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Columnas y artículos de opinión
Kairós
De igualdades e ideologías
Francisco Montfort Guillén
8 de julio de 2015
alcalorpolitico.com
Desigualdad extrema en México, de Gerardo Esquivel Hernández es un nuevo estudio que centra sus análisis en el problema central del país. Más que nueva, es una reiteración de la visión que domina en ciertos círculos de la academia mexicana. Insistir en estudiar y denunciar el mal de la desigualdad tiene el mérito de señalar como obligación nacional debatir en torno de este que casi podríamos identificar como el mal congénito de la patria y la nación mexicana. Tan ancestral mal no ha podido ser resuelto. Y ahora, apunta el autor, se ha agravado durante las últimas dos décadas.
 
Uno de los méritos del estudio es señalar la contradicción entre el crecimiento del ingreso per cápita y el estancamiento en los niveles de pobreza. Es importante porque esta realidad matiza el enfoque que corre a lo largo del estudio. Revestido al parecer por una ideología cristiana, o comunista, hace ver a la riqueza como un mal. Creo que el estudio tiene sesgos que en otros esfuerzos deben ser matizados. Porque resulta paradójico que una persona con ingresos salariales de 25 mil pesos sea clasificada junto a Carlos Slim, según se puede constatar en el ejercicio que se propone en el periódico digital Animal Político en el artículo que da a conocer esta importante investigación.
 
La visión que ofrece Gerardo Esquivel sería diferente si excluyera del análisis los casos atípicos y centrara el objetivo en los casos regulares de ingreso. Ejemplificar todo con los ingresos de Slim, de Larrea y Salinas “deforma” la concepción y desliza la creación de un enemigo de la sociedad mexicana: la concentración de riqueza. Al señalar los casos de los hombres más ricos del país para ejemplificar el extremo de desigualdad (casos reales, esa es otra cuestión) y afirmar que todos ellos tienen como origen de su fortuna las concesiones gubernamentales crea la imagen de que a esa decisión deben exclusivamente toda su fortuna. Por supuesto que este factor es influyente. Pero también existe la capacidad de esas personas para hacer negocios.
 

En resumen puede decirse que el estudio, sin proponérselo explícitamente, marca como el origen de las desigualdades en México al Estado. En este caso la verdad es incontrovertible. La deficiente estructura fiscal, el mal gasto gubernamental, la pésima calidad educativa y demás servicios públicos, la mala estructura de comunicaciones y transportes están en la base de la desigualdad en nuestro país. La pregunta a dilucidar es si es posible con este Estado que tenemos remontar la deficiente creación de riqueza y su distribución equitativa.
 
Si el Estado es el causante de la desigualdad en México entonces el problema es menos de carácter económico y más político. Y señala una verdad incontrovertible que machaconamente señala Macario Schettino y que en mis columnas hago eco de su afirmación: el siglo XX mexicano fue un siglo perdido en donde existieron décadas más malas que otras. Pero nos pasamos un siglo destruyendo riquezas, autoengañándonos con las mentiras de la justicia social priista, condenando a la riqueza, o más bien a los ricos, considerando la generación de riquezas como un mal en sí mismo y un mal del bienestar de la república; y señalando en el sistema educativo que los empresarios son los villanos del país. Si algo sirve de consuelo podemos agregar que todos los países con ideologías supuestamente socialistas corrieron la misma suerte y algunos les fue peor, como a Cuba y a los países del este.
 
El debate que provoca este estudio debiera ser permanente hasta que consigamos una base común de acuerdo político para resolver el gran problema de la desigualdad. En primer lugar reconocer el grave mal de que los maestros fueran organizados para votar y no para enseñar. La verdadera transformación educativa tiene que llegar a las aulas para introducir una educación de calidad basada en el dominio de las lenguas (iniciando con el español y por lo menos otra lengua extranjera), las matemáticas y la ciencia. También debe desaparecer la concepción católica de que la riqueza es mala y que los empresarios son los agentes del mal. Dar solidez a la educación que premia las iniciativas individuales; la realización personal; el reconocimiento explícito de los méritos académicos; la valorización real del significado del trabajo como fuente de realización; el trabajo de colaboración en equipo y el manejo adecuado de las relaciones públicas constituyen un complemento insustituible que debe tener la educación desde su inicio hasta el nivel de posgrado.
 

Desde luego el acuerdo básico debe ser el sistema tributario. Aquí los obstáculos a vencer son enormes pero el esfuerzo debe ser proporcional para que todos convengamos en que la igualdad es la fuente del pacto social que permitirá la generación y distribución de riqueza que a todos beneficie. No la igualdad total y autoritariamente impuesta. Si la igualdad que a nadie ofenda o que sea fuente de exclusión del pacto social y que no limite el esfuerzo personal por producir y acumular riquezas.
 
Tal vez la propuesta más seductora del Gerardo Esquivel en su estudio Desigualdad extrema en México sea sobrepasar el llamado Estado de bienestar, surgido en algunos países después de la Segunda Guerra Mundial. Construir un Estado social que no excluya a nadie de los beneficios comunes debe ser el faro que guíe todos los esfuerzos políticos de renovación del pacto social en México. El siglo XX nos dejó estructuras excluyentes que hoy están en quiebra. IMMS, ISSSTE y otros servicios de salud y de pensiones para el bienestar social y el retiro después de una vida productiva tienen que desaparecer en un sistema de bienestar de acceso universal. La razón de fondo es económica. Sin ese respaldo se encarecen la mano de obra y los bienes producidos, se pierde competitividad y productividad, el mercado interno se debilita y la competitividad internacional se mengua.
 
También el sistema universal de seguridad y salud social es una de las bases del pacto social, de la llamada justicia social. Producir las riquezas para sostener este Estado social como lo llama Gerardo Esquivel resulta indispensable. Por ahora la manera de producir las riquezas en México es inadecuada para alcanzar ese nivel de sociabilidad del bienestar.
 

El modo de producción de la sociedad del conocimiento requiere de elementos que o no tenemos o son francamente débiles. Las bajas tasas de crecimiento permanecerán mientras no funcione a cabalidad el Estado de derecho y no contemos con el capital humano y el capital social, es decir, organizacional que demandan las nuevas tecnologías de la producción, la formación masiva de mujeres y hombres de gran calidad profesional y la invención continua tanto científica como tecnológica. Dura tarea para las generaciones que tendrán que corregir los errores de todo el siglo pasado que nos dejó en el subdesarrollo.