Iniciamos esta semana con la despedida del verano, pues, dependiendo de la zona horaria en dónde nos encontremos, el equinoccio que dio inicio al otoño, ocurrió en el hemisferio norte entre la noche del lunes 22 de septiembre y las primeras horas del martes 23 de septiembre. Para el hemisferio sur del planeta el equinoccio también ocurrió, sólo que para esos rumbos, el cambio de estación fue de invierno a primavera.

 
En esta fecha el Sol queda colocado justo en el plano del ecuador terrestre, cosa que no sucede los demás días del año por la inclinación que tiene el eje del planeta. Debido a esta posición relativa del Sol respecto a la Tierra, el día y la noche duran lo mismo cuando ocurre el equinoccio, palabra que en latín justamente quiere decir “noche igual”.
 
Pero esa particularidad sólo sucede un día y a partir de entonces, a medida que nos acercamos al invierno, las horas de luz se van acortando y tenemos noches más largas, cosa que se nota mucho más en los lugares que estás más al norte. Entonces el cambio de estación es notable por esta disminución en la cantidad de luz que te tenemos al día, lo que causa también otras modificaciones en el entorno.
 
Aunque desde nuestro punto de vista la electricidad o lo gasolina parezcan las fuentes de energía principales en el mundo, en realidad para el planeta la luz del Sol es realmente el combustible fundamental, sobre todo para unos de los habitantes más importantes y numerosos de la Tierra: las plantas.

 
Al otoño también lo identificamos como el tiempo en el que muchos árboles, ya sea cambian el color de sus hojas o las pierden, esto por los cambios en la cantidad e intensidad de la luz que reciben.
 
Las hojas normalmente son verdes porque contienen clorofila, una sustancia que no sólo les da ese color característico sino que es fundamental en el proceso de la fotosíntesis, con el que las plantas producen oxígeno y carbohidratos a partir del dióxido de carbono del aire, el agua del suelo y la luz, generando así no sólo su propio alimento, sino sirviendo también como inicio de las cadenas alimenticias del planeta.
 
Las hojas de las plantas tienen también otras sustancias de diferente color, sólo que mientras las condiciones son favorables, predomina el verde de la clorofila, que se produce mientras el clima es templado y hay buena iluminación.

 
Al cambiar de estación y disminuir la cantidad de luz, algunas plantas producen menos clorofila, con lo que sus hojas se ven de diferentes. Por ejemplo cuando las hojas se ven de color amarillento o anaranjado, es debido a la presencia de flavonoides y carotenoides. Estas sustancias existen en otras cosas además de las hojas de las plantas: por ejemplo la luteína, un flavonoide, es la que da su color amarillo a la yema de los huevos y el beta-caroteno (un carotenoide) que es responsable del color naranja de las zanahorias. A medida que avanza el otoño la cantidad de estos pigmentos en las hojas también disminuye y por eso observamos variación en las coloraciones de los árboles.
 
En ciertos tipos de árboles, al avanzar el otoño y acercarse el invierno, inclusive se forman otras sustancias coloridas que no estaban presentes en las hojas durante el verano, como las antocianinas que dan coloraciones rojo oscuro. Aunque no se tiene muy claro cuál es la función de que en las hojas se produzcan nuevos pigmentos, algunos botánicos consideran que el hecho de que las hojas sean más oscuras, ayuda a las plantas a conservar su reserva de carbohidratos, mientras regresan las condiciones favorables para la fotosíntesis.
 
Finalmente algunos árboles, ya sea que pasen o no por toda esta maravillosa muestra de colores, terminan perdiendo sus hojas a mitad del otoño, creando esas alfombras crujientes que a muchos nos gusta pisar.

 
A final de cuentas ya sea que en este tiempo tengamos el privilegio disfrutar nuestro cafecito viendo por la ventana árboles con diferentes colores o simplemente caminar pisando algunas hojas secas, los invito a todos a que disfrutemos del otoño.
 
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