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Columnas y artículos de opinión
Café científico
El sol sale para todos
Paula Ximena García Reynaldos
18 de abril de 2014
alcalorpolitico.com
Si bien para muchos -como para mí- las vacaciones significan simplemente tomar más tarde el primer café de la mañana, para muchos otros, los días libres que ahora tenemos en México son para salir de las ciudades, pasear y asolearse. Nada más en el estado de Veracruz, se tiene estimado que llegarán a los destinos turísticos alrededor de medio millón de personas, la mayoría de las cuales visitarán las playas y por supuesto, tomarán el sol.
 
A pesar que desde hace varias décadas hemos escuchado que es necesario tener ciertas precauciones al asolearse, esta no ha dejado de ser una de las principales actividades vacacionales de los seres humanos y si lo pensamos bien, es algo que en realidad todos hacemos sin importar si estamos de vacaciones o no.
 
Para cualquiera de nosotros es imposible mantenerse totalmente a resguardo del Sol, en nuestras actividades diarias nos exponemos a su luz: cuando salimos a trabajar, a la escuela, a hacer las compras, incluso a través de las ventanas de nuestras casas y de nuestros autos.
 

Si es algo tan natural y cotidiano, entonces ¿por qué debería preocuparnos?
 
Diariamente la Tierra recibe una gran cantidad de energía proveniente del Sol, la cual percibimos en forma de luz y de calor. De toda esa luz que nos llega del Sol, los seres humanos sólo podemos ver con nuestros ojos una pequeña porción a la que le llamamos justamente luz visible, pero además de esa, existen muchos otros tipos de luz con diferentes energías, las cuales no vemos a simple vista.
 
Una de ellas es la luz ultravioleta o UV, la llamamos así justo porque queda situada pasando el color violeta, tomando en cuenta que la luz visible está formada por los colores que vemos en un arco iris -rojo, naranja, amarillo, verde, azul, índigo y violeta-.
 

La luz UV, también está compuesta por un intervalo amplio, así como en para la luz visible tenemos los diferentes colores que implican cada uno luz con determinada energía, la radiación UV se clasifica en A, B y C, donde la C es la radiación UV de más alta energía y también la que puede causar más daños a los seres vivos.
 
Afortunadamente cuando la luz del Sol llega a la Tierra y atraviesa la atmósfera el ozono de las capas superiores, así como el vapor de agua, el oxígeno y el dióxido de carbono, de las capas inferiores, absorben prácticamente toda la radiación UVC y aproximadamente el 90% de la radiación UV tipo B, aunque prácticamente nada de la tipo A, con lo que resulta que la luz UV que nos llega a la superficie de la Tierra, es UVA y UVB.
 
Este hecho es muy afortunado pues la energía de la luz UVC es tan alta que puede ocasionar deformaciones en la estructura de moléculas tan importantes como el ADN, que contiene la información genética de nuestras células y entonces causarles mutaciones que al acumularse derivan en lesiones cancerosas en la piel o los ojos.
 

Sin embargo hay que recordar que partes de la capa de ozono protectora de la Tierra están dañadas y eso contribuye a un aumento en la radiación UV total que recibe el planeta. Esta es una de las razones por las que de unos años a la fecha nos preocupa el tiempo de exposición que tenemos a la luz solar, pues en los últimos treinta años, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha observado un incremento en los casos de cáncer de piel.
 
La OMS estableció, en la década de los años noventa del siglo XX, un sistema estándar de medición del índice UV o IUV que puede usarse de manera universal para advertir a la población sobre la cantidad de luz UV que recibimos y las medidas que podemos tomar para cuidarnos.
 
Este IUV mide la intensidad de la radiación UV solar en la superficie terrestre y se expresa como números enteros arriba de cero, cuanto más alto es el valor de IUV, indica mayor probabilidad de lesiones cutáneas y oculares, con incluso tiempos pequeños de exposición al sol. En muchos reportes meteorológicos se incluye ya el IUV.
 

El índice varía a lo largo del día pues no a todas horas recibimos la misma cantidad de luz del sol, y las horas con mayor intensidad son en general las que están cerca del mediodía, pues cuando el Sol está justo arriba de nosotros su radiación nos llega más directamente y con más intensidad. Otro factor que aumenta la cantidad de radiación que recibimos es la altitud a la que vivimos: puntos más altos de la Tierra reciben más radiación.
 
Las medidas que podemos tomar para cuidarnos no son complicadas. La primera es evitar la exposición directa al Sol en las horas de mayor radiación, pero como sabemos que a veces es casi imposible, podemos usar ropa de colores claros que reflejen la luz, sombreros o gorras y lentes oscuros. Además de que no sería mala idea que adoptáramos el hábito de ponernos bloqueador solar, al menos en las partes de nuestro cuerpo más descubiertas como la cara y los brazos.  
 
Y aunque con todo esto que sabemos ahora, la luz solar pinta más para villana de la película, no está demás hacerle un poco de justicia y recordar lo necesaria que resulta: sin ella las plantas no podrían realizar la fotosíntesis en la que producen el oxígeno que respiramos; además de que es esencial para la producción de vitamina D en los seres humanos, la cual está asociada a la fijación del calcio en nuestros huesos. También es común que los doctores receten “baños de sol” o fototerapia con luz UV en casos como la ictericia de los recién nacidos.  
 

Así que sin importar si es primavera o invierno, si salieron de vacaciones o no, adopten siempre medidas para no exponerse demasiado al Sol, pero tampoco se olviden que gracias a él florece la vida en la Tierra.  
 
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