascendente por su aportación a la sociedad. Es la aspiración de quienes están dispuestos a entregar su mejor energía para ser parte de un prestigiado proyecto académico que genere condiciones generalizadas para la creatividad, la colaboración en equipo y la entrega de soluciones exitosas encaminadas al bien común.
Para conducir ese esfuerzo se requiere un perfil experto en gestión y organización académica, que visualice el gran horizonte que va más allá de la administración convencional que hoy opera, que sea capaz de conducir una reingeniería que ponga a la reforma académica por encima de lo administrativo, que convoque a la academia para constituirse en motor del cambio y del prestigio institucional. Este asunto crucial lo abordaré con más detalle en las siguientes entregas.