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Columnas y artículos de opinión
Café científico
Álbum familiar
Paula Ximena García Reynaldos
24 de octubre de 2014
alcalorpolitico.com
Hace una semana compartía con ustedes en este espacio mis reflexiones sobre la posibilidad –o imposibilidad- de la existencia de vida en otros planetas, partiendo de la maravillosa coincidencia que supone nuestra propia existencia en este planeta.
 
Comentaba entonces sobre la evolución de nuestra especie y nuestros antepasados de la familia de los homínidos, de los que se derivaron especies de grandes simios como orangutanes y gorilas, así como los chimpancés, los cuales son realmente nuestros parientes vivos más cercanos. Sin embargo sabemos que en ese camino evolutivo de la selección natural dejó atrás a otros parientes mucho más cercanos, que ahora ya no existen, como los neandertales, homínidos del mismo género que nosotros (Homo), con quienes alguna vez nuestros antepasados incluso convivieron, pero se terminaron extinguiendo, haciendo de nosotros una especie única.
 
Y aunque todavía tenemos algunos huecos que completar en nuestro árbol filogenético –que es algo así como el árbol genealógico que muestra las relaciones evolutivas entre especies-, cada vez conocemos más de las especies de homínidos que nos precedieron.
 

En 1974 un grupo de paleoantropólogos, encabezado por el estadounidense Donald Johanson, que trabajaban en una excavación en Etiopía, encontraron el esqueleto más completo de un homínido de gran antigüedad. Lucy, como llamaron al espécimen –cosa que decidieron los mismos investigadores, pues durante los trabajos de excavación escucharon muchas veces la canción “Lucy in the sky with diamonds” de los Beatles-, resultó ser un esqueleto femenino y el primer ejemplo de la especie que se denominó Australopithecus afarensis y se le calculó una edad de unos 3 millones de años.
 
Varios años después de encontrar a Lucy, ya en el siglo XXI, en una región cercana a donde la encontraron, otro grupo de investigadores, comandados por el paleoantropólogo estadounidense Tim White, descubrieron otro esqueleto fosilizado, también casi completo, de un homínido de mayor antigüedad: con unos 4 millones de años de edad, Ardi, como la llamaron, pertenece a otra especie de homínidos que nos precede, los Ardipithecus ramidus.
 
Así que, si como toda buena familia, los Homo sapiens, quisiéramos tener un álbum completo con fotos de nuestros padres, abuelos, bisabuelos, no estaría mal que incluyéramos las imágenes de Lucy y Ardi, además de nuestros “primos” actuales, justamente los primates.
 

Pero, ¿qué pensarían si en ese álbum familiar de los humanos encontraran fotos de una mosca de la fruta, un ratón, o incluso una planta de café? Realmente a simple vista no encontramos mucho parecido, pero si comparamos la información genética contenida en el ADN, resulta que hasta con las especies más disímiles del planeta tenemos parecidos.
 
Entre humanos obviamente el parecido genético es prácticamente del 100%, con los orangutanes tenemos un 97% de coincidencia, pero incluso con los ratones compartimos un 70% de información genética y con las moscas de la fruta un 60%, incluso con aquellas especies que no son animales, como las plantas del café tenemos coincidencias de 25% o un poco más.
 
Más aún, a pesar esas diferencias en la información genética, que finalmente nos hacen seres diferentes, en el fondo todos los seres vivos del planeta somos muy parecidos. Las complejas moléculas de ADN están constituidas básicamente por sólo cuatro diferentes tipos de moléculas más pequeñas y simples llamadas bases nitrogenadas, que son comunes para todas las formas de vida existentes en la Tierra. Las diferentes combinaciones de bases nitrogenadas que constituyen las largas cadenas que forman al ADN, son las que a fin de cuenteas codifican la información de cada ser vivo.
 

Así como el número limitado de letras del alfabeto en español me han sido suficientes para escribir todas las palabras de este artículo –y esas mismas sirvieron también para escribir El Quijote- las cuatro bases nitrogenadas son como las letras de un alfabeto particular, que unidas bajo ciertas reglas, tal como ocurre en todos los idiomas, forman las palabras, que a su vez se combinan en frases y finalmente resultan en historias, que encadenadas unas con otras han formado no sólo un libro, sino toda una enciclopedia de la vida en este planeta.
 
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