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Columnas y artículos de opinión
Kairós
Votar en elecciones intermedias
Francisco Montfort Guillén
25 de febrero de 2015
alcalorpolitico.com
La desvalorización de la actividad política desfonda la cultura mexicana. Si la reproducción de la sociedad depende en gran medida de la reproducción del poder político dominante, del poder del Estado, entonces la sociedad viene siendo reproducida por un conjunto de procesos públicos marcados por la corrupción y la impunidad que impiden la participación política basada en visiones positivas del mundo y en conductas honorables y respetadas por todos.
 
Este sentimiento generalizado de desapego hacia la política influye en la participación electoral de los ciudadanos. Nunca en la historia del país se han conseguido niveles de participación electoral voluntaria cercanas a los niveles de las democracias europeas. Y sin embargo parece más fuerte la responsabilidad ciudadana de los mexicanos hacia el ejercicio comicial, que la pesadumbre derivada de su rechazo a la clase política. Por lo menos es lo que muestran los niveles de votación/participación en las elecciones, lo mismo en la era priista que en la era cuasi-democrática. Es cierto que durante la era del partido único, con niveles de votación excelsos, los resultados de la participación ciudadana en las elecciones son completamente desconfiables. Pero en la siguiente era de nuestra actual existencia, aunque el desprestigio de los políticos parece crecer sin medida, es mayor el nivel de compromiso ciudadano en cuanto a su responsabilidad para mantener en funcionamiento sus instituciones públicas.
 
Mientras los niveles de rechazo que indican todas las encuestas de opinión pública sobre los diputados, senadores, gobernadores alcanzan cifras embarazosas, la participación comicial mantiene aceptables niveles de compromiso. Es cierto que durante las elecciones presidenciales, en el caso de las elecciones federales, la participación ciudadana ronda en promedio el 60% de la lista nominal de electores, y el número de participantes pasó de 34.6 millones en 1994 a más de 45 en 2012. Los niveles de abstencionismo en elecciones presidenciales fueron: en 2006: 41.45% y en 2012: 36.92%. Estas cifras son menores que la abstención en elecciones intermedias o de elecciones de diputados. Pero aún en estas elecciones la ciudadanía no les da la espalda completamente. Aun y cuando han existido campañas explícitas de conspicuos <miembros de la sociedad civil> que demandan no participar o anular los votos, el abstencionismo en México no ha crecido y mantiene tasas positivas de reducción. En elecciones de diputados las cifras de abstención son las siguientes: 2003: 58.81%; 2006: 42.82%; 2009: 55.39%; 2012: 37.56%.
 

Una primera observación es que no debemos hacer mucho caso de las voces de los desencantados con la política en México, regularmente pseudointelectuales y derrotados militantes de izquierda que llaman a no votar o a la anulación de los votos o a dejar en blanco las boletas. Lo que conlleva a una segunda reflexión: si queremos promover cambios en el país, de acuerdo a nuestras visiones y deseos, entonces debemos trabajar políticamente por aquellos candidatos y partidos que postulen mejores personas en todos los aspectos: vida familiar, vida académica, vida profesional y vida política. Y más. Presionar para que los candidatos asuman, cada uno de ellos por separado, al cien por ciento, las responsabilidades por las cantidades, procedencia y uso de los recursos de todo tipo invertidos en su campaña. Esta es una de las vías para mejorar en algo la vida pública del país y no darle la espalda y desentenderse de los procesos electorales.
 
Una tarea de la mayor importancia y que ha pasado desapercibida en los análisis cotidianos en revistas especializadas y en los medios masivos es la observación de la transformación real de nuestro régimen político. Subsumidos todavía en la cultura presidencialista hemos pasado por alto el nuevo papel del legislativo en la división y funcionamiento de los poderes constitucionales. Del magistral discurso de Porfirio Muñoz Ledo en 1997, cuando el PRI por primera vez pierde el control absoluto del Poder Legislativo, no obstante ser el partido, en lo particular, con mayor número de diputados, lo que significó el principio del fin (inacabable) del sistema político del siglo XX, al reconocimiento explícito de Vicente Fox sobre la preeminencia del legislativo (<el ejecutivo propone, el legislativo dispone>) hemos transitado al olvido y desconocimiento de este cambio fundamental.
 
Cualquier régimen democrático tiene como poder definitorio al legislativo. Por supuesto, su importancia es más clara en los sistemas parlamentarios. Pero basta recordar las dos presidencias de Barak Obama en Estados Unidos para tener presente que es en el Congreso en donde son definidas las principales políticas públicas. En México sucede lo mismo, a pesar del déficit democrático. En la LV legislatura (1991/1994) el ejecutivo propuso 164 iniciativas y fueron aprobadas 162. Entre senadores y diputados presentaron 122 iniciativas y fueron aprobadas 29. En la LXI legislatura (2009/2012) el ejecutivo presentó 32 iniciativas y fueron aprobadas 27. En cambio entre diputados con 3197 y senadores con 133 sumaron 3330 iniciativas y fueron aprobadas 401. El vuelco es dramático y la transformación radical. Si se considera que la aprobación del presupuesto corresponde a la cámara de diputados se entenderá mejor el vuelco en la confección de las políticas públicas y en la confección de leyes.
 

El Poder Legislativo arrastra el descrédito por los desfiguros sobre todo de las bancadas de izquierda. También por los comportamientos personales de algunos de sus integrantes. Pero en el fondo lo importante radica en el papel que ha jugado en estos años, a partir de 1997. A Ernesto Zedillo lo obligó a negociar, por primera vez en la historia nacional, las reformas que proponía el ejecutivo de manera pública. A los presidentes panistas los doblegó en sus intentos reformadores. Y de este extremo, la legislatura en funciones pasó a la aprobación de las reformas de Enrique Peña en donde los trascendidos señalan que los votos a favor de las llamadas reformas estructurales fueron conseguidos gracias a pagos millonarios a cada diputado y senador que dio el sí a favor. Desequilibrios en las conductas presididas por corrupción, rencores partidistas, frustraciones ideológicas y caprichos personales.
 
Otro dato relevante en esta transformación es la constante de que en las elecciones llamadas intermedias el partido con mejores triunfos es el PRI. Su mejor comportamiento electoral es cuando se juega solo la composición del poder legislativo, situación que explica su poder e influencia aun en condiciones de rechazo a sus presidentes. Inclusive, cuando en 2006 los priistas se fueron al tercer lugar presidencial, sus senadores y diputados recibieron más votos que los otorgados a Roberto Madrazo. (Reporte CESOP, Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública de la Cámara de Diputados, LXI Legislatura, N° 55, junio de 2012.Elecciones de 2012. Volumen 1. Todos los datos citados y considerados en el presente artículo, están contenidos en esta publicación). Es en este tipo de elecciones cuando mejor reluce su llamado <voto duro>, el juego de <su estructura> o en términos más claros: en las elecciones intermedias el peso de los gobiernos del PRI, federal, estatales y municipales dejan sentir todo su poder de compra de votos, de coacción de los votantes, de cooptación de opositores, de movilización de ciudadanos poseedores del voto ritual y de desaliento de los votantes independientes y opositores.
 
El reino electoral del PRI resplandece cuando los otros partidos desfallecen debido a la falta de interés de los ciudadanos. Y la causa es que los votantes consideran que la elección de diputados es secundaria, de menor relevancia que cuando está en juego el poder ejecutivo. Y el PRI dominará el escenario nacional y los escenarios estatales mientras los partidos de oposición y los ciudadanos de mayor independencia partidista no reconozcan la importancia de las elecciones intermedias en la configuración del poder público y en la conducción real de los destinos nacionales y de cada estado de la república. Los votantes opositores, básicamente PAN y PRD, diferencian sus votos en las elecciones presidenciales y otorgan más sufragios a sus candidatos presidenciales que a sus senadores y diputados. Y abandonan a sus candidatos a diputados cuando las elecciones no son concurrentes con la presidencial o por lo menos con las de gobernadores (Ibíd.)
 

Los votos anulados, en blanco y el abstencionismo favorecen únicamente al PRI, que hace de las elecciones intermedias el eje central de su dominio político en el gobierno federal y en los gobiernos estatales. Aunque a decir verdad, como en el caso de Veracruz, resulta difícil hacer un análisis confiable de los comicios no solo por la mala calidad de las estadísticas disponibles, sino porque los partidos opositores son en realidad apéndices gubernamentales, no del PRI, que es el apéndice mayor del gobierno del estado. En Veracruz el actor principal en las elecciones es el gobierno del estado con todas las fuerzas que controla y los recursos de que dispone. Es el gran elector. Por eso en la entidad no existe la democracia, por más que los discursos hagan referencia constante a este régimen político.