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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
La verdadera (falsa) realidad
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
18 de julio de 2014
alcalorpolitico.com
Lucio Medina fue un gran amigo de Julio Cortázar, el escritor argentino fallecido hace 20 años, a quien le contó una anécdota sucedida en su azarosa vida. Julio tuvo la ocurrencia de recontarla y de ello resultó un relato titulado “La banda”. Dice Julio que le contó Lucio que un día pasó frente a la cartelera de un cine y vio que se anunciaba una buena película que él no había podido ver. Ese día, al salir del trabajo, se dirigió al cine, pagó su respectivo boleto y se sentó a esperar a que se iniciara la función. Para no perder el tiempo viendo las estrellas pintadas como decorado del techo, Lucio se llevó su periódico. Sin embargo, apenas unos momentos después de sentarse, se inició la proyección.  
 
Tuvo que recetarse, como era de rigor en aquel entonces (ahora son puros comerciales), un noticiero con «noticias» del año pasado y una anodina cinta de caricaturas. Cuando las luces volvieron a encenderse, Lucio retomó la lectura de su periódico. En eso, entre línea y línea que leía, notó o, más bien, sintió que algo inusual sucedía en la sala. Señoras «preponderantemente obesas, (con) el cutis y el atuendo de respetables cocineras endomingadas», acompañadas de entiesados señores de sombrero y niños latosos a quienes sometían a pellizcos, fueron invadiendo la sala. En un momento no hubo más lugares vacantes. Aquello era un hervidero de señoras, señoritas, caballeros y niños que se saludaban, se estrechaban, se reverenciaban, conversaban o se peleaban según sus muy particulares sexos y edades.
 
El amigo Lucio estaba más que confundido. No entendía nada y hasta llegó a pensar que se había equivocado de sala o que el cartel del cine era erróneo o, simplemente, que aquello no tenía ningún sentido. No alcanzaba a concluir nada, cuando las luces de la sala se apagaron y un poderoso reflector iluminó el escenario. «Se alzó el telón y Lucio vio en el escenario, sin poder creerlo, una inmensa banda de música formada por unas cien mujeres, con un cartelón donde podía leerse: “Banda de ‘Alpargatas’”. Y, mientras jadeaba de sorpresa y maravilla, el director, “con aire de coleóptero” alzó una larguísima batuta y un estrépito inconmensurable arrolló la platea so pretexto de una marcha militar». Para mayor sorpresa, de las cien «sopladoras y tamborileras», al menos sesenta solo hacían la faramalla de tocar, eran pura decoración. Eso sí, con minifaldas tan reveladoras que nadie objetó o reparó en la farsa.
 

Como le dice Lucio a Julio: «Vos comprendés (son argentinos, ché…), aquello era tan increíble que me llevó un rato salir de la estupidez en que había caído». Trató de serenarse, pues su inteligencia estaba anonadada, y pudo entender algo: aquello, obviamente, había sido una farfolla, un chasco. Los organizadores anunciaron la película taquillera y aprovecharon la audiencia, completada con los familiares y paleros de las trompetistas y timbaleras, para sacar el aplauso, la adhesión y el dinero a los incautos que, timados, llenaron el graderío.
 
Lucio salió tan endemoniado, desconcertado y atarantado del espectáculo que tardó en percibir al fin la realidad: «un momento de la realidad que le había parecido tan falsa porque era la verdadera, la que ahora ya no estaba viendo. Lo que acababa de presenciar era lo cierto, es decir, lo falso».
 
Lucio, con ese repentino chispazo de su intelecto, descubre que esa visión fantasmagórica que había tenido se podía extender y aplicar perfectamente a toda su vida, a su trabajo, a su cuenta de ahorros (su AFORE, diríamos nosotros), a sus vacaciones, a sus amores, a su misma muerte. Lo que con un sano juicio se ve falso, mentiroso, pura trampa, escenario, espectáculo, eso es la «realidad» que los organizadores quieren imponer, con obvios propósitos de manipulación y ganancia de imagen, de poder… y de dinero.  
 

Así, en un escenario de set televisero, el gobernante dice que todo marcha bien, que no hay violencia ni delincuencia, que el pueblo vive el éxito de su administración: el hambre ya no existe, la salud está garantizada, las fuentes de trabajo abundan, las reservas son históricas, la deuda es para mejorar la infraestructura, etc., y, en cambio, ahora el verdadero delincuente es un pobre verificador de autos, a quien se le acusa de «delito ambiental, asociación delictuosa y corruptor de menores» porque aceptó una «mordida».  
 
Se trata de una suplantación de la realidad-verdadera por la realidad-espectáculo, de lo que todos están viviendo y sufriendo por esa otra, anunciada con trompetistas y tamborileras en minifalda y cientos de aplaudidores que gozan de la simulación.  
 
Sí, porque hay también una realidad sujeta a los propios intereses, que mediante un lenguaje seductor trata de debilitar la inteligencia y hacer dudar hasta al más lúcido de lo que es la verdadera (y cruda) realidad.
 

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