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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Una encíclica verde
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
25 de junio de 2015
alcalorpolitico.com
La encíclica (la primera propiamente suya) del papa Francisco Sobre el cuidado de la casa común, la Tierra, que ha sido dada a conocer la semana pasada, sin duda provocará muchísimos comentarios y ejercerá una gran presión sobre los sectores poderosos del planeta: los políticos y los grandes empresarios, principales responsables de este desastre ecológico que estamos viviendo y padeciendo.
 
Es sabido que a fines del presente año se efectuará una reunión cumbre en París, convocada por la ONU, para tratar de llegar a un acuerdo (tras más de veinte años de fallidos intentos) y comprometer a los gobiernos a frenar las terribles consecuencias que ha tenido la contaminación ambiental. Esta cumbre climática se ha denominado París o morir y, como señala José Luis Lezama, ambientalista e investigador del Colegio de México, «se ha convertido en una fecha fatal, la solución del dilema: estabilización climática planetaria o el apocalipsis; una especie de Año Mil, que anuncia un posible fin del mundo, castigo divino por los excesos de la civilización moderna contra la obra de la creación» (http://joseluislezama.blogspot.mx).
 
No somos muy optimistas acerca de las acciones concretas que deriven de ese reunión de los dueños del mundo y principales causantes del desbarajuste ambiental, pero sin duda que la presión sobre ellos, ahora potencialmente aumentada con esta encíclica, por lo menos los pondrá en evidencia una vez más, y con más fuerza serán sentenciados y condenados por los ciudadanos conscientes que hablan, gritan y hacen lo que pueden por denunciar todos los atropellos que se cometen contra el aire, el agua, la tierra, los animales y, finalmente, contra el mismo ser humano en sus estratos más desprotegidos. Y todo causado por la producción ambiciosa de las grandes corporaciones industriales que solo contemplan el incremento de sus utilidades, dejando a los gobiernos la responsabilidad de los destrozos ambientales que causan. Por ejemplo, si un beneficio de café empuerca un río arrojando el venenoso mucílago que resulta del proceso de lavado de los granos fermentados, los daños los recibirán los que viven o se surten de ese río y quienes, más temprano que tarde, reclamarán a las autoridades que limpien el agua envenenada. Y los políticos, lejos de enfrentar y remediar el problema de raíz (por los consabidos compromisos con los empresarios), cargan sobre los mismos consumidores del agua los costos del procesamiento de purificación. El círculo vicioso (beneficioso para sus actores) se cierra maravillosamente y ambos ganan: el empresario cargando sobre los políticos la responsabilidad del remedio al daño por él causado, y estos echando sobre las espaldas del pueblo más carga impositiva y más exacciones.
 

Es cierto, como señala el investigador del Colegio de México, «La encíclica es un documento realista, carece de ingenuidad y está completamente plantado en el mundo; sus ideas no resultan de la inspiración y sus interpretaciones de la crisis no se explican por la magia o lo sobrenatural; la crisis ambiental no aparece como producto de la lucha entre ángeles y demonios; nace del poder, de la competencia económica, de la política, de la voluntad de someter al mundo humano y no humano y ponerlos al servicio del dinero, de la producción y del consumo bajo la lógica de la economía, de ‘la idolatría del dinero’. Hace un llamado a los poderosos del mundo a responder por sus actos, por sus conductas y a resarcir los daños que han provocado en la gente, en los pobres y en la naturaleza».
 
Esto es verdad pura y el documento es plausible. Aunque no sabemos qué atención le puedan prestar gobiernos como los de China, Estados Unidos o Japón, por ejemplo, a quienes la competencia económica los ha hecho boicotear o, al menos, ignorar todos los posibles acuerdos al respecto.
 
Pero, además de estas esferas de responsabilidad global, también es cierto que en cada uno de nosotros existe un saco de compromisos por asumir en defensa de esta Casa nuestra. Por el consumismo desaforado y la mentalidad de que la basura que yo arrojo no es mi responsabilidad, ricos y pobres hacen de cualquier lugar un tiradero de desechos. Basta ver las orillas de las carreteras o los parques públicos o cerca de cualquier escuela, donde los vecinos tienen que soportar el basurero que diariamente dejan los escolapios consumidores de chatarra alimenticia.
 

Algo se puede esperar de la lucha por preservar el medio ambiente, como también que esta se deslinde de los manoseos de grupillos o partidos políticos que en eso han encontrado su mina de oro.
 
ginorauldegasperin.blogspot.com