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Columnas y artículos de opinión
Hemisferios
Israel impune: la maquinaria de la muerte
Rebeca Ramos Rella
6 de agosto de 2014
alcalorpolitico.com
Las nuevas generaciones de hoy y de este lado del mundo, han presenciado en las redes sociales y por los medios, el escenario de matazón en Medio Oriente. Un conflicto que miran sangriento y ya frecuente. El tema hay que conocerlo a fondo, ir a la retrospectiva de la historia reciente paraentender el origen de lo que hoy atestiguamos y que a millones en el orbe, nos duele y nos indigna. Es intolerable, condenable, deleznable la muerte de niños, mujeres, ancianos, personas inocentes. Es despreciable la masacre implacable de los bombazos israelíes en la Franja de Gaza.
 
También debe exasperarnos hasta el colmo, la persistente violación, el atropello e indiferencia de la ley, que es en resumen, la raíz del conflicto entre palestinos e israelíes. La ley a la que apelan los Jefes de Estado, la ONU, pero que nadie logra hacer respetar y cumplir a la letra.
Y existe la ley internacional porque quienes la redactaron y la aprobaron, pensaron en su tiempo, que la historia no debía repetirse.
 
Si las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial retomaron el ideal comunitario de la preservación de la paz y crearon el sistema multilateral de Naciones Unidas, precisamente para prevenir los horrores, excesos y barbarie de la segunda gran conflagración que duró de 1939 al 45 y que dejó la vergüenza del holocausto –el exterminio nazi de los judíos- como saldo macabro, también afianzó en el Derecho Internacional, las reglas, las limitantes, las condiciones y los principios para sellar por siempre la convivencia pacífica entre los pueblos de un mundo más seguro; amparado en leyes, convenciones y tratados que comprometieron y siguen obligando a todos, en su mayoría, a no atentar jamás contra el entorno de respeto, cooperación, paz y legalidad que en su momento, todos los países han acordado resguardar.

 
Además de la reconstrucción de Europa; del Plan Marshall y de la división de Alemania –la construcción del Muro, ya derribado en 1989-, el gran problema de la posguerra fue hallar un lugar donde los judíos desplazados, los sobrevivientes, los humillados, pudieran asentarse como una nación, con gobierno y territorio propios.
 
Y como en toda decisión cupular, las potencias victoriosas decidieron en 1947 y a petición de los judíos –ellos, argumentando la propiedad, por mandato divino de la tierra santa de Jerusalén, que consideran hasta hoy, su capital religiosa y civil-, rebanar a la Palestina árabe en dos territorios, donde pudieran coexistir dos Estados. Así por Resolución del Consejo de Seguridad, las potenciasle dieron a Israel el 54% de las tierras y a Palestina, el 46%. Pero la tan aspirada coexistencia, hasta el día de hoy, no ha sido alcanzada, como tampoco el reconocimiento al Estado de Palestina con plenos derechos.
 
La vocación ambiciosa y expansionista de Israel frente a la vocación belicosa y de predominio de los Estados árabes con intereses en ese territorio, por cuestiones, religiosas, étnicas y estratégicas, derivaron en los siguientes 20 años en sanguinarios desencuentros, avivados sólo por la complacencia y “respaldo” de las mismas potencias occidentales que engendraron el conflicto, al rediseñar una geografía a modo en aquella región, sin considerar jamás, la viabilidad de entendimiento respetuoso entre los nuevos vecinos, herederos de la acumulación milenaria de violencia, sometimiento, discriminación y rencor.

 
El nuevo Estado de Israel fundado en 1948, desde sus inicios, determinó adueñarse de todo el territorio y logró en 1967, con la Guerra de los Seis días contra Egipto, Irak y Siria que apoyaban a los palestinos arrumbados en su propio país, ocupar la Franja de Gaza, Cisjordania, Jerusalén del este, la Península del Sinaí y los Altos de Golán en Siria. Frente a la oleada de éxodo de población palestina, expulsada, atemorizada por la invasión a sus tierras, el Consejo de Seguridad de la ONU, adoptó en ese año la famosa Resolución 242 que literalmente ordenó la retirada de Israel de losterritorios recién ocupados de Gaza, Cisjordania y Jerusalén del este, al tiempo de proclamar el derecho a la soberanía y de fronteras seguras, haciendo un llamado alos Estados constituidos, a vivir en pazen la región.
 
Pero Israel hasta esta fecha, no ha desocupado dichos territorios, salvo la Franja de Gaza, que ha bombardeado desde el pasado día 8 de julio y que cuenta con una administración autónoma de gobierno, aunque de facto, Israel sigue teniendo el control de las fronteras y del litoral.
 
Es precisamente la ocupación israelí, ilegal y omisa de la Resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU de 1967, lo que ha generado una escalada intermitente del conflicto eterno; del odio y de lo imperdonable entre tres generaciones de ambos lados.

 
¿Por qué nadie ha obligado a Israel a cumplir con una Resolución institucional? ¿Por qué la cínica impunidad ante la trasgresión del Derecho Internacional? Simplemente porque atrás de la guerra sin fin y del odio reciclado a cada disparo, muerto, misilazo, está el gobierno de Estados Unidos, apoyando a los judíos y atrás de los Palestinos, está todo el poder económico de los países árabes; el orgullo musulmán; está el cruento radicalismo de Hamas.
 
En estos 66 años, desde la partición arbitraria del territorio, en una danza ridícula y estéril de intentos, la Casa Blanca ha pretendido arbitrar un conflicto que Occidente recrudeció desde la era bíblica. Han sido estériles negociaciones desiguales, siempre protegiendo el interés de Israel por encima del de los palestinos.
 
Y desgraciadamente la consecuencia ha sido la polarización hasta el extremo de las posturas; de ahí la acción, apoyada por algunos países musulmanes, del Movimiento de Resistencia Islámica Hamas, organización militar, terrorista para los judíos y occidentales y para los palestinos, el brazo armado, el que hace la política por otros medios, defendiendo sus derechos y vengando las agresiones y abusos. Hamas es la ladera polarizada de Palestina y ha dado a Israel el pretexto perfecto para abrazarse en la bandera la víctima que se tira al suelo clamando la ayuda del globo contra el agresor terrorífico.

 
¿El fin justifica los medios? No. Porque la paz es precisamente el magno propósito que cada bando, tanto el ejército y el gobierno israelí, como Hamas, no buscan porque no quieren encontrarla.
 
Tristemente la impunidad legal bajo la que el conflicto ha perdurado por décadas en crestas y valles de ofensivas, matanzas y vendettas, dibuja la imposibilidad de la paz y reaviva el resentimiento.
 
La violación al Derecho Internacional de ambas partes, sin omitir que ha sido Israel quien ha infligido la ley desde el comienzo, despoja a la diplomacia y a la negociación política balanceada del estatus supremo, como las herramientas eficaces y pacíficas que deberían funcionar, para acabar con este horror de sangre, muerte y destrucción.

 
Tenía razón el presidente Obama cuando propuso al Primer Ministro israelí Benjamín Netanyahu, en mayo de 2011, la devolución de los territorios ocupados; el retorno a las fronteras de 1967, como la única vía posible para llegar a la paz y a la coexistencia. Por lo menos hay que reconocerle a Obama haberlo intentado.
 
Exhorto que cayó muy mal en Israel y en Wall Street y que de no haberse revertido, se hubiera reflejado en las urnas el día de la reelección. Tan mal esto,como pésima –para Israel- la solicitud de Obama de detener la construcción de asentamientos judíos en tierras palestinas, que no paran y que han sido motivo para arreciar quejas y ataques de palestinos, porque también eran, son acciones ilegales del Estado judío, cuyo expansionismo territorial es la premisa.
 
Así arrollando la ley, Israel ha persistido en su supremacía política, económica, militar y territorial por décadas y siempre guareciéndose en el manto de la superpotencia.

 
En esta montaña de ilegalidades que han ignorado el mandato de la ONU y de la ley internacional, Israel, este 2014, desató la guerra contra Gaza, contra Hamas, contra todos los palestinos, bautizando su operación militar como la “Cúpula de acero”, recargando toda la arbitrariedad, la saña, la furia justificada en “su derecho legítimo a defenderse”.
 
¿Defenderse? La artillería y la capacidad militar de Hamas distan kilómetros luz de la sofisticación y tecnologías que poseen los israelitas. El análisis de los números macabros evidencia la disparidad de la potencia armamentista y militar de las partes en conflicto. Lo que hemos visto ha sido una ofensiva frenética; sin misericordia, sin límite; totalmente fuera de la ley. Inhumana.
 
Y a casi un mes del estallamiento de la primera bomba, las crónicas siniestras del daño israelí contra Gaza y su población civil han atiborrado los medios internacionales, con imágenes, tweets, videos, testimonios de un pueblo perseguido, despedazado, ensangrentado de dolor, de ira, de lágrimas y de pérdida.

 
El gobierno de Israel ha reiterado su “casus belli”: primero fueron los tres adolescentes judíos secuestrados y asesinados por radicales palestinos – ya a estas horas, cayó el supuesto homicida, también presuntamente miembro de Hamas-; después fueron los túneles clandestinos que Hamas ha construido para atravesar las fronteras y amenazar y agredir a Israel. Laberintos subterráneos que tienen años de existir y que Israel conocía.
 
Y en el objetivo militar prioritario, al gobierno de Netanyahu no le han importado los saldos.
Israel bombardeó en 4 semanas, 4 mil 800 objetivos “militares” en los 360 kms cuadrados que conforman la Franja de Gaza. De 10 mil 600 viviendas afectadas por los bombazos, casi 9 mil están parcialmente dañadas y más de mil 800 están destruidas.
 

Hay 24 centros médicos; 141 escuelas –de las que 89 están bajo administración de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos-; el 70% de los pozos de agua, el sistema de drenaje y líneas de abastecimiento de agua potable, todos estánsemi-destruidos.
 
Para restaurar y poner en operación la única central eléctrica, se requerirán 25 millones de dólares, además de las líneas de alta tensión. Los misiles israelíes destruyeron oficinas públicas; comisarías y edificios de seguridad pública.
 
Acorde al gobierno palestino las pérdidas materiales ascienden a mil 640 millones de dólares, pero pronostican un total de 5 mil millones de dólares para la reconstrucción que no incluye bienes privados. El año productivo se ha perdido. La precaria economía de Gaza está fracturada.
 

Lo terrible. Al día, los muertos alzaron la cifra a más de mil 800 palestinos; más de 9 mil 500 heridos y casi medio millón de desplazados, acorde a la Coordinación de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas. En contraste, murieron 67 israelitas.
 
En reporte de la UNICEF, más de 400 niños murieron por la ofensiva; 2 mil 500 están heridos y calcula que 370 mil infantes requerirán atención psicológica urgente.
 
De manera que Gaza es hoy una zona de desastre total. La ONU y diversas ONG’s ya han declarado la situación de severa “crisis humanitaria”. ¿Y quién va a reconstruir Gaza? ¿Quién o quiénes ayudarán a esta región colapsada y desolada?
 

Esta vez, Israel sobregiró su rabia. Bombardeó tres escuelas de la ONU donde se habían refugiado niños, familias, mujeres, todos los inocentes que se habían quedado sin nada. El ejército judío vio terroristas jugando en la playa. Eran niños palestinos; los hicieron pedazos. Se ensañó con las mezquitas; los hospitales y contra las ambulancias. Seguramente los brillantes estrategas militares de Netanyahu habían registrado túneles y terroristas en esos sitios; pero ya mataron a sus enemigos.
 
¿Cómo es concebible que contando con la más moderna tecnología militar y de inteligencia que Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania le ha vendido a Israel por décadas, haciendo de la guerra árabe-israelí, el negocio más jugoso y permanente para la industria de guerra de las potencias, no hayan logrado la precisión quirúrgica en sus operaciones? Vieron a Hamas por todos lados y ahí donde consideraron que se escondían o se escudaban, dispararon, mataron, lograron una carnicería humana.
 
Pero nadie les compra el argumento gastado de que Hamas usó a la población civil como escudos humanos. Esto ha sido, como lo escribí hace unas semanas, el juego del exterminio.
 

Ante la ira israelita desfogada contra las escuelas de la ONU donde los charcos de sangre y los restos humanos poblaron los escombros, no tuvo de otra el Secretario General de la ONU que calificar estos excesos, estas ilegalidades como “un ultraje moral y un acto criminal”.
 
Ciertamente Ban Ki Moon ha tenido que recordar a Israel y de paso para equilibrar, simular, también a Hamas, sobre las Convenciones de Ginebra de 1949, que robustecen lo que se llama el Derecho Internacional Humanitario, es decir, el cúmulo de reglas y limitantes para Estados en conflicto. Las reglas para la guerra, porque las hay y que evidentemente Israel ha violentado, ha trasgredido abierta y llanamente. He aquí el sustento legal de esta afirmación.
 
El Derecho Internacional Humanitario obliga a la Protección de los heridos y enfermos que serán recogidos y asistidos por la parte beligerante, que también respetará al personal y material médico; a los hospitales y  ambulancias. Norma el trato debido a la población civil que incluye mantenimiento, atención médica y derecho de correspondencia con familiares. La ley humanitaria estipula respetar “signos distintivos” para identificar a personas, bienes y lugares protegidos, como los emblemas de la Cruz Roja, la Media Luna Roja; bienes culturales y espacios de protección civil, como las instalaciones de la ONU.
 

Pero para Israel, ningún distintivo ni ningún trato debido fueron suficientes para detener sus bombas; ni a sus fuerzas terrestres y menos a sus francotiradores, antes de matar y destruir. Le valió que el Derecho Internacional Humanitario prohíbe medios y métodos militares que “causen daños superfluos o sufrimientos innecesarios; que generen daños graves y duraderos al medio ambiente y que ignoren la diferencia entre combatientes y no combatientes”. Poco le importó pisotear la ley, la misma a la que ha apelado siempre cuando ha sido el pueblo perseguido, ofendido y mancillado.
 
El Derecho Internacional Humanitario exige respetar la vida de la población civil y bienes civiles, como edificios, escuelas y hospitales; como la central eléctrica, la única en Gaza, que dejó a oscuras y sin electricidad, a todo el territorio y al hospital donde una recién nacida de 8 meses, había sobrevivido de la entraña de su madre fallecida y luchabapor vivir, en una incubadora. Sin luz, no hubo forma de salvarla.
 
Pero ni esta bebé, ni los niños en la playa, ni los de las escuelas, ni los que jugaban en la calle cuando los sorprendió el misil de la estrella de 6 puntas, fueron muertes suficientemente dolorosas y abominables para la ONU, para Obama, para la Unión Europea, como lo fue el supuesto secuestro del soldado israelí de 23 años, a manos de Hamas, que derrumbó el primer intento de cese al fuego acordado para razones humanitarias, gracias a las brillantes gestiones del Secretario Estado de Washington, que inepto no pudo con el paquete.
 

Entonces Ban Ki Moon y Barack, el primer presidente de EUA, que hace 5 años llamó a la reconciliación con el mundo musulmán y quien después tuvo que tragarse su magnífico discurso de junio de 2009 en El Cairo, demandaron fuerte y contundentemente, el regreso inmediato y a salvo del soldado judío, que finalmente apareció muerto.No hubo tanta rabia manifiesta por los otros infantes, los cientos de niños despedazados, como por este ciudadano de Israel. Tampoco hay –ni habrá- honorabilidad, congruencia, ni simulación discreta.
 
En plena carnicería contra Palestina, Obama se ha sentado frente a los medios del mundo, a firmar en su escritorio seguro, en el día de su cumpleaños 53, el proyecto de ley que ha autorizado el Congreso de su país, -el salvador del mundo, el guardián de la paz-, para regalar un presupuesto adicional por 225 millones de dólares para fortalecer el sistema de defensa antimisiles de la “Cúpula de Hierro” de Israel. Es la licencia para matar. Puerta abierta para seguir violando la ley internacional.
 
¿Y quién va a creer en los “buenos oficios” de la Casa Blanca, como mediadora en el conflicto? Si por un lado dizque negocia la paz, condena muertes de inocentes y por el otro, paga y
presta más billetes, para las balas y las ojivas asesinas.

 
Y ante esta aberración cínica y vomitiva, se jactan en llamar “terroristas” a los que impotentes frente a la soberbia de Occidente, en el desconsuelo del aislamiento, la injusticia y la arbitrariedad e ilegalidad, responden, se defienden, atacan como pueden pero con la misma intensidad y en sentido contrario.
 
El Premio Nobel de la Paz,se publicita garantizando la permanencia de la guerra y de la masacre. Será para subir en su desplome de popularidad. Inclina la balanza; carga los dados; materializa la traición. Obama ha apoyado la violación al Derecho Internacional. Patético, decepcionante.
 
Israel, en desplante arrogante, con el amparo de su protector, decidió cesar el fuego unilateralmente. Simbólico, de caricatura, porque volvió a bombardear otra escuela de la ONU. La mascarada pareció un respiro para los palestinos, para curarse; para enterrar a sus muertos, para rescatar algo de lo poco entre escombros. Pero en un juego de ping-pong, alguien los traicionó y no hubo tal alivio.

 
Ha sido el Egipto, de Al Sisi –distante de Hamas- quien pudo más para convencer a las partes y alcanzar un escampado en la tormenta, por sólo 72 horas. El Gobierno judío ha terminado su misión, ya retira sus tropas. Según ellos, ya destruyeron todos los túneles clandestinos que arriesgaban su seguridad y sus vidas. No. Profundizaron la herida. Marcaron por siempre el destino de desesperanza de las nuevas generaciones de su país y de los palestinos.
 
El odio de los judíos jóvenes en las redes sociales es otro saldo. “¡Que se mueran todos los árabes!” teclean en sus tweets. ¿Quién los envenena? Y el desgarre de una imagen de un niño palestino con casco de prensa y un simulado chaleco antibalas hecho con una bolsa de basura, revela la desesperación por sobrevivir en medio de las venganzas, las ambiciones, del no perdón, jamás el perdón ni la reconciliación.
 
Esta vez Israel ha descubierto al mundo su faz más perversa. Violó cínicamente la Cuarta Convención de Ginebra que dicta “La protección general del conjunto de la población de los países en conflicto, sin distinción alguna, contra los efectos de la guerra. Los heridos y los enfermos, los inválidos y las mujeres encinta serán objeto de protección y de respeto particulares. En ningún caso podrá atacarse a los hospitales, pero estos deberán abstenerse de efectuar actos perjudiciales para el enemigo. También se respetarán los traslados de heridos y de enfermos civiles, de los inválidos y de las parturientas”.

 
Israel ha incurrido en Crímenes de Guerra al trasgredir “las protecciones establecidas por las leyes y las costumbres de la guerra, integradas por las infracciones graves del Derecho Internacional Humanitario, cometidas en un conflicto armado y por las violaciones del Derecho Internacional”, que incluye a las Convenciones de Ginebra que he mencionado. En este estatus vergonzoso y deleznable están “los malos tratos a prisioneros de guerra y a civiles y, también entran, los genocidios”. Pero nadie se atreve a juzgar la acción ilegal y mortífera del Estado israelí.Sólo valientemente, en congruencia a su investidura, laAlta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, NaviPillay, ya lo ha denunciado y ha exigido transferir el caso a la Corte Penal Internacional.
 
Israel debe responder por estos delitos internacionales que rayan ya en Crímenes contra la Humanidad. La conducta del Estado judío encaja en las tipificaciones que señala el Derecho Internacional como el Exterminio, que es la imposición intencional de condiciones de vida; la privación del acceso a alimentos o medicinas, encaminadas a causar la destrucción de parte de una población y, en la Persecución de un grupo o colectividad con identidad propia por motivos políticos, raciales, nacionales, étnicos, culturales, religiosos o de género o por otros motivos universalmente reconocidos como inaceptables por la ley internacional.
 
Las reacciones más fuertes en apoyo a Gaza, han salido de la sociedad civil en el globo. La polarización también. La masacre, el exterminio contra palestinos ha desfogado a neonazis; al antisemitismo y al sionismo; también ha engrosado el discurso de los fundamentalistas islámicos.

 
Quedan exhibidas las bufonadas pacifistas de Washington; el uso del conflicto para fines electorales, como lo aprovecha el candidato presidencial y muy posible ganador en Turquía; los británicos revisan los contratos de venta de armamento a Israel; Obama manda más lana para granjearse simpatía de los conservadores, ultras y republicanos, que lo aborrecen por el color de su piel; el gobierno egipcio media y de paso desactiva la amenaza que le significa Hamas; el Estado israelita se ríe del Derecho Internacional, del Humanitario y de la ONU, tal como se congratula Al Assad en Siria, por los mismos actos repulsivos. Netanyahu y el dictador sirio, cortados por la misma navaja.
 
Estamos viviendo en un mundo donde el odio se esparce como incendio sin control y el perdón queda sepultado entre pedazos de carne, sangre y dolor y en la herida abierta en los niños y en los jóvenes de Israel y de Palestina. No olvidarán. No hay reconciliación posible. Es la limpieza étnica y religiosa. Es la disputa por la tierra, el poder y el dominio.
 
Y es la impunidad que consienten y dispensan las potencias del orbe, la ONU y el negocio de la guerra. Todos los que privilegian los intereses del Estado de Israel, por encima del Derecho Internacional que debe garantizar la igualdad jurídica, derechos y obligaciones, a todas las naciones del mundo.

 
Vienen las otras negociaciones; las de la reconstrucción de Gaza, si es que después de estas 72 horas, no se reactivan los bombazos y siguen la matazón.
 
Pero la historia ya lo ha registrado. Israel, por esta escalada atroz y abominable, es Estado criminal de guerra; se ha definido como el Estado nacional capaz y con plenitud de libertinaje sobre la ley, para convertirse en el gran verdugo; en una maquinaria de muerte sin límites; en una amenaza criminal contra la humanidad.
 
 

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