icono menu responsive
Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Contra la estupidez institucional
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
23 de abril de 2015
alcalorpolitico.com
En el pasado mes de enero, la revista La Filosofía hoy (Philosophy Now) otorgó al lingüista y filósofo norteamericano Noam Chomsky el premio Lucha contra la Estupidez. Aunque sabíamos de muchos premios estúpidos, no conocíamos uno que se otorgara a quienes luchan contra esa forma de ser, pensar y actuar que, según uno de los libros sapienciales de la Biblia, es tan común que sentencia: «si los estúpidos volaran seguramente taparían el cielo».
 
Pero este premio tuvo la singularidad de que, al recibirlo, el galardonado hizo referencia no a esa multitud de individuos que velarían el cielo, sino a una especie que nos tiene, en todas las esferas, en un estado de crispación individual y social. En efecto, Chomsky particularizó la estupidez en un subgénero: la institucional. «La estupidez —señaló— viene en varias formas. Me gustaría decir unas palabras sobre una forma en particular que me parece la más problemática de todas. Podríamos llamarla estupidez institucional. Es una especie de estupidez que es del todo racional dentro del marco en el que opera; pero es el marco mismo el que va de lo grotesco a la virtual demencia» (http://www.jornada.unam.mx/2015/04/18/opinion/002a3pol#texto).
 
Nosotros podríamos mencionar muchos, muchísimos ejemplos, pero Chomsky, con su muy particular estilo analítico y crítico, enumeró dos que a la mayoría de los mortales pasan desapercibidos, sobre todo por la manipulación de los grandes medios comunicativos: las falsas alarmas en los sistemas de detección de las amenazas nucleares y el deterioro ambiental.
 

En cuanto al primer ejemplo de estupidez institucional, en este caso, del gobierno norteamericano, menciona que «un número reciente de la revista The Bulletin of Atomic Scientists (Boletín de Científicos Atómicos) presenta un estudio de las falsas alarmas de sistemas de detección automática que Estados Unidos y otros países usan para detectar ataques de misiles y otras amenazas que pudieran percibirse como un ataque nuclear. El estudio abarcaba de 1977 a 1983, y estima que durante ese periodo hubo un mínimo de 50 falsas alarmas, y un máximo de 255. Esas alarmas fueron abortadas por intervención humana, que evitó un desastre por cuestión de minutos… Eso ya es bastante malo, pero se pone peor. Hace como un año nos enteramos de que, en medio de estos acontecimientos amenazantes para el planeta, el sistema de alerta temprana de Rusia –similar al de Occidente, pero mucho más ineficiente– detectó un ataque de misiles proveniente de Estados Unidos y envió una alerta máxima. El protocolo para los militares soviéticos era responder con un ataque nuclear. Pero la orden tenía que pasar por un ser humano. El oficial de turno, un hombre llamado Stanislav Petrov, decidió desobedecer las órdenes y no comunicar la alarma a sus superiores. Recibió una reprimenda oficial, pero, gracias a su incumplimiento del deber, hoy estamos vivos para contarlo. Sabemos de un enorme número de falsas alarmas del lado estadunidense. Los sistemas soviéticos eran mucho peores».
 
 Por supuesto, los medios de comunicación masiva son muy parcos en informar. De seguro –apunta el filósofo- esos líderes internacionales no son tontos en lo individual. Sin embargo, en su función institucional su estupidez es letal en sus implicaciones. Al observar el registro desde el primer ataque atómico –hasta la fecha, el único–, es un milagro que hayamos escapado.
 
En cuanto a la contaminación ambiental, un grandísimo peligro para la supervivencia de la especie, corresponde al sector privado, pero para este, ello no es para nada una prioridad. «En el tema de la concentración del poder privado también existe esencialmente un problema de democratización. Una corporación es una tiranía. Es el ejemplo más puro de tiranía que se puede imaginar: el poder reside en la cima, las órdenes se envían abajo nivel por nivel, y en la parte más baja uno tiene la opción de comprar lo que produce».
 

¿Hay alguna salida? Chomsky, muy brevemente, apunta dos, que se resumen en la fórmula Democracia funcional: «Con respecto a la situación del gobierno, requiere desarrollar una sociedad democrática funcional, en la que una ciudadanía informada desempeñe un papel central en la determinación de políticas… En el tema de la concentración del poder privado también existe esencialmente un problema de democratización. Una vez más, es cuestión de democratizar las instituciones de la vida social, política y económica. Fácil de decir, difícil de hacer, pero, me parece, esencial».
 
Pobre madre tierra, pobre humanidad.
 
[email protected]