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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Descenso al purgatorio de la burocracia religiosa
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
19 de febrero de 2015
alcalorpolitico.com
Y he aquí que una hija decidió casarse. Y según la secular tradición familiar: por la iglesia y por el Estado. Y aún más: elegirnos padrinos de su boda. Hermosos detalles todos ellos. Y nos pide: necesito actas de nacimiento recientes. No hay problema. Como el surtido de formatos en el Registro Civil está en crisis, ahí vamos a hacer cola antes, mucho antes de la hora de apertura de las oficinas. Después de pasar de una empleada a otra y de una ventanilla de pagos a otra (¿cuánto se gasta en papel?), al otro día salimos airosos con las actas debidamente firmadas. ¡Eureka! La eficacia va poco a poco ganando terreno.  
 
Ahora vienen los documentos religiosos. Esos deben de ser fáciles: llevamos los cartoncillos originales de cada suceso: fe de bautizo y de confirmación de la futura contrayente, y de matrimonio de los padrinos, o sea, de mi esposa y yo. Ahí vamos al primer templo, en la ciudad. Nos entregan una hoja en papel revolución: la hija no es la hija, la mamá tiene otros nombres, los apellidos de todos están mal, el que la bautizó no es el que aparece. «Pues así están en el libro», el cual nos muestran con un sello de revisado por las autoridades respectivas. Y ahora el acta de matrimonio. «No, aquí no se casaron». Pues sí, aquí nos casamos y fue el sacerdote fulano. «Pues no, aquí no hay ningún registro de matrimonio de ustedes». Mostramos una cartulina que entonces nos dieron y ¡oh, sorpresa!: el nombre y la firma del sacerdote corresponden a otra iglesia, la del centro. Y la fecha es errónea: aparece un año después de cuando fue la boda.  
 
El remedio: tienen que ir a la Curia (oficinas burocráticas de la diócesis) con la hoja plagada de errores del bautizo de la aspirante a cónyuge y que les expidan un documento en la Cancillería (¿?) con la firma del vicario general. Y si es para boda, necesita también fe de Confirmación. Y deben ir a la iglesia en donde no se casaron realmente pero sí «canónicamente». ¡Ah!, y si ahí no aparecen tampoco, tienen que llevar testigos y fotos de la boda y juramentar ante la Biblia que sí se casaron ustedes dos. ¡Hace cuarenta años!  
 

Pues, ahí vamos, primero, al pueblo cercano, en cuya iglesia fue la confirmación. Un papelito en la puerta cerrada de la oficina: «Fui a la Curia». Conseguimos el teléfono y hacemos cita para el otro día. Ya está: todo está mal, la confirmada no tiene apellidos, el obispo que firma no fue el oficiante y en el libro de actas hay errores por todos lados. Tiene que traer dos copias del acta de nacimiento, dos de la credencial de elector y dos del CURP (¡!). Tercer viaje: las llevamos, las revisa. Ahora lleven todo a la Curia y regresen aquí. Ahí vamos. Aprovechamos para obtener el acta de matrimonio en la iglesia catedral. Vengan en la tarde. Regresamos. Aquí está. La leemos: no soy el casado, no corresponde el nombre, los apellidos están mal, montones de faltas de ortografía y casados en donde no nos casamos y por un oficiante que no fue el auténtico. Solución: tienen que ir a la Curia, a la Cancillería y…  
 
Ahí vamos. Necesitan cuatro copias de cada documento erróneo, de acta de nacimiento, del IFE y del CURP por cada trámite. Y, del matrimonio, obviamente de cada cónyuge. Chorronal de papeles. Pero nos dijeron que dos copias. Pues, no: son cuatro. Ahí vamos con el tambache de copias. La eficiente escribana nos confiesa, discretamente, que realiza «No muchas: como unas ciento cincuenta correcciones al mes». En una máquina de escribir eléctrica levanta actas, encierra cada trámite en sobres dirigidos a cada cura párroco y ahí vamos, ahora a recorrer iglesias. En la del pueblo cercano hacemos cita, por las dudas. Cuarto viaje: el empleado, muy atento, hace las mil correcciones y nos entrega un nuevo cartoncillo con los datos escuetos del confirmado: nombre completo y correcto, aunque el nombre del obispo no corresponde, ni la fecha. Pero, en fin, ya salió un papel. Cooperación: cien pesos: cincuenta por la errónea y cincuenta por la buena. Uno de tres, pero ahí vamos. ¡Ah!, nos dice el joven; aquí está el acta de confirmación de otra hija y ¡también está mal! Necesita copia de la fe de bautizo y… ¡Nada!, bufamos: ahí que se quede. Seguramente también esa otra acta está plagada de errores y, además, ella ya está casada.
 
Y ahí vamos, ahora a catedral por el acta de matrimonio corregida. La monjita: vengan en la tarde, la computadora no sirve. Bueno, vayamos ahora a la otra iglesia, por la fe de bautizo de la futura feliz esposa. La amable empleada: hablen en la tarde, a ver si el padre ya firmó.
 

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