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Columnas y artículos de opinión
A salto de mata
La desidia institucional
Gino Raúl De Gasperín Gasperín
20 de octubre de 2016
alcalorpolitico.com
Tal parecía que la salida de Javier Duarte de la gubernatura de Veracruz iba a ser el punto culminante de una desventura que se inició desde hace… (aquí cada quien le puede poner el número de años que desee). No ha sido así. El desgarriate y la postración en que se encuentra el estado, abarcando todos los aspectos de la vida comunitaria, llegaron a tal extremo que se encontró a la perfección el ídolo de paja sobre el cual hacer caer la culpa del pandemonio que vivimos todos, menos los que formaron su cortejo real.
 
No se trata, ya, de volver a insistir en todos los señalamientos y acusaciones a que se ha hecho acreedor el exgobernador. No porque carezca de responsabilidad, por más que diga ignorar lo que hicieron sus secretarios (secretario: ‘el que guarda tus secretos’), sino porque sorprende, preocupa y enfurece que durante tantos años se haya permitido que este desbarajuste fuera creciendo día con día.
 
Los que somos escépticos en la contemplación de este escenario dantesco-carnavalesco, (digno de otra novela escatológicoburlesca de Sergio Pitol) nos preguntamos desde cuándo empezó el desbarajuste y quienes han sido (y no dijo “fueron”, porque esto ha sido una conducta permanente en el pasado –y en el presente y, sin duda, en el futuro–), los que han contribuido con sus acciones y con sus omisiones a que la debacle fuera más y más grave cada día, cada mes, cada año. ¿Desde cuándo y con quién o con quiénes empezó este endeudamiento? ¿Con quiénes empezó el criminal saqueo al Instituto de Pensiones? ¿Con quiénes se inició el desvío de los recursos federales, también ellos ya sistemática e impunemente desviados de sus destinos legales? ¿Con quiénes empezó el robo, el peculado? ¿Con quiénes empezó, simultáneamente, la complicidad, el ocultamiento, el contubernio? ¿Con qué observadores, contralores y comisionados de vigilancia y fiscalización de las cuentas públicas se empezó a manosear la información y se inició el ocultamiento y la impunidad? ¿Cuáles diputados –federales y estatales- y cuáles senadores fueron omisos y, por lo mismo, contribuyeron culpablemente a este estado de desorden y violencia? ¿Cuáles autoridades de Hacienda, del SAT, y desde cuándo han solapado y echado un ominoso silencio sobre empresas fantasmas? ¿Quién se cree que estas fueron ingenioso descubrimiento del exgobernador renunciado? Por lo menos recordamos los cientos de computadoras que se repartieron a los bachilleratos oficiales, hace algunos años, y que fueron compradas a una empresa que jamás existió. Y la papelería de la Secretaría de Educación que se adquiría a una empresa que solo consistía en un escritorio y una computadora…
 

Nadie puede decir ahora que este hombre, ahora desahuciado y no por ello menos responsable, ha inventado todas estas marrullerías y trastupijes. Él, como tantos otros, es producto del provechoso aprendizaje que les compartieron sus jefes, compañeros y correligionarios en esa fértil escuela del uso y abuso del poder.  
 
Nadie puede creer que el combate a la corrupción ya empezó por estos andurriales. Ni ha empezado ni empezará, porque se tendría que barrer con aspiradoras de dimensiones descomunales toda la podredumbre con que se sostiene y se ha sostenido este sistema. Desde el presidente de la república, con su séquito de secretarios, subsecretarios, jefes de oficina, etc., y los gobernadores con sus respectivos adláteres y los senadores y diputados hasta llegar a los alcaldes, síndicos y regidores, acompañados todos ellos por los dirigentes de las agrupaciones obreras, campesinas, magisteriales, etc. que conforman los partidos políticos, han usufructuado un sistema que les ha permitido enriquecerse impunemente y sin rendir cuentas a nadie, y sin manifestar la mínima congoja ni vergüenza, aunque ahora sean los que gritan ¡al ladrón! y se rasgan los vestidos.  
 
Se tendría que ir buscando, como el filósofo Diógenes, casa por casa y lámpara en mano a quienes han ejercido cargos oficiales y políticos y comprobar si las riquezas que han acumulado responden efectivamente a lo que su trabajo les tendría legalmente permitido.
 

Insisto, esto no exime de responsabilidad a nadie, solo pretende reflexionar en la dimensión de la conducta en que han incurrido tantos y tantos, cientos y miles sin exagerar, de esos que se pretenden llamar servidores públicos. Y, de pasada, pero no sin gravedad, hay que adicionar a los que con esa corrupción se han beneficiado. Desde empresarios hasta comerciantes, desde artistas hasta deportistas, desde dueños de televisoras hasta gacetilleros, desde rectores universitarios hasta líderes magisteriales, desde purpurados hasta curas de rancho, desde ricos hasta pobres.
 
Parece que este juego de Juan Pirulero llamado combate a la corrupción solo apuesta al olvido y a la ritual esperanza de un pueblo sumido en la pobreza, la ignorancia y la credulidad en que el próximo sí va a resultar buen gobernante. Tumbado el rey, viva el siguiente.
 
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