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Columnas y artículos de opinión
Kairós
Por la vida: digna y moderna
Francisco Montfort Guillén
18 de mayo de 2016
alcalorpolitico.com
Reza el danzón: Y si Juárez no hubiera muerto… hubiéramos vivido una dictadura de otro tipo, diferente a la porfirista, pero con una rigurosa separación entre el Estado y las iglesias, en especial con la católica. Pero si el Licenciado Benito Juárez García viviera aún, tal vez no comprendería a cabalidad la mutación de la sociedad mexicana. Afirmada en su singularidad, la sociedad nacional ha conocido procesos de transformación derivados de varias revoluciones y otros movimientos científicos y tecnológicos, más ese conjunto de ideas que llamamos modernidad y que ha producido la mutación cultural de todas las sociedades occidentalizadas.
 
Desde los textos del abad Joaquín de Fiore (c. 1135-1202) sobre el progreso se habla de los modernos: <<La Creación pasa por de la dependencia servil en los tiempos del Padre, a la dependencia filial del en los tiempos del Hijo, a la libertad del Espíritu Santo en los tiempos nuevos… Toda la humanidad tomará el camino de la perfección, no sólo los cristianos alejados del mundo. Así, la Ciudad de Dios se vuelve un proyecto de transformación del planeta: restaurar el Paraíso en la tierra>> explica Gabriel Zaíd en su Cronología del Progreso, Debate, 2016. Los modernos, los que creen que siempre es posible hacer mejor las cosas, de que es posible y meritorio esforzarse en mejorar la vida intelectual y material de la sociedad. Y que viven los tiempos nuevos de la libertad: los tiempos actuales.
 
<< En 1972, Roger Garaudy (entonces destacado intelectual del Partido Comunista Francés), dijo que los grandes movimientos revolucionarios de Europa estaban todos imbuidos por las ideas de Joaquín de Fiore, y que Federico Shlegel había escrito: “La historia moderna empieza con el deseo revolucionario de alcanzar el Reino de Dios” continúa exponiendo el poeta y ensayista mexicano. Perfeccionar, prosperar, hacer mejor las cosas es la vía de la autosuperación individual y social. Las sociedades occidentales han cumplido con esta ideología religiosa al pie de la letra.
 

La religión católica, y las otras cristianas, han vivido las influencias de transformaciones culturales profundas, que han hecho de estas ideologías de Salvación las mejor adaptadas a los tiempos modernos, muy por encima, digamos, de la musulmana. La tradición filosófica y humanista de la intelectualidad grecorromana; la Reforma; el Siglo de las Luces, la Ilustración, la Enciclopedia, la separación Iglesia-Estado y la conformación de gobiernos y sistemas educativos laicos; la Revolución Industrial, la Revolución Democrática en sus varias versiones, principalmente la inglesa, la francesa y la norteamericana; la Revolución Feminista y la Revolución Digital en curso. De este conjunto de movimientos sociales e ideas surge poderosa la idea de modernidad, es decir de libertad del pensamiento, de la aparición de la individualidad autónoma, como responsabilidad creativa del ser humano y el debilitamiento o desaparición de la idea de predestinación, del socorro de una fuerza divina como elemento salvador de último minuto: la libertad de la Última Era: la derrota de la culpabilidad interna del hombre y el triunfo de su ética diaria, privada y pública.
 
Es cierto que a todos estos movimientos de ideas la iglesia católica y muchas cristianas han opuesto férrea resistencia. Pero la influencia de estas revoluciones sociales, sobre los creyentes, ha permitido que las jerarquías religiosas se vayan adaptando a las formas de ser de sus feligreses. Existen por supuesto dogmas de fe que permanecen como diques a las conductas de libertad de los creyentes, como requisitos de acatamiento a los designios ya no de su Dios, sino a los caprichos, viejos caprichos, de sus dirigentes. El caso más patético es el de la <<abstinencia sexual de los sacerdotes>>, la famoso y terrible situación de celibato que ha desatado, como en el Papa que impuso esta regla, desviaciones de conductas sexuales que han depredado a niños y niñas, víctimas de la pedofilia, y de violaciones o relaciones sexuales consentidas, con mujeres adultas, condenadas a la clandestinidad.
 
El sentido de culpa en relación con las necesidades biológicas de la naturaleza del ser humano, parasita a la religión católica. Poco importa que sean necesidades fisiológicas: la religión las reprime. Los seres humanos las llevan a cabo de todos modos, por necesidad. En cambio, por esa represión, la Iglesia Católica produce conductas desviadas, como la pederastia contra infantes; el engaño o seducción clandestina de mujeres adultas; y relaciones homosexuales, todas conductas practicadas por sacerdotes protegidos por las autoridades religiosas y en ocasiones por autoridades civiles.
 

La modernidad no puede ser entendida sin la enorme influencia benefactora del Movimiento Feminista, que ha mejorado las conductas de los hombres: cuestión de ver los comerciales de productos para el hogar o la muy reciente campaña propagandística del gobierno federal sobre la equidad de tareas entre hombres y mujeres: He for She. Por supuesto, sobre todo ha mejorado la situación o las condiciones de vida de las mujeres en todo el mundo, incluido el retrasado mundo islámico.
 
El progreso y la modernidad han producido métodos para controlar la concepción. También para realizar en condiciones médicas, sanitarias y psicológicas adecuadas la intervención de los embarazos de mujeres. Es cierto que ninguna mujer desea <<abortar un embrión>>. Pero por sus condiciones especiales de vida, cada mujer está en su derecho de decidir si desea cultivar el embrión hasta que se convierta en ser humano y después en su hij@.
 
En el debate sobre la interrupción voluntaria del embarazo es necesario diferenciar etapas. Primera: La embrionaria, cuando se realiza la extracción del embrión y no existe todavía un ser humano. Por lo tanto, no se puede hablar de <<aborto de un hijo>>. Segunda: La gestación del ser humano que, en casos especiales, delicados y peligrosos todavía existe la posibilidad de realizar, ahora sí, un aborto. Tercera, el alumbramiento y enseguida o simultáneamente, pero después del nacimiento, el nacimiento simultáneo de la maternidad, cuando la mujer puede decidir si <<el producto>> lo asumirá como hij@ de plenos sentimientos y derechos.
 

Las ideas del Abad del Monasterio de San Juan de la Flor, el italiano Joaquín de Fiore, apoyado posteriormente por San Francisco de Asís, hoy enfrentan una nueva barrera creada artificialmente por la iglesia católica, principal aunque no exclusivamente. Se trata de declarar ilegal la posible práctica de la interrupción de un embarazo, mediante la extracción de un embrión, no de un ser humano, que dramáticamente llaman <<aborto>>. Las jerarquías eclesiásticas no se oponen a las prácticas de las conductas sexuales desviadas, originadas por normas obsoletas que implican la represión sexual de sus sacerdotes y sus monjas. En cambio sí luchan con fuerza por impedir la modernización de la vida digna de sus creyentes religiosos, en especial de las mujeres modernas.
 
Las mujeres solas o con sus parejas, que deciden cortar por lo sano con la existencia de un embrión, lo harán a pesar de la prohibición de la ley y de su iglesia. Lo harán legalmente y bajo condiciones sanitarias y hospitalarias dignas, en otro país o en la ciudad de México. O aquí mismo en Veracruz, pero en condiciones de clandestinidad y sin protección médica y sanitaria y legal.
 
La ceguera de la Iglesia Católica y la torpeza del actual gobierno de Javier Duarte han creado las condiciones para que los jerarcas católicos adopten una serie de conductas desafiantes a las autoridades institucionales de la República laica, que gobierna la nación llamada Estados Unidos Mexicanos. La concurrencia de ambos desatinos, el oficial y el religioso, en momentos de coyuntura política de cambio en Veracruz, por la segura alternancia en el Poder Ejecutivo estatal y en el Poder Legislativo, introduce incertidumbres y angustias innecesarias. Se trata de un claro desafío de la Iglesia Católica al poder laico del Estado mexicano.
 

Una vida digna y moderna en Veracruz es posible. Es cuestión de <<Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios>>. La iglesia y sus jerarquías y activistas feligreses deben dejar de entrometerse en los asuntos del Estado y cuidar verdaderamente las condiciones de vida digna de las veracruzanas. Que ellas cuenten con el respaldo legal y el apoyo institucional del gobierno laico que debe gobernar Veracruz, debe ser tarea colectiva, de instituciones públicas y organizaciones privadas, de hombres y mujeres. Bastante y grave es el problema de los embarazos no deseados de niñas y adolescentes, para encima prohibir la interrupción del embarazo en la primera etapa que consiste, únicamente, en la extracción de un embrión. Sí es necesario precisar los casos excepcionales y graves de aborto, con embarazos avanzados, debido a causas de riesgo de perder la vida, para la madre o para el <<producto>>. Impulsemos la vida digna de las mujeres veracruzanas. No pongamos barreras a su pleno desarrollo, a la realización de sus planes de vida. Vivamos la Tercera Etapa, la del Espíritu Santo, la de la libertad, a plenitud. No contradigamos al abad italiano, pues.