”Primero se llevaron a los judíos...
pero como yo no era judío, no me importó.
Después se llevaron a las comunistas,
pero como yo no era comunista, tampoco me importó.
Luego se llevaron a los obreros,
pero como yo no era obrero tampoco me importó.
Mas tarde se llevaron a los intelectuales,
pero como yo no era intelectual tampoco me importó.
Después siguieron con mis vecinos,
y tampoco me importó.
Ahora vienen por mí, pero ya es demasiado tarde".
(Bertolt Brecht).
Y pensar que también son humanos
los que hacen esto contra su prójimo.
Efraín Bartolomé
La violencia destructiva en gran escala -la guerra abierta- aparece en primer término como una ruptura de lo cotidiano; es decir, como un trastorno de las actividades rutinarias, repetitivas, que realizamos día tras día en el ámbito de lo familiar, de lo conocido. Más allá de las fronteras de este mundo de la intimidad –advierte Karel Kosik-, de lo familiar, de la experiencia inmediata, de la repetición, del cálculo y del dominio individual, comienza otro mundo, que es exactamente lo opuesto a la cotidianidad. El choque de estos dos mundos revela la verdad de cada uno de ellos. (Dialéctica de lo concreto).
A la conciencia enajenada, cosificada, estos dos mundos, el de la cotidianidad y el de la Historia (la guerra), le parecen ajenos y opuestos: lo contrario de la paz cotidiana es la guerra excepcional. Más cotidianidad e Historia se compenetran, y su relación permanecerá incomprendida en tanto que no se intente conocer la naturaleza de esa interacción.
La violencia expresada en la aniquilación masiva de seres humanos, como se manifiesta en los bombardeos sobre Irak, Afganistán o Libia –con su secuela de cientos o miles de muertos- no se conforma solamente por hechos excepcionales trastornadores de lo cotidiano, atribuibles a actores desquiciados o a entidades fantasmales como “el fundamentalismo” o “el terrorismo internacional”. La violencia en el sistema-mundo capitalista no es accidental o coyuntural; por el contrario, la violencia es un rasgo esencial, constitutivo de esta formación social y, en ese sentido, adopta formas diversas que invaden y penetran el ámbito de la cotidianidad. La guerra en todas sus formas –fría, caliente, de baja intensidad, localizada, mundial, regional, sucia, legal, encubierta, declarada, de guerrillas, o “contra el narcotráfico”- es un estado perenne del capitalismo, ya que este sistema no puede sostenerse y reproducirse más que a condición de expandir, por todos los medios a su alcance, sus mercados e incrementar su dominio y control sobre poblaciones, territorios y recursos de todo tipo.
El brutal asalto a la casa del poeta Efraín Bartolomé, por fuerzas policiacas durante la madrugada del jueves 11 de agosto, forma parte de la violencia cotidiana que el Estado mexicano –ahora bajo la cobertura de “la guerra contra el crimen organizado”- ejerce no sólo sobre quienes por azar se cruzan en el camino de los delincuentes o las fuerzas del orden, sino también sobre individuos (recuerde tan sólo a los muchos periodistas asesinados en los últimos cuatro años), grupos y organizaciones que no están de acuerdo con el estado actual de cosas y que buscan, por distintos medios, una transformación de la sociedad mexicana que conduzca a formas sociales en que prevalezcan la justicia, la igualdad, la democracia y la paz.
Obviamente, la agresión contra el poeta Bartolomé y su esposa, el asesinato de Juanelo Sicilia y sus amigos, el hostigamiento y la agresión paramilitar persistentes contra las comunidades zapatistas, la represión contra líderes y organizaciones populares e indígenas en el país, la muerte de civiles -eufemísticamente llamadas “bajas colaterales”-, forman parte de esa violencia globalizada mediante la cual el sistema capitalista pretende sobrevivir a la tremenda crisis que hoy enfrenta.
“En el cabaret de la globalización –afirma el sub Marcos en 7 piezas sueltas del rompecabezas mundial (junio 1997)-, tenemos el show del Estado sobre un table dance que se despoja de todo hasta quedar con su prenda mínima indispensable: la fuerza represiva. Destruida su base material, anuladas sus posibilidades de soberanía e independencia, desdibujadas sus clases políticas, los Estados nacionales se convierten, más o menos rápido, en un mero aparato de seguridad de las megaempresas que el neoliberalismo va erigiendo en el desarrollo de esta IV Guerra Mundial.”
Trátese de los bombardeos sobre Libia, de la guerra de Israel contra el pueblo palestino, de la persistente “guerra” del Estado mexicano contra la delincuencia organizada –que tantas víctimas inocentes ha cobrado-, de la guerra ideológica que se libra cotidianamente en la mente de los hombres, de los millones de muertos por hambre en el mundo entero –otras víctimas de la guerra neoliberal contra la humanidad-, de los millones de migrantes que marchan en busca de trabajo; todo ello es una consecuencia de la violencia de Estado, entendido el Estado en su forma actual –que engloba los Estados nacionales- como la forma de organización política cuyo objetivo es hacer prevalecer “el respeto y el orden” para mantener la propiedad privada sobre los medios de producción, asegurando para el empresariato (la fusión del complejo industrial-militar con las megacorporaciones) la monopolización del capital, de los recursos naturales, la ciencia, la técnica, los medios de información y, sobre todo, de las armas de destrucción masiva.
Efraín Bartolomé, poeta chiapaneco de 64 años, en la crónica que escribió sobre la agresión de que fue víctima, se hace una pregunta que tal vez resuena desde hace algún tiempo en nuestro interior:
¿De verdad estamos tan solos?
Se lo pregunta después de vivir la atroz circunstancia sin recibir ayuda –que repetidamente requirió- de ninguna autoridad: “Antenoche volvimos a casa levitando, en la felicidad más plena, tras la amorosa y conmovedora recepción del público ante nuestro libro presentado en Bellas Artes…. Un día después, en la atroz madrugada, la PFP irrumpe violentamente en nuestra casa, quiebra nuestras puertas, destruye los cristales, hurga sin respeto en nuestra más íntima propiedad, nos amenaza con armas poderosas a mi bella mujer y a mí, a la edad que tenemos…”
¿De verdad estamos tan solos?
Conservo aún la esperanza -gracias tal vez a quienes ya no la tienen- y me digo que para mantenerla es necesario declararnos en contra de esta guerra demencial y a favor de una paz con justicia y dignidad, como proclama el movimiento encabezado por Javier Sicilia.
Que la paz y la justicia con dignidad sean para Efraín Bartolomé y los suyos, así como para todas las víctimas inocentes de esta “guerra” demencial.