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Columnas y artículos de opinión
Café científico
Tela de dónde cortar
Paula Ximena García Reynaldos
12 de septiembre de 2014
alcalorpolitico.com
Hace algunos meses escribí en este mismo espacio, sobre los índices de radiación ultravioleta o índices UV, en relación con el paso cenital del Sol que ocurre cada año hacia el final de la primavera e inicio del verano, en ciertas regiones del hemisferio norte.
 
Y aunque específicamente durante esas ocasiones la intensidad de radiación solar que recibe la Tierra en puntos específicos puede ser ligeramente mayor, tal como apunté entonces, definitivamente, todos los días del año, nuestro planeta recibe del Sol una gran cantidad de energía, en forma de calor y también de luz. Con nuestros ojos percibimos una porción de esa energía luminosa -la luz visible-, pero además junto con ella coexisten otros tipos de luz que no podemos ver, como luz ultravioleta (UV).
 
La luz UV es de más alta energía que la luz visible por lo que puede afectar a moléculas como el ADN y causar daños a los seres vivos. En los seres humanos y otros animales, una gran exposición a este tipo de luz se asocia con el cáncer de piel.
 

Sin embargo la existencia de la luz UV tampoco ha impedido que la vida en el planeta prospere, principalmente porque de todos los tipos de energía que nos manda el Sol, a la superficie de la Tierra sólo llegan algunos.
 
Para llegar a la superficie, la luz solar debe atravesar la atmósfera, en dónde el ozono y otros gases absorben prácticamente toda la luz UV de más alta energía y más dañina, que clasificamos como tipo C, además de absorber casi el 90% de la luz UV de energía intermedia o tipo B y finalmente sólo pasa completa la luz UV tipo A, que es la de menor energía.
 
De cualquier forma aunque la luz UV que nos llega no es la más dañina, con el tiempo, una exposición prolongada sí puede causarnos problemas. Sobre todo en los meses de primavera y verano cuando los días son despejados y hay más luz solar o también si vivimos en lugares altos –como la Ciudad de México-, que por estar a más altitud reciben más radiaciones de este tipo.
 

Así que desde hace ya unos 30 ó 40 años que se encontró la relación de la luz UV y el cáncer de piel, se empezó a hacer énfasis en la importancia de protegernos cuando nos exponemos al Sol, inicialmente incluso se pensaba que las medidas debían tomarse cuando se iba a la playa o lugares que claramente eran “más soleados”, pero de un tiempo para acá empezamos a tener claro que debemos protegernos siempre.
 
La mayoría de los dermatólogos coinciden en recomendar el uso de bloqueadores o filtros solares todos los días. Este tipo de productos son cremas que contienen sustancias que se llaman filtros físicos si reflejan la luz –ya sea por completo en parte-, y filtros químicos, si los principios activos que contienen pueden absorber esa energía de la luz para que no se absorbida por la piel y la dañe.
 
Aunque existen muchos bloqueadores solares con dióxido de titanio, que es un filtro físico, actualmente los más comunes son los que contienen filtros químicos. Estos últimos son los que se clasifican de acuerdo al factor de protección solar o FPS, que es un número que indica el porcentaje de protección: mientras mayor sea el FPS, más tiempo de exposición al Sol podremos tener sin que la piel tenga daños.
 

Pero debemos tener claro que esa protección está limitada pues después de unas horas de habernos aplicado la crema esta pierde su efecto, ya que no es una capa permanente, sino que se va absorbiendo o cayendo por el roce de la ropa o por el sudor, así que para estar protegidos mucho tiempo hay que volvernos a aplicar la crema bloqueadora varias veces.
 
La ropa de colores claros y fibras naturales también puede ayudar a protegernos un poco pues refleja la luz visible. Sin embargo la ropa común no bloquea totalmente la luz UV.
 
Así que en la industria textil se han explorado las posibilidades de tratar las telas con sustancias que ayuden a filtrar mucho más la luz UV, lo cual sería muy conveniente, pues equivaldría a “traer puesto” el bloqueador solar todo el día.
 

Por esta razón existen investigadores dedicados exclusivamente a estudiar la funcionalización de los textiles a partir de diferentes tratamientos. Como el grupo de ingeniería de la seda de Ren-Cheng Tang en la Universidad de Soochow en China, que han estudiado no sólo cómo teñir seda y lana de manera definitiva con compuestos extraídos de las hojas de té, sino que también han encontrado que la lana tratada con extracto de una variedad asiática de la madreselva –un tipo de enredadera con flores blancas pequeñas- puede tener factores de protección solar cercanos al 80.
 
Aunque todavía falta para que este tipo de contribuciones lleguen a aplicarse a gran escala en la industria textil para que tengamos ropa que funcione como un bloqueador solar permanente, los resultados son muy prometedores.
 
Mientras tanto –aunque no sea del todo cierto-, tal vez la próxima vez que derramen café en su ropa, podrían contestarle a los que les digan que se ensuciaron, que no es así, que solamente estaban haciendo un experimento para “funcionalizar” la tela.
 

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