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Columnas y artículos de opinión
De Interés Público
Campañas vacías
Emilio Cárdenas Escobosa
16 de abril de 2015
alcalorpolitico.com
En menos de 60 días los mexicanos iremos a las urnas para elegir de entre una variada gama de opciones a las mujeres y hombres que habrán de ser nuestros representantes en la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión. En ese breve lapso de tiempo esos aguerridos combatientes de la política buscarán convencernos de las bondades de sus propósitos y de su capacidad para servir eficazmente a los intereses y preocupaciones colectivas. En cada uno de nosotros está el creer o no en sus ofertas, movidos por el conocimiento que podamos tener sobre ellos, las plataformas electorales que dicen defender o el historial y la práctica de gobierno de los partidos que los postulan.
 
Decisión nada fácil si nos atenemos al tipo de mensaje y vinculo con el elector que se deriva no solo sus apresurados recorridos proselitistas y mensajes a bote pronto, sino a lo que algunos expertos definen como la "americanización" de la comunicación política de las campañas, en donde lo que prima es el sometimiento de las burocracias tradicionales de los partidos al aura de sus candidatos, un personalismo generalizado en la percepción y manifestación de la política, el vaciado de referencias ideológicas en las propuestas electorales, la saturación de mensajes vacíos en redes sociales, las insulsas frases y slogans de campaña, entre un largo etcétera que ha venido borrando las viejas e intuitivas formas de ejercicio político.
 
En un contexto democrático, el discurso político que da forma a los mensajes de las campañas electorales debe estar estrechamente vinculado a la búsqueda de la eficacia, entendida ésta como la capacidad de guiar, seducir y persuadir al electorado, convenciéndolo de que la propia posición frente a los temas de debate público y político es mejor que la de los contendientes. En este sentido, ello tendría como premisa básica, el diálogo. Sin embargo, es una realidad que en los discursos políticos de las campañas electorales predomina el monólogo y todo el peso de esa tarea persuasiva se queda en la utilización de la imagen del candidato. Lo que queda es una sucesión de imágenes arregladas con photoshop que saturan el paisaje rural y urbano e inundan las ondas hertzianas. Rostros y actitudes impostadas que no nos dicen nada y que en absoluto nos ayudan a decidir.
 

De esta forma el objetivo del pomposamente llamado marketing político que es, por supuesto, la captación de votos para ganar elecciones, se reduce a un simple truco psicológico o publicitario ante el cual el público se ve como una víctima pasiva y convierte a la racionalización del mensaje u oferta del candidato en una tarea para iniciados que logren desentrañar –si lo hay- el mensaje que pretenden dar los candidatos.
 
Esta ausencia de diálogo en las campañas políticas no constituye una cuestión menor y debería considerarse como un serio llamado de atención. Debate, propuesta y defensa de argumentos caracterizan y son requisito de las instituciones y procesos que denominamos democráticos. La dialéctica –o arte de disputar- y la retórica –o arte de componer discursos- son elementos consustanciales al ejercicio de la política y representan herramientas imprescindibles a los fines de la persuasión y la formación de consenso.
 
En ese contexto, el debate público tiene una indiscutible utilidad a los fines de la confrontación de los intereses opuestos y para forjar una ciudadanía activa en los procesos de deliberación pública. No obstante, en un escenario en el que la imagen se antepone al mensaje, en el momento de formar un juicio u opinión el ciudadano tenderá de manera natural a utilizar aquella información que resulte más accesible o disponible para su memoria; aquella que implica menores esfuerzos de pensamiento y recuperación. He ahí el éxito de las modernas formas de hacer política y de organizar y conducir las campañas políticas, aunque vayan en detrimento de la calidad de nuestra vapuleada democracia.
 

Las imágenes de los candidatos se moldean para intentar tender un puente que estreche el abismo que separa a partidos y votantes. A tales fines, se enfatiza el papel de las personalidades en detrimento de los programas, considerando que la individualidad de los candidatos es uno de los factores esenciales que explican las actuales variaciones de los resultados electorales. El encanto de los partidos disminuye, las identidades se debilitan y las convicciones ideológicas se desplazan a favor de soluciones pragmáticas. Ese es el quid de los modernos cánones de la mercadotecnia electoral.
 
En las campañas en las que no se dialoga, no se abordan temas controversiales y el silencio se impone ante la presunta eficacia de una imagen, se echa por la borda el objetivo que debe mover a los partidos y candidatos de establecer un debate público vigoroso. Así, las campañas se convierten en un conjunto de soliloquios dirigidos a diversos temas en donde en realidad la genuina difusión de las ideas deja de tener interés y la propaganda cede su espacio a la publicidad. Elegimos, pues, sin debate de ideas y propuestas.
 
La sustitución del espacio público y sus arenas por el espacio de los medios, lleva invariablemente a ignorar el papel de la sociedad civil, confundiendo el debate entre las élites políticas -que se da todos los días en el juego de mensajes cruzados en las columnas periodísticas- como si sus intereses fueran todo el universo de lo político.
 

Mientras, que el ciudadano se entretenga en ver el spot más ingenioso o escuchar un alud de mensajes que al final no le dicen nada, para terminar eligiendo la envoltura más llamativa de un producto que, lamentablemente, no tiene devolución.
 
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