Permítame comenzar esta nota comparando el funcionamiento de nuestro organismo con el de un motor de combustión interna, principalmente en lo referente al combustible que les proporciona la energía para activarse. El cuerpo obtiene su energía (calorías) de las grasas y carbohidratos (carbono, hidrógeno y oxígeno) presentes en los alimentos; el auto la extrae de los hidrocarburos (carbono e hidrógeno) como las gasolinas y el diésel. Claro, nosotros necesitamos otros insumos (vitaminas, minerales, lípidos y proteínas) además de los carbohidratos, los cuales pueden ser “buenos” o “malos” para la salud.
Los “buenos” (fibras, vitaminas, harinas integrales, etcétera), por tener estructura compleja (almidones), se metabolizan lentamente; por esa causa incrementan
gradualmente el nivel de azúcar en la sangre, cumpliendo así adecuadamente
su función de aportar energía y formar otras estructuras vitales. En cambio, los “malos”, por poseer una estructura simple, son fácilmente digeridos; la consecuencia directa de esto, es que aumentan
rápidamente los niveles de azúcar en el cuerpo. Aunque proporcionan al organismo calorías inmediatas carecen de valor nutricional. Esta clase de carbohidratos están, sobre todo, en los
alimentos industrializados como las galletas, cereales, golosinas, pastas, frituras, REFRESCOS, etcétera. Son muy dañinos porque, generalmente, contienen cantidades anormales de SACAROSA (C
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11) mejor conocida como
AZÚCAR, además de SAL y HARINAS
refinadas. Diversos estudios han demostrado que el consumo de los llamados “
venenos blancos” propician la obesidad y enfermedades como la
diabetes, hipertensión, nefropatías, párkinson, alzhéimer y el cáncer, entre otras.
¿Qué cantidad de azúcar se debe consumir?
En realidad no se debería consumir nada de azúcar refinada. El cuerpo no la necesita porque la energía puede obtenerla de los alimentos naturales. No obstante, la Organización Mundial de Salud (OMS) fijó una ingesta máxima en
10 kilogramos anuales por persona. Veamos brevemente la evolución de este consumo. En el siglo XVIII la ingesta per cápita anual era de 4 kilos. En el 2012 dicho promedio subió a
35 kg. El dato más reciente (2019) indica un consumo de
88 kilos por individuo. Comparando las cantidades anteriores, significa que en
tan sólo 7 años ocurrió casi el mismo incremento observado en 300. Lo grave es que esos 88 kilos rebasan 926 por ciento el límite reconocido por la OMS. Este consumismo es el que tiene y mantendrá casi colapsado el sistema de salud en nuestro país.
En gramos y cucharadas
La cantidad de 10 kilogramos, dividida entre 365 días, equivaldría a consumir 27 gramos diarios, que es un poco más de los contenidos en
una cuchara sopera bien copeteada. Esto no cuadra cuando la OMS sugiere el consumo cotidiano de
6 cucharadas (120 gramos) en niños-adolescentes y 9 en los adultos,
(180 gramos). O fue un error o las poderosas trasnacionales le impusieron su criterio. Las 9 cucharadas de azúcar se acercan más a los 88 kg arriba mencionados, los cuales, por cierto, resultan conservadores comparados con la realidad.
Metabolismo del azúcar
Todas las células del cuerpo están interconectadas entre sí formando tejidos y órganos. Su agotamiento puede alterar el funcionamiento de otras células y romper el equilibrio en todo el organismo. El cuerpo, para ponerlas a trabajar, dispone de energía almacenada en los músculos y el hígado, como
glucógeno. El hígado emplea esa energía para enviar a cada célula, a través de la sangre, el energético para cumplir con sus funciones. Lo hace mediante procesos de transformación bioquímica (metabolismo) que involucran a todos los órganos en mayor o menor grado. A continuación de manera sucinta se aventura una explicación de cómo el organismo deja de transformar el azúcar en un energético útil.
Los trillones de células realizan básicamente tres tareas: recibir nutrientes
, desechar residuos y renovarse. La sangre les entrega los nutrientes (el azúcar incluida) y también retira los residuos tóxicos. En el páncreas se hallan unas células especiales llamadas Beta. Estas producen la hormona
insulina encargada de “
abrir” la puerta al azúcar para que entre en cada célula. Una parte del azúcar se consume para producir energía, otra es almacenada. Si dichas reservas no se utilizan haciendo ejercicio, por ejemplo, son transformadas en grasa haciéndose evidente que se está ingiriendo azúcar y carbohidratos en exceso. Naturalmente, de este modo, se pone a trabajar al páncreas también en exceso, lo cual, tarde o temprano, le ocasionará dos irregularidades: a) Restarle tiempo para repararse y desintoxicarse; b) Producir insulina deficiente. En este punto, las otras células, al detectar la segunda anormalidad alteran sus receptores de insulina generando resistencia a ella y le boquean la entrada al azúcar. Como el azúcar ya no es procesada en la célula (que le cerró el paso) es liberada en la sangre y almacenada como grasa, la cual, al no ser utilizada crea la
obesidad.
Obesidad y diabetes en México.
Se dice que para el 2025 en México el 25 por ciento de niños y adolescentes serán OBESOS. Esto es entendible, dado que las nueva generaciones al sustituir los deportes por videojuegos y hacer de las frituras, carbohidratos y bebidas azucaradas su dieta cotidiana,
agotan su PÁNCREAS desencadenándose
el proceso anterior. Debe insistirse: la ingesta de carbohidratos malos y el sedentarismo digital son actualmente las principales causas del sobrepeso.
Un sólo refresco de 600 ml, por ejemplo, contiene en promedio ¡
12 cucharadas de azúcar! Con una Coca se introducen al cuerpo
¡180 gramos! que, anualizados, representan
65 kilogramos. Agréguele usted el azúcar contenida en los postres, galletas, pan, helados y descubrirá la razón del sobrepeso. Tanto más exceda aquella cantidad, mayor será el riesgo de padecer
DIABETES, ya sea porque el páncreas deje de producir insulina (Tipo 1) o porque ésta ya no abra la puerta al azúcar en las células (Tipo II). En ambos casos, el azúcar sufre un proceso de descomposición (glicosilación) generando residuos tóxicos (acidez) que dañan los vasos sanguíneos más pequeños (microcirculación) dificultando la entrega de
oxígeno a las partes más alejadas del corazón y a los órganos más sensibles del cuerpo, como los ojos, nervios y cerebro. Esto se traduce en retinopatías (ojos), nefropatías (13 millones las sufren) y neuropatías.
A pesar de los esfuerzos del actual Gobierno por disminuir el consumo de bebidas y comida chatarra, no disminuye. Es explicable, pues esos productos además de contener substancias adictivas su adquisición es asociada con el éxito y reconocimiento social. Durante cuatro décadas, deportistas, artistas y hasta Presidentes, actuaron como agentes de ventas de la industria alimentaria trasnacional.
Salinas, pagando el reconocimiento gringo a su fraudulento triunfo (1988), utilizó las tiendas de la CONASUPO y su programa Solidaridad para hacer llegar los refrescos a las comunidades más apartadas. Vicente Fox llego a la Presidencia financiado por quien fue su patrón: la empresa Coca-Cola. Enfocó sus esfuerzos a sustituir el
agua como bebida, por ese veneno. Peña Nieto quitó la autonomía de las escuelas para convertir las cooperativas de consumo en tiendas concesionadas a particulares dando entrada a la publicidad de la Coca-Cola y comida chatarra en todos los niveles educativos. El resultado,
según estimación de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) es que el 40 por ciento de los adultos padecerán obesidad en 2030.
¿Hay remedio? Sí, está en cada uno de nosotros. Se debe hacer ejercicio físico, beber agua y consumir más alimentos alcalinos y, por supuesto, eliminar el azúcar, harina y sales refinadas de nuestra dieta. Hágalo antes de secretar orina espumosa, padecer dolores de cabeza, presión arterial irregular, extremidades inflamadas, cansancio, boca seca y palidez, entre otros síntomas, que indicarían daño renal y/o una probable diabetes.