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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
Los emigrantes italianos: en busca de las raíces
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
16 de octubre de 2014
alcalorpolitico.com
Cuando emigra el joven, emigra la esperanza.
Cuando emigra la mujer, emigra la vida.
Cuando emigra la familia, emigra el tejido social.
Cuando emigran los niños, emigran las raíces de la ternura humana.
Cuando emigra el indígena, emigra la historia.
(Padre Pedro Pantoja, Casa del Migrante de Saltillo).

 
Este 19 de octubre se cumplen 133 años de la llegada de los emigrantes italianos que fundaron la colonia Manuel González, en Huatusco.
 
Algunos se preguntan, al saber que han aparecido, uno tras otro, varios libros escritos sobre el asunto de la emigración italiana a nuestro país, qué es lo que ha desatado esta ola y por qué de pronto surgen libros y más libros que tratan de ahondar en ese asunto.
 
En la presentación de mi novela Con la esperanza en el corazón (Los emigrantes), el Dr. José Benigno Zilli (que es indiscutiblemente el principal desempolvador de historias) señaló que, según los sociólogos, a la primera y segunda generación de emigrantes lo que les interesa es olvidar su pasado. Su objetivo y preocupación es adaptarse a la nueva patria, enraizarse en ella, abrir futuro y construirse bases sólidas para no retornar al hambre o a la persecución política que fue el resorte que los obligó a buscar una nueva patria. Corresponde a la tercera generación el volver los ojos al pasado, buscar, rescatar, indagar los sitios, las circunstancias y los pormenores que obligaron a sus abuelos a expatriarse. Somos nosotros, esta tercera generación y, sin que nadie nos lo hubiera dicho, nos corresponde este rescate de los viejos tiempos, ir a ese pasado para rescatar razones, motivos y valores. Y en esta generación no hay conflicto de lenguas, ni de tradiciones o costumbres. Todo puede sincretizarse en una nueva forma de ser, por supuesto más abierta y libre, ya sin las trabas de los mismos acontecimientos.

 
En todo caso, este revivir el tema de las emigraciones tiene mucho que ver también con esta lucha que empieza a ser cruenta entre los pregoneros de una cultura global y los defensores de las culturas regionales. Los grandes intereses mundiales políticos y económicos están tratando de jalar al hombre a que conciba la cultura como una sábana totalizadora e integral, y se olvide de los regionalismos. Si es dos de noviembre, dicen, pues celebremos a las brujas y a los muertos juntos, sin mayor problema. Al lado del altar ancestral, te dicen, puedes poner las calabazas perforadas, las máscaras de Peña o de Obama, las calaveras de azúcar y los esqueletos rumberos de Florida, todo decorado con papel picado con las catrinas de Posadas. ¡Ah! Y no hay que olvidar colocar en el sahumerio de barro negro de Oaxaca una varita de incienso tibetano... Bienvenido lo que sea, como sea, junto a lo que sea.
 
Frente a los «despersonalizadores» de la cultura, tenemos los defensores de las culturas regionales. Así, en los carteles de publicidad, en las guías turísticas, en las revistas y periódicos, por ejemplo, los pueblos italianos insisten en sus tradiciones aldeanas, se forman asociaciones regionales (vénetos, lombardos, toscanos) y todavía más, agrupaciones locales (trentinos, beluneses, etc.) que quieren particularizar más y más la cultura. De nuevo, pues, la humanidad abre dilemas que parecen contener elementos excluyentes: o cultura global o cultura regional.
 
Con gusto vemos que nuestros hijos se sienten más libres, hablamos de nuestras cosas con soltura, aprendemos el idioma de nuestros antepasados, se viaja en busca de aquellos lugares, de aquella rústica casita, de aquel pueblecito olvidado de donde surgió el «vecchio» que nos trajo acá. Alguno que otro recolecta aquellos utensilios (el rifle, las espuelas, el azadón, la paila, el rústico molino o el irreparable motor de un pistón) que sus padres o tal vez el hermano menospreció y tiró por ahí o malvendió a quien sea, ante la aparición de máquinas más modernas o nuevas herramientas y enseres. Este rescate de la cultura material corre parejo con el de la cultura simbólica, la literatura, la lengua, la pintura, la música, etc., e incluso de la ciudadanía perdida.

 
Sabemos que los gobierno de los países de origen mantienen una actitud ambigua frente a los emigrantes, pero al menos deben estar atentos y con alguna preocupación, porque país que expulsa, por razones de hambre o de persecución política, a sus propios ciudadanos debe tener por lo menos algún cargo de conciencia, que se guarda muy bien de confesar porque no se quiere adquirir ningún compromiso.
 
Al conmemorar los 133 años de que arribaron los colonos italianos a Veracruz, y ahora que, después de una fatigosa travesía iniciada hace 20 años, he recuperado para mi familia la ciudadanía italiana, perdida cuando mi padre tuvo que renunciar a ella, en 1949, por la fuerza de nefastos acontecimientos históricos, me confirmo que reconocer y valorar las raíces nos fortalece, porque así entendemos los principios que nos sustentan y de los que somos herederos.
 
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