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Columnas y artículos de opinión
Diario de un reportero
El derecho y el espíritu de las leyes
Miguel Molina
27 de agosto de 2015
alcalorpolitico.com
El veinticinco de diciembre de hace mil doscientos quince años, después de celebrar misa de Navidad en la basílica de San Pedro, el papa León III encabezó la ceremonia solemne que concluyó cuando puso una corona enjoyada en la cabeza de Carlos I, rey de los francos, y ante la ciudad y el mundo lo ungió como Carlomagno, Emperador de la cristiandad.
 
Ese día o esa noche, el emperador recibió entre muchos regalos una tableta de marfil de unos treinta centímetros de alto, labrada con figuras de animales –un oso, una pantera, un león atacando a sus presas de pezuña hendida. Uno la ve detrás del vidrio y piensa en el momento de hace siglos en que el fundador de la Europa moderna tuvo tan delicada pieza entre sus manos.
 
Pero la tableta de Carlomagno no es lo único maravilloso en la biblioteca de la abadía de San Galo, un barroco salón luminoso desde hace doce siglos que huele a libro antiguo, y cuyo piso rechina a cada paso que dan los visitantes con el calzado enfundado en zapatillas de fieltro.
 

Este año, la biblioteca de San Galo (patrimonio de la humanidad en una ciudad antigua del noreste de Suiza, no muy lejos del lago Constanza) organizó la exhibición Cuando los libros establecen la ley, una colección que reúne los textos más antiguos e importantes del derecho occidental. Allá nos llevaron el azar y la necesidad hace apenas una semana...
 
Lo que llama la atención del cronista (que sería licenciado en derecho si hubiera estudiado una carrera) es la vasta colección de leyes lombardas, francas, alemanas y visigodas que desafían el entendimiento desde sus caligrafías de los siglos VII, VIII y IX, y al mismo tiempo dan una vaga e inquietante idea de cómo era el mundo de ese tiempo.
 
En una esquina está el Epitome Juliani, un palimpsesto (un manuscrito en el que se escribió encima del texto original) con las Nuevas Constituciones de Justiniano, un sumario de ciento veintidós leyes que sentaron las bases para el Derecho Romano tal y como lo conocemos, y citas de Ulpiano, Paulo, Papiniano, Gayo y Modestino.
 

Más allá, otras joyas literarias e históricas deslumbran el entendimiento: libros que quizá nadie ha abierto durante varios siglos, oscuros tratados canónicos, un globo terráqueo que es copia más y menos fiel del mapa del mundo que hizo Mercator en 1569, y en una esquina – púdicamente cubierta de la cintura hacia abajo – la momia de Schepenese.
 
(La momia de Schepense, que merece una historia aparte, es de una mujer que murió cuando tenía entre treinta y los cuarenta años seis siglos antes de nuestra era, y tal vez era de la familia Besenmut, que tuvo influyentes políticos y sacerdotes. La abadía recibió el cuerpo como un regalo en 1836, y desde entonces lo conserva – con el féretro de sicomoro – en la esquina egipcia de la biblioteca.)
 
Después de una hora y media, casi dos horas, de ver y revisar textos sin duda ininteligibles para quien no sepa paleografía, pero igualmente emocionado ante la cercanía de las raíces del derecho que regula el trato de las personas entre sí y establece la relación de esas personas con el Estado, uno sale al mundo con ganas de un trago y de sentarse a pensar en lo que somos.
 

No sabe uno cómo entra en la conversación – que quiere ser profunda y trascendente – el nuevo reglamento de Tránsito del Estado Libre y Soberano de Veracruz-Llave, con todas sus mayúsculas, pero entra. La emoción de haber estado frente a la fuente de gracia del derecho se desvanece poco a poco.
 
¿Quién, con qué argumento, podrá justificar los treinta y tantos artículos que en cincuenta páginas (la cuarta parte) del código se dedican a establecer sanciones y castigos en términos ilegales (que el Congreso aprobó desde diciembre de 2014 aunque no haya actualizado la ley)? ¿Para qué sirve una regla que busca, sobre todo, multar y sancionar en vez de regular y prevenir?
 
Será que sólo quienes hemos vivido fuera de México nos damos cuenta de las leyes innecesarias que pretenden establecer orden donde no hay desorden sino corrupción. Será que hace falta ver hacia fuera para entender lo que no funciona dentro de nuestra sociedad, cada vez más burlada y más molesta.
 

Cuando es hora de volver – como dijo el clásico, ya que andamos en esas cosas – al oficio y al usado ejercicio que su natura o menester le inclina, camina uno y busca sin encontrar patrullas ni agentes. Y sabe que está en otra parte que no es Xalapa, que no es Veracruz, que no es su patria.
 
Y recuerda que Ulpiano (quien vio que la justicia es la perpetua y constante voluntad de dar a cada quien lo que le corresponde según su derecho), asesor del emperador Alejandro Severo y prefecto del pretorio, equivalente a ministro de Justicia del Imperio Romano, murió degollado ante el propio emperador un día del año 223 (o 228, según la historia que uno consulte) por los soldados que no aceptaron que un jurista que limitaba sus beneficios económicos fuera su jefe. Aistá.