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Columnas y artículos de opinión
Café científico
La piedra de Zimapán
Paula Ximena García Reynaldos
27 de marzo de 2015
alcalorpolitico.com
Era una piedra extraña, parduzca con matices rojos. Llegó en una cajita de madera, desde Zimapán, poblado minero cercano a Pachuca y Real del Monte. Quién la envió no sabía que no era igual a ninguno de los minerales que hasta entonces habían salido de la mina “La Purísima”.
 
Cuando el profesor de química y mineralogía Andrés Manuel del Río la examinó con cuidado, llegó a la conclusión de que no correspondía con ninguno de los minerales que él mismo había estudiado, así que se dispuso a investigar con más detalle.
 
En diversas pruebas que realizó en su laboratorio del Real Colegio de Minas de la Nueva España -ubicado en el Palacio de Minería de la Ciudad de México- el profesor Del Río pudo obtener diferentes compuestos de diversos colores: azul, verde, amarillo, morado; ese comportamiento hasta cierto punto se parecía al observado para el cromo, elemento que ya era conocido entonces, pero con algunas diferencias que le hicieron concluir que de la piedra de Zimapán, había podido aislar un nuevo elemento.
 

Todo esto sucedía justo el inicio del siglo XIX y entonces apenas se conocían unos 30 elementos: unos 10 años antes el francés Lavoisier -considerado padre de la Química moderna- había hecho una primera lista de los elementos conocidos, definiendo también el concepto. Por supuesto no existía todavía una herramienta definitiva de organización como la tabla periódica, pues su creador principal, Mendeleiev, ni siquiera había nacido.
 
Emocionado el profesor Del Río les confió a algunos alumnos su descubrimiento, aunque parecería que no estaba del todo seguro de cómo llamarlo: primero lo nombró pancromio, del griego “muchos colores”, debido a las observaciones que había hecho de los compuestos coloridos, pero quizá porque el nombre se parecía mucho al cromo, o sólo porque cambió de opinión, después se decidió por el nombre eritronio, de la palabra griega para rojo: eritros, pues en sus experimentos observó también que sin importar su color inicial, cuando los hacía reaccionar con compuestos alcalinos, siempre terminaba con un material rojo.
 
Casi estaba listo para dar a conocer su hallazgo al mundo, pero antes de hacerlo decidió discutir sus resultados con sus colegas. En esos días llegó a visitarlo un amigo: el destacado naturalista alemán Alexander von Humboldt, por supuesto don Andrés estuvo encantado de poder compartir con él sus recientes descubrimientos sobre el eritronio.
 

Humboldt obviamente se interesó por el descubrimiento y consideró que una buena idea enviar una muestra del mineral al químico y mineralogista francés Hyppolite-Victor Collet-Descotils, reconocido por confirmar el descubrimiento del cromo. Desgraciadamente Collet-Descotils al analizar los procedimientos del profesor Del Río y hacer algunas pruebas, concluyó que el eritronio no existía, y que la muestra del mineral no contenía un elemento nuevo, sino que era una variedad de cromo. Humbolt confió en la experiencia de Collet-Descotils y le comunicó esa información a Del Río, quién un poco decepcionado, le dijo a su amigo que ya no le enviara la muestra de regreso y se quedara como recuerdo con la piedra de Zimapán.
 
Más de 30 años después esa misma piedra fue a parar a manos del químico alemán Friedrich Wöhler, quien se interesó en los estudios previos de Andrés Manuel del Río y comprobó que ¡eran correctos! Pero ya era tarde para el eritronio pues alguien ya había reportado la existencia de un elemento con sus características exactas: un par de años antes en 1830 el sueco Nils Gabriel Sefström descubrió, en un mineral de hierro, un elemento desconocido, con el que se podían formar compuestos de diversos colores: azul, amarillo, verde, morado... y lo llamó vanadio, por la diosa escandinava del amor y la bellaza Vanadis -también conocida como Freyja-.
 
Aunque se haya reivindicado el descubrimento inicial del profesor Del Río, el nombre del elemento, que ocupa el número 23 en la tabla periódica, terminó siendo el asignado por Sefström.
 

A pesar de este tropiezo, la carrera científica y académica de Andrés Manuel del Río fue larga y prolífica, escribió el libro “Elementos de Orictognosia” una de las obras más reconocidas en su tiempo sobre mineralogía.
 
Del Río nació en España pero vivió la mayor parte de su vida en América, principalmente territorio mexicano, donde no sólo influyó en el desarrollo científico, sino también en sus cambios políticos. Fue diputado en las cortes españolas, donde apoyó siempre la independencia de la Nueva España.
 
Sin embargo una vez que se consumó la independencia de México, cuando se decretó la expulsión de la mayoría de los nacidos en España, Del Río, aunque no fue expulsado, decidió salir del territorio y se exilió voluntariamente en Filadelfia, EUA, en donde siguió con su actividad científica y entre otras cosas, fue parte de la Sociedad Geológica de esa ciudad. Ese exilio sólo fue temporal y en 1834 regresó a México, a su querida cátedra de Mineralogía en lo que ahora se llamaba el Colegio de Minería, en la Ciudad de México, donde continuó enseñando varios años más, y donde murió hace 166 años: el 23 de marzo de 1849.
 

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Nota: Este Café Científico se tomará una pausa de una semana. Nos vemos por aquí en dos semanas. Felices vacaciones para todos.