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Columnas y artículos de opinión
Kairós
Amarga Navidad: ¿Año Nuevo con esta misma crisis que me hace tanto mal?
Francisco Montfort Guillén
17 de diciembre de 2014
alcalorpolitico.com
José López Portillo el macho/presidente/macho decidió, a pesar de su avanzada edad, practicar el karate. Cuentan las crónicas de aquel entonces que el presidente enamoradizo gustaba también de entrenar con varios sacos de arena para golpearlos y así sacar su estrés. Y en cada saco colocaba un letrero con los nombres de los principales problemas que debía resolver y que le quitaban al presidente su tranquilidad y le alteraban los nervios: inflación, devaluación, corrupción…
 
Este ejemplo resulta paradigmático del fracaso de desviar la realidad hacia objetos inapropiados. Porque de esta manera, las acciones humanas son convertidas en evasiones de la incómoda realidad. Así, por más golpes que López Portillo infringió a los costales, con más golpes y más duros sobre el costal/problema que más lo agobiaba, no logró minar los graves problemas escritos sobre ellos. Mucho menos consiguió resolverlos. Porque los problemas requieren, para que los resuelvan los afectados, reconocer, primero, su existencia y, después, diseñar las soluciones, aplicar las más pertinentes y mantener sobre el problema y las soluciones aplicadas un estricto control de su evolución para poder corregir a tiempo las insuficiencias.
 
En cualquier situación en que intervienen seres humanos decididos a resolver un problema, debe ser considerado también, como problema, las actitudes, conductas e intervenciones de quien intenta, precisamente, resolver ese problema. No es este un problema teórico. Es simplemente reconocer que el sujeto que define e interviene en la solución de un problema, afecta la solución del mismo.
 

En una entrega anterior planteaba si el PRI sería capaz de modificar su propio ADN. Se trata, a mi entender, de una cuestión central de la actualidad si la sociedad mexicana quiere, ya no acceder al selecto grupo de los países desarrollados, sino por lo menos erradicar los principales males que la abruman cotidianamente. Y esto así, porque los cambios que la sociedad quiere no provendrán de las leyes nuevas, sino de un cambio cultural que modifique los comportamientos cotidianos de quienes ejercen el poder.
 
Porque, y aquí está el meollo del asunto, el actor central de este cambio, el PRI y sus gobiernos, no se conciben como parte de los problemas que deben ser resueltos. Para este grupo político, los problemas son externos a ellos, son problemas fuertes que intentan resolver pero en los cuales no se reconocen como actores causantes de los males. Para ellos, parece ser que los problemas forman parte de una realidad ajena a su propia condición o sin actores sociales y políticos.
 
Según el relato de Ciro Gómez Leyva, (Enrique Krauze le pide se disculpe, Presidente, Milenio, 15/12/2014) el presidente Peña Nieto no considera que la adquisición de la <casa blanca> represente un problema que lo involucra, como tampoco involucra a su esposa y a su amigo empresario. Lo acaba de reconocer públicamente frente a varios periodistas. Lo mismo sucede con el secretario Luis Videgaray. Para ellos, como no existe problema legal, no existe conflicto de interés en la adquisición de sus mansiones, para ellos estas acciones no los deslegitiman. No pueden ver que lo que la sociedad exige como cambio es la modificación de los actos que para ellos son normales: sus conductas que forman parte de su vida diaria.
 

También como recuerda Salvador Camarena, (Casas y Gobernantes, lección no aprendida, El Financiero, 15/12/2014) <las casas, las famosas casas> que atormentaron un tiempo a José López Portillo, recibidas como regalos realizados a los presidentes, o a otros funcionarios, habría que agregar, forman parte de la <cultura del don>, intrínseca a la cultura política del <sistema mexicano> que abarca a todos los niveles del gobierno, tal y como recuerda Macario Schettino,( El salpicado, El Financiero, 15/12/2014). La <cultura del salpique> es una cultura derivada de la cultura del don, basada en los obsequios mutuos, de diferente índole, que hace de la corrupción un mal invisible pues se desenvuelve como forma de apaciguar posibles rechazos, agresiones; una manera de fomentar las buenas relaciones; una vía para obtener los resultados deseados.
 
En sus memorias, José López Portillo se confiesa, primero, complacido con los regalos. Rechazó del sindicato de petroleros un rancho. Después le ofrecieron una casa en Acapulco y escribe: < Sería una sangronada negarme (a recibirla)>. Después, se confiesa atormentado, por recibir como regalos diferentes casas, pues cuestionaba su calidad moral (Salvador Camarena, Ibíd.).
 
Sobre lo que llamó <cultura del salpique>, Macario Schettino expone un breve pero conciso relato de las fortunas presidenciales. Señala y llama la atención sobre el enriquecimiento explicable pero rápido y desmesurado de los rectores de universidades públicas (¿nos dice algo este recordatorio?).
 

Pues ahora sigue viva la <cultura del salpique> y en la cabeza presidencial no existe remordimiento alguno por los beneficios recibidos. López Portillo confiesa que <carece de autoridad moral> debido a esos regalos aceptados. Ahora ni siquiera existe la reflexión sobre el papel del liderazgo que debiera tener la presidencia de la república. Y es que ahora, en la cultura del PRI y sus gobiernos, sus integrantes no se consideran parte del problema a resolver. Por eso es más difícil impulsar el cambio que en 2014 la sociedad enarbola con fuerza, coraje, rabia, decepción, abatimiento y desolación.
 
Acallar la verdad, no reconocer errores (menos aún del presidente), jamás ejercer la autocrítica pública y mucho menos que todo, pedir perdón, son actitudes, conductas, valores que forman parte de la cultura del sistema priista, la única cultura que en realidad conocemos los mexicanos. Así que sería una evasión de la realidad para los ciudadanos comprar, en estas Navidades, piñatas con las figuras de los integrantes de la clase dirigente y golpearlas con palos para desquitar su coraje social, pensando, como López Portillo, que mientras más duro golpee sus piñatas con los nombres de los problemas a resolver, más fácilmente encontrará las soluciones.
 
El saldo de este año mexicano es verdaderamente desastroso. Lo es por la cantidad de muertos y la brutalidad de los asesinatos, desapariciones forzadas, secuestros. Es un año de duelo debido a la bestialidad de los seres humanos, los ciudadanos mexicanos que dieron muestras dolorosas de barbarie con sus conductas en contra de inocentes y de sus enemigos de negocios. El duelo aumenta por el comportamiento de las clases dirigentes, tanto en el ámbito de su <cultura del salpique> como en su negación a reconocer que ellos son parte del problema. Es un duelo que abarca las peticiones (por cándidas) de algunas personas para que el presidente pida disculpas públicas no porque esta actitud podría marcar una nueva relación política, sino porque es una manera de decir que no se conoce la cultura del poder en México. Ya conocimos este tipo de conductas con José López Portillo que inició su sexenio pidiendo perdón a los pobres de México y terminó llorando por el saqueo que realizaron unos pocos mexicanos, entre ellos, sus amigos y familiares. Requerimos de un sistema que obligue a la rendición de cuentas, que erradique la impunidad y que primero haga evidente, a todos los mexicanos, los males que trae consigo la <cultura del salpique> y que después ayude a erradicarla. No más solicitudes de perdones falsos y lloriqueos hipócritas. Necesitamos construir instituciones republicanas competitivas. Amarga Navidad: No debemos comenzar el Año Nuevo, con este mismo mal, que nos hace tanto mal.
 

Respetaré el único <puente> que no ha sido adjudicado a la constructora Higa: el Guadalupe/Reyes.