icono menu responsive
Columnas y artículos de opinión
Kairós
Estimar el valor del saber magisterial
Francisco Montfort Guillén
25 de noviembre de 2015
alcalorpolitico.com
Los discursos melifluos sobre los maestros mexicanos condujeron a la infravaloración de sus verdaderos méritos. El lema vasconceliano de <<apóstoles de la educación>> marcó el inicio de una falsa santidad y de una verdadera actividad propagandística del régimen nacional revolucionario. Importaba a las autoridades anclar en los alumnos la ideología de la Revolución Mexicana, no educarlos para el progreso. Lamentablemente, la infravaloración ha llegado a formar parte de la cultura magisterial mexicana. Los apóstoles propagan la fe, una religión. Los apóstoles son enviados de un ser superior. Los apóstoles son discípulos que carecen de voz propia. Todo lo que dicen es a nombre de esa entidad que todo lo puede: Dios o el Estado. Los apóstoles son, en consecuencia, dóciles almas bajo el dominio de un ser superior.
 
Al carecer de méritos propios, de voces auténticas, los apóstoles mexicanos de la educación se auto condenaron a ser fieles siervos de su amo el Estado. Lo han sido por partida doble: siervos de sus sindicatos y el Partido Único; siervos de las autoridades gubernamentales. De esta condición se valieron los dirigentes de los apóstoles de la educación para victimizarse y alcanzar algunos privilegios para sus subordinados, a cambio de mantenerlos quietos, sin protestar, obedeciendo siempre. Los apóstoles obtuvieron menos, mucho menos privilegios que sus dirigentes sindicales, nacionales y locales; o que los burócratas de las respectivas secretarías de educación: la nacional y las estatales.
 
Por eso los apóstoles de la educación terminaron siendo organizados para respetar las jerarquías sindicales y las jerarquías gubernamentales; transmitiendo esa docilidad ideologizada a sus alumnos. Bien organizado su gremio para ser los soldados electorales del PRI y, finalmente, miembros de su propio partido. Los apóstoles han vivido subyugados a los caprichos sindicales para lograr plazas, ascensos; ansiosos y temerosos por el temor de perder los los favores recibidos, o inclusive pagados por ellos mismos. Adulan tanto como aborrecen y temen a sus líderes sindicales y autoridades. Con la simbiosis entre sindicatos magisteriales y autoridades de la educación, los apóstoles de la educación manejaron durante mucho tiempo su enorme poder ideológico y político para mantener adoctrinados a sus alumnos, lo que significa a todos los mexicanos, en la adoración del estatismo, en la dependencia enfermiza de los poderes del Estado. Aprovecharon algunos, es cierto, para inclinar algunas balanzas del poder a su favor.
 

Los maestros mexicanos son figuras de excepción. Es decir: sólo a unos cuántos maestros les es reconocida su calidad intelectual, su servicio profesional, la importancia de su función. La gran mayoría de los maestros eran invisibles para sus líderes sindicales y para sus autoridades. Vivían en un gran anonimato, mientras figuraban sus poderosos líderes que infundían (infunden) temor a los gobernantes en turno. Después de unos años, mientras se constataba escrupulosamente el fracaso del sistema educativo mexicano, han perdido su anonimato. Ahora que es reconocida la enorme debilidad de sus funciones primordiales, en relación con las exigencias intelectuales y manuales del mundo laboral, derivadas de una profunda y agresiva revolución tecnocientífica durante los últimos cincuenta años, salen a la palestra los maestros auténticos.
 
Los verdaderos maestros pagan ahora, con su descrédito general, los abusos y traiciones a los que fueron sometidos por parte de sus líderes y autoridades. No obstante, la reforma educativa ha dejado intacto el poder de las estructuras de dominio que convirtieron a la educación mexicana, sobre todo la pública, en un fantasma que no responde a las exigencias reales de una sociedad que sufre los embates de la competencia, la competitividad, la productividad exigible en el mundo real, alejado de las <<exigencias>> de la <<meritocracia sindical>> y de la participación del apostolado electoral en cada elección, en cada estado, en el país.
 
Los maestros verdaderos se sienten reconocidos con la valuación, es decir, la valoración de sus méritos. Esa mayoría de seres humanos que no teme a las exigencias de una función vital que les permitirá renovar y poner al día sus actividades auténticamente educativas. Quienes se oponen a la evaluación no son los maestros auténticos. Son los todavía apóstoles de la educación, los siervos de un sindicalismo pasado de moda, los subyugados por un sindicalismo expoliador, usurero del trabajo magisterial. Un sindicalismo en algunos casos ideologizado, que pretende mantener bajo sus garras explotadoras la mina de oro del presupuesto público que han manejado a su antojo.
 

Junto con ese sindicalismo trasnochado, radicalizado en la defensa de sus propios privilegios, manipulador de las acciones de sus apóstoles, encadenados en algunos estados de la república, a grupos guerrilleros de una izquierda socialmente moribunda, ideológica y políticamente impotente para ofrecer un proyecto de mejor calidad de vida, están también algunos vividores del sistema político del país que buscan subirse al tren de las protestas escandalosas.
 
Un desconocido diputado xalapeño, del partido Morena, sin experiencia ni ideas políticas, carente de ética, aprovechó la situación, en alguna medida sorpresiva, del rechazo ficticio a la evaluación de un grupito de apóstoles veracruzanos. Éstos armaron un escenario de confusión que provocó que la defensa del examen de evaluación, es decir, las acciones de control por parte de las autoridades, se convirtiera en actos represivos que afectaron a maestros y periodistas, por parte de una policía poco capacitada para controlar tumultos de civiles. Se requiere de una falta de escrúpulos total, tener cara dura, para que un político (¿?) de la izquierda (¿?) <<Morenista>>, que, como quiera que sea, forma parte del sistema político mexicano, actúe de manera oportunista y desleal en contra del grueso de los maestros auténticos, que buscan que les sean reconocidos sus méritos y conocidas sus debilidades, éstas, para corregirlas y convertirlas en fortalezas.
 
Los maestros auténticos saben que la evaluación, ya que ellos la aplican a sus alumnos, sirve para muchos propósitos. Y están readquiriendo el hábito de la evaluación sobre sus propias tareas, hábito que en breve ellos aplicarán para someter a juicio racional el comportamiento de sus líderes sindicales, que se niegan de cualquier manera, ellos sí, a ser evaluados. No confundamos a los apóstoles con los maestros modernos. Estos últimos son el capital humano con el que contamos en todo el país para enfrenar las carencias de un sistema educativo mal organizado, mal dirigido, con una simbiosis perniciosa con los sindicatos magisteriales que debe terminar por el bien de los tres: los estudiantes, los maestros, la sociedad.
 

Tenemos la obligación de ofrecer un apoyo crítico a los maestros, directivos y funcionarios para que mejoren el sistema educativo. Tenemos que ejercer una crítica feroz sobre el sindicalismo parasitario y sus apoyadores <<morenistas>> que ha enfermado el sistema educativo mexicano, al convertirse en la correa de transmisión del poder político autoritario, poder que sangra los presupuestos y pretende mantener dóciles a maestros. Debemos luchar para que los maestros abandonen su calidad de apóstoles y sean agentes modernos, es decir, maestros que deberán, ellos mismos, recobrar su libertad, su dignidad, su profesionalismo. Esto requiere el país. Esta es una exigencia, una condición de vida o muerte de la sociedad mexicana. No necesita más de las acciones hipócritas de diputados que alientan la sinrazón y buscan mantener el estado anterior de cosas. La acción del diputado federal de Morena retrata de cuerpo entero el conservadurismo y los anhelos restauradores de su Mesías Tropical, el Gran Restaurador del régimen priista del siglo XX, que necesita de más apóstoles para ejercer su feliz reinado religioso.